miércoles, noviembre 27, 2019

Free as a bird



La juventud. La desbordante juventud de Alcalá de Henares. Las manos acercándose y alejándose en los autobuses, las charlas intrascendentes, el parloteo casi contagioso. Algo parecido al entusiasmo, solo que un entusiasmo natural, no impostado, de serie, inútil buscarle explicaciones, inútil incluso pedirle conciencia de sí mismo. La juventud universitaria llenando rutas y la confusión de idiomas en los asientos de atrás: un inglés más o menos torpe, un italiano más o menos forzado.

A la Chica Diploma le da "una pena horrible" que me fije en esos detalles. Yo creo que tampoco es para tanto pero sin duda lo que de verdad le da pena es la acumulación de nostalgias. Qué le vamos a hacer. El otro día, sin venir a cuento, me acordé de aquellas tarjetas que compraba en los quioscos para conseguir llamadas internacionales más baratas y aliviar a mi abuela de preocupaciones. Lo que no conseguí recordar es por qué las compraba; si las compraba para hablar con la Chica Langosta en Toulouse -es posible, una vez la llamé a la residencia de Le Mirail, pero me enredé en una conversación en un francés imposible y no conseguí que me la pasaran- o si las compraba para hablar con la Chica Berklee en Boston, una opción más probable.

Sí recordé los aeropuertos, por una de esas asociaciones extrañas. El día que acompañé a L y el día que acompañé a I. El miedo. Un miedo horrible a todo lo que estaba por venir. Los abrazos exagerados, imposibles en otro contexto. El avión a Toulouse salía de Madrid cuando aún no había ni amanecido, el avión a Boston lo hizo entre ataques de ansiedad, la espalda apoyada en una pared y la mirada perdida. Luego se fue más gente pero ya lo hicieron como adultos, es decir, solos. Siempre he pensado que en ese sentido no he tenido demasiada suerte, pero quizá tener suerte, como decía Radio Futura, sea pedir demasiado.

*

Al Niño Bonito le ha dado por escribir. Coge mi libreta, la misma libreta en la que estoy volcando las entrevistas con Manolo, y se dedica a garabatear palabras y frases cada vez con mayor sentido. Esta mañana, por ejemplo, ha decidido apuntarse lo que va a hacer hoy en el patio:

1- Footbol

2- Footbol

3- Jugar con A. e I.

4- Jugar con I.

5- Jugar con M.

Creo que es el único niño de cinco años que tiene una agenda sin trabajar en Inditex. En eso se parece a su padre, creo.

*

No sé qué pensar de "Free as a bird". Ni siquiera sé por qué me dedico a ponerme "Free as a bird" en los cascos después de veinticinco años sin escucharla. Es tan triste y fría como la recordaba. Una canción de ultratumba. Por otro lado, puede que eso pretendiera, sin más, y entonces, ¿quién soy yo para criticar nada? Luego, cuando llego al aula, me pongo el vídeo y me divierte pero a la vez me resulta excesivo: una sobrecarga de referencias a menudo demasiado obvias, es decir, demasiado McCartney.

De vez en cuando, sigo buscando en YouTube joyitas en forma de entrevistas de radio o programas de la televisión sueca, la australiana... lo que sea que nos cuente algo nuevo después de treinta, cuarenta, cincuenta años. Cada vez es más complicado. Helencilla me pasó el PDF de las "Recording Sessions" de Mark Lewisohn y lo compagino con el segundo tomo de la autobiografía de Brett Anderson. El otro día soñé que mi cuñada se metía con el "medley" final de "Abbey Road" -"la segunda vez que lo escuchas, te cansa" o algo así decía- y yo me echaba a llorar escuchando "The end", pensando en lo insoportable que era que el mundo se hubiera visto desprovisto de tanta belleza, como el adolescente aquel que grababa una bolsa de plástico azotada por el viento y sentía que su corazón iba a reventar.