martes, octubre 16, 2018
Tres días en Cádiz
Lo primero de lo que nos damos cuenta nada más llegar al apartamento es que las vistas al mar están tapadas por un inmenso crucero fondeado en el puerto. A mí me parece hasta cierto punto divertido porque lo enorme me fascina, en general, de ahí mi pasión por Nueva York. A la Chica Diploma, no tanto: primero, porque ella necesita el mar; segundo, porque intuye que hay ahí algo de estafa: los que nos vendieron las vistas tienen que saber que esas vistas acostumbran a estar impedidas durante casi todo el año.
Y así, en efecto, al crucero del viernes le sigue el crucero del sábado, algo más pequeño, con su bandera francesa. Sigue el enfado pero reconozco que sigue la fascinación: todas esas ventanas de camarote como pequeñas celdas de una cárcel modelo. Un edificio de Moratalaz en horizontal y navegando por el Atlántico. Cuando era joven y estaba soltero -no recuerdo en qué etapa, supongo que en 2001- llegué a fantasear con unirme a uno de esos cruceros como quien se apunta a clases de inglés para conocer gente. Así de solo estaba. Mi madre me dijo que si realmente me sentía así, un crucero no era lo mejor que podía hacer, así que hice alguna otra cosa, aunque no recuerdo cuál.
Por lo demás, el apartamento está bastante bien; pensado para cuatro personas pero habitado solo por dos. Casi como un acto reflejo, enciendo la televisión y paso por distintos canales locales -Chiclana, San Fernando...- hasta llegar a Paramount Channel, donde están echando "Suéltate el pelo", la poco conocida continuación de "Sufre mamón". Creo que la vi en el cine y desde luego la he visto en televisión después, pero no recuerdo nada de la trama: David Summers acoge a una fan enamorada y desvalida y la fan se la juega con unas fotos comprometidas, pactadas con su novio fotógrafo y chantajista. Summers acaba pagando una millonada y encerrado en la cárcel, por abuso de menores.
Es una película a tener en cuenta cada vez que en sus entrevistas los Hombres G insisten en ese discurso revisionista de "No, si nosotros no éramos pijos". Da igual: es una película de Manolo Summers y por lo tanto es divertida y está bien hecha y aparece el Madrid de mi infancia y todo bien, solo que tenemos que irnos porque para ver "Suéltate el pelo" igual no hacía falta pagar dos billetes de tren ni alquilar ningún apartamento con vistas fallidas. Así que nos vamos y paseamos y comemos -demasiado- y acabamos en una terraza al lado de un hotel, en una plaza donde la Chica Diploma se toma una tarta sin gluten y yo, un descafeinado solo.
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Es la segunda vez que estamos en Cádiz. La primera fue en febrero de 2013. Eso lo sé porque lo he mirado en el archivo de este blog, no porque me acuerde. Llegamos en avión a Jerez, pasamos una noche en Cádiz, otra en Arcos de la Frontera y es posible que una tercera en algún otro lugar. Mi padre estaba muy enfermo y nosotros aún no nos habíamos casado. Lo bueno de espaciar tanto las visitas y tener tan mala memoria es que no hay rutinas a las que atenerse. Cualquiera que me conozca sabe que yo soy un animal de costumbres hasta la exageración. En Cádiz no hay costumbres así que lo mismo salimos hacia la izquierda que hacia la derecha, cenamos en la plaza de la catedral o comemos en "La gorda".
Nos gusta mucho la ciudad y la disfrutamos. No solo la tranquilidad pero también la tranquilidad. Cádiz no es la ciudad más bonita del mundo pero no lo necesita y lo lleva bien. El mar no es el de Cefalú ni el de Corralejo, pero es un mar, está ahí, se puede ver y acabas llegando a un pacto por el cual si tú no molestas a la ciudad, si no molestas a nadie, en general, nadie va a venir a molestarte a ti. Por un momento, pienso en hacer una escapada veraniega, la escapada veraniega que me queda pendiente, y alquilar un apartamento parecido a este pero durante tres semanas, para escribir, para leer, para agarrarme a la ficción de que vuelvo a ser yo.
Sin embargo, Cádiz se queda demasiado en el medio: es exótica pero no lo suficiente, está lejos pero no todo lo que quisiera, así que la primera noche de insomnio la paso mirando pisos en Fuerteventura y hoteles en Alicante. Por alguna razón que desconozco, reservo un avión en Iberia, pero resulta que lo hago en la página estadounidense de Iberia y se empeñan en cobrarme en dólares. Cuando llamo al servicio de atención al cliente, una chica muy educada -¿Sheila?- me dice que no me preocupe, que no habrá ningún problema. Está claro que no me conoce.
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El domingo es un día a medias. Ni estamos allí ni estamos aquí, de vuelta. La Chica Diploma ya se levanta pensando en todos los pacientes que tiene el lunes y yo tengo aún las clases de la semana por preparar. Con todo, es de los mejores días. Damos un paseo hacia la otra parte de la ciudad, junto al otro lado del mar y paramos cada media hora para ir al baño. Nosotros somos así. Hablamos sobre brechas generacionales y sobre futuros probables. Hablamos sobre el Niño Bonito, cuando estuvimos con él en Conil -acababa de cumplir un año- y terminamos todos en un hospital.
Hablamos. Estamos juntos. Nos vemos. Si el lunes significa la vuelta al trabajo, significa también no volver a ver a la Chica Diploma. Despedirse a las nueve de la mañana del coche después de dejar al enano en la guardería y saludarse a las diez y media de la noche, cuando ambos llegamos derrumbados del trabajo. No sé si algo va bien o algo va mal cuando Cádiz representa lo sensato, lo estable y Madrid representa lo imprevisible, la improvisación constante: el ascensor que se queda parado entre dos plantas, el libro con portada de Nacho Vegas y contenido de Enrique Morente o la niña que se empeña en abrazar el Niño Bonito a la entrada de clase mientras él le repite: "Ahora no, ahora no" con su flemático sentido de la oportunidad.