domingo, julio 24, 2011

Festival Low Cost III. Allí donde solíamos gritar



Lo que queda de mí a las dos de la madrugada, la última visión de mí bajando por la cuesta que lleva a la salida del recinto, es la de un hombre vencido y agotado, con sus cascos azules puestos revisitando el "1999" de Love of Lesbian, cara avejentada y un torpe caminar que anuncia la caída. Es la visión que se espera de cualquiera que ataca en el primer puerto y cuando llega el último vuelve a atacar desde la base de la montaña sin importarle si le van a coger o no, si alguien le espera o no en el pódium.

El primer puerto: Maga, a las 19:30, en el escenario Low Cost, el segundo en importancia. Un concierto algo monótono, he de decir. Siempre me ha gustado el grupo pero no observé demasiada variedad en sus composiciones, como si todas tuvieran un fatigoso aire de familia. El segundo, más corto, casi de enlace, Sexy Sadie en el Budweiser, el escenario que queda dentro del estadio de fútbol, es decir, EL ESCENARIO. Sexy Sadie es uno de esos grupos que han pasado por mi vida sin dejar huella alguna: no tengo opinión formada sobre ellos pese a empezar a tocar en mi adolescencia, separarse y reunirse varias veces y volver de gira ya al filo de mi juventud.

Me gustaron. Me hubieran gustado de cualquier manera pero toda banda que haga una versión de los Pixies y más aún una versión tan bizarra como el "Bird dream of the Olympus Mons" tiene comentario positivo automático en este blog.

Lo que nos lleva al tercer puerto: Cosmonauta en el LowCost. Poca gente al principio, muy poca. Un estilo atractivo, difícil de catalogar, con un aire a Nudozurdo en la complejidad y contundencia de algunas de sus canciones pero a la vez puntos parecidos con Standstill. No sé, uno no escucha por primera vez una banda y saca un registro de todas sus influencias, eso es absurdo: hablo de sensaciones sueltas durante el concierto, poco más. Entre los pocos asistentes, que fueron aumentando conforme acababa Sexy Sadie y disminuyendo conforme se acercaba la hora de Mando Diao, mi amigo del instituto José Villota, amigo, por supuesto, de Nacho, el guitarrista del grupo, insigne fan del Barcelona y que compartió banda durante años con el propio Jose y mi hermano Simón.

Junto a Jose, la bellísima Cristina Teva, con su serenidad habitual y unas cuantas sonrisas prodigiosas. Mis únicas palabras con ella, torpes, tartamudas: "La han encontrado en su casa, creen que es sobredosis". Imaginen ahora la pregunta.

Es curioso que la matanza de Noruega y la muerte de Amy Winehouse hayan pasado tan de puntillas por el festival. Lo de Noruega es una atrocidad histórica y conmovedora, pero hasta el concierto de Mando Diao, 30 horas después de lo sucedido, no oí la primera referencia a los muertos desde el escenario. No digo que no la hubiera, ojo, seguro que la hubo, yo no pude estar en todos lados. Digo que uno podría haber vivido ahí dentro 48 horas y no haberse enterado de nada. De Amy Winehouse, ni un párrafo. La muerte de Winehouse probablemente no sea un drama social pero sin duda es algo impactante en el mundo de la música.

En fin, me adelanto. Cuarta montaña, primera categoría: Mando Diao. Y Mando Diao no sale a contemporizar sino con todo el equipo tirando desde el primer kilómetro: apertura con pieza de piano y entrada de violines para dar uno de los conciertos más movidos del Festival. En términos musicales, probablemente el mejor, aunque uno de los dos cantantes si no iba hasta arriba de todo lo parecía, y no veo la necesidad de parecer que vas hasta arriba de todo, es una pose que en ocasiones me irrita.

Hablamos de Mando Diao, no de Pete Doherty.

Por lo demás, la elegancia pop habitual con muestras de contundencia que terminan con "Gloria", salida y entrada -la primera vez que lo veo también: el clásico del bis, no sé por qué, se pierde en los festivales- para dedicar una canción a los chicos muertos en Noruega con tímido aplauso, como si la gente no se enterara bien de lo que están diciendo -aquí, en Benidorm, a diferencia de sus vecinos del norte, el 90% del público es totalmente español, así se entiende la cantidad de grupos españoles del cartel y lo bien que funcionaron sus conciertos- o no se enterara bien de qué demonios había pasado en Noruega, un país, por lo demás, que siempre nos ha tocado muy de lejos.

El final es un demarraje escandaloso: siete minutos o más de "Dance with somebody": desde la intro suave, casi acústica, hasta un cierre rozando el rave, los cantantes ya sin camiseta, bajando a abrazarse con el público, un literal baño de masas. Cuando todo acaba, los once o doce componentes de la banda, violinistas incluidos, juntan las manos y saludan. La ovación es cerrada, unánime.

Quedan apenas treinta minutos para que empiece Love of Lesbian. Desde primera hora abundan las camisetas negras de John Boy incluso las pintadas en escotes y frentes. Love of Lesbian es un fenómeno social, creo que no me equivoco si digo que el suyo fue el concierto con más público y más entrega del fin de semana. Competiría en ese aspecto con Vetusta Morla. Santi Balmes y los suyos empiezan con las canciones más votadas en su página de Internet, entre las que se incluyen, cómo no, por si alguien aún duerme, "Incendios de nieve y calor", "Noches reversibles" y la joya de corona, reservada para el principio, "Club de fans de John Boy".

Me cuesta mucho ser objetivo con Love of Lesbian porque me sé todas sus canciones y me acompañan de una manera demasiado íntima. Desde la melancolía a la gamberrada, tengo una afinidad enorme con sus canciones y eso a veces es doloroso. Pongamos como ejemplo, "Allí donde solíamos gritar", una canción que vino al mundo solo para joderme a mí la vida y recordar que "vertical y transversal, soy grito y soy cristal, justo el punto medio, el que tanto odiabas cuando tú me repetías que te hundirá y me hundirá y solamente el grito nos servirá, decías es fácil y solías empezar". Yo me enamoré de la chica del vídeo solo viendo cómo la miraba el chico. Ese chico nunca fui yo pero siempre quise serlo: ser el hombre raptado por una pasión incontrolada. Estoy escribiendo una novela sobre un hombre raptado por una pasión incontrolada y llena de desesperación, así que entiendan que es complicado pasar por todo esto sin que te roce, mucho más cuando no tienes con quién compartirlo.

De la parte más épica, Balmes pasa a la más gamberra: "Miau", "El hectoplasta", "Algunas plantas" o "Cómo me amo". Probablemente sean canciones menores, pero funcionan como tiros. Balmes también habla de Noruega y también pide un recuerdo y no entra y sale sino que dice "esta es la última dos veces" y no recuerdo exactamente qué canción es, pero sí recuerdo que se quita la camiseta y dice "Como veis, yo no soy el de Mando Diao", lo cual tampoco es del todo cierto: el 50% de los descamisados de Mando Diao estaba tan fondón como usted o como yo, a ver si es que ahora todos los suecos van a ser unos cyborgs musculados, y recuerdo la enorme ovación del final, solo comparable a la de hora y media antes, los chicos y chicas de las camisetas, todos los raros que fuimos al concierto, desperdigados y agotados.

Llega un ligero descenso en el que conviene alimentarse y beber algo de agua. La etapa reina está acabando. En el segundo escenario, Standstill acaba su concierto, llego justo a las cuatro últimas canciones, entre ellas la maravillosa e hipnótica "¿Por qué me llamas a estas horas?" -ver vídeo más arriba- pero no parecen a gusto en su papel de pequeña cota  puntuable, repecho al final del camino, terreno de zombis alelados que mueven sus cabezas porque no queda más remedio o bien se tiran en el suelo y tuitean incoherencias.

Y después de Standstill y un nuevo avituallamiento para ver a un grupo que hace una versión preciosa del "Starman" de David Bowie, ya saben, los 10-15 minutos que culminan la etapa y la carrera hasta llegar a la habitación 904 de un hotel al que espero no volver nunca, no por nada personal sino porque representa todo lo que odio: los bañadores, el olor a crema solar, los niños corriendo y gritando, los padres y abuelos con cara de vacaciones, de esa exigencia terrible de tener que disfrutar de tus vacaciones rodeado de flotadores y colchonetas en una ciudad que, en rigor, no existe.