domingo, marzo 02, 2014

Volverás a Sanchinarro


El ataque de ansiedad empieza antes, ya por la mañana, antes de entrar en Nike y dar clase de inglés, es decir, a eso de las 12,30, cuando me arrastro por las paredes del metro, intentando agarrarme de todos los soportes y procurando que no parezca que camino como un pato.

A las 2 parece haber remitido porque la adrenalina del profesor da para mucho, pero en seguida vuelve, justo después del bocata de tortilla apresurado, mientras consumo paradas en el 27 rumbo a Plaza de Castilla. Una mezcla de mareo y cansancio, mucho cansancio. Toses frecuentes. La sensación de que sería capaz de convertir la expresión "morirse de sueño" en algo real, ahí mismo, de repente, justo antes de apretar el pulsador de próxima parada.

Pero no. Seguimos. Sobreponerse es todo. En Nuevos Ministerios me bajo porque no llego a tiempo al trabajo, al partido de los viernes que me da unos cuantos euros y me desengrasa como cronista. Cojo la línea 10 hasta Tres Olivos, luego otro tren hasta Las Tablas, luego un metro ligero hasta María Tudor y a partir de ahí, entre el viento y un frío horrible, voy andando acelerado -el viento a veces me da de espalda y eso se agradece- hasta el polideportivo del colegio El Valle.

Estoy en Sanchinarro. Dos años después, casi tres. El curso 2011/12 impartí aquí dos cursos en el centro cultural. Uno era de Grandes Novelas de la Historia, que es una cosa así muy acotada, muy fácil de planificar en un solo año, y el otro era de Introducción a la Narrativa. Ni siquiera "creación literaria" sino Introducción a la Narrativa, sea eso lo que sea.

A nadie le importaba, claro.

Fue un año complicado. En septiembre estaba completamente arruinado. Tan arruinado que pensé que no podía pagar ni un mes más del alquiler y tuve que pedir prestado a seis amigos para que entre todos sumaran los 670 euros que me pedían por un cuchitril mal cuidado de la calle Churruca. A veces creía que era feliz y a veces me deprimía terriblemente. Una noche acabé a las cinco de la mañana hablando con la Chica Selectiva en pijama. Yo en pijama y ella borracha, de vuelta de una larga noche de juerga. Hablaba y hablaba y tenía ganas de llorar. Mi padre acababa de salir de un ictus pero en el fondo yo sabía que mi padre nunca conseguiría salir de nada. Mandaba mensajes de Facebook que eran como botellas en el océano y, eso sí, escribía como los ángeles. En serio, nunca escribí mejor que durante aquella infelicidad bohemia. Dio para una novela, un blog literario y poco más, pero quizá mereciera la pena.

Si alguien la publica algún día.

En septiembre acumulé trabajos como profesor de cualquier cosa: centros culturales, fundaciones para adultos y clases particulares de inglés. Podía empezar el día en Sanchinarro y acabarlo en Valdebernardo o empezarlo en Maestro Alonso y acabarlo en Tres Cantos. Tuve algunos alumnos muy improbables, pero todos parecían contentos, todos pagaban a tiempo, y así, poco a poco pude devolver el préstamo, prolongar mi malasañismo un año más y terminar de seducir a una fisioterapeuta. La Chica Imán me salvó la vida un par de veces y todo empezó a cuadrar, hasta el punto de que dejé de escribir o volví a hacerlo solo sobre mí, que es la peor de las escrituras, y llegué a un cierto bloqueo creativo.

Pese a todo, yo iba ahí, a Sanchinarro y soltaba mi rollo. Había mañanas en las que también pensaba que podría morir de sueño pero eso obviamente no pasó nunca. Las avenidas eran grandes y todo tenía un aire de provisionalidad, como mi propia vida. Tenía 34 años y acababa de salir de una cosa llamada 15-M en la que nos íbamos a comer el mundo. La sensación era de que nadie entendía nada pero que daba igual porque yo tampoco entendía demasiado de los demás. Un bonito empate a cero.

Luego las cosas cambiaron: publiqué cosas, me cogieron en revistas, me hice columnista hasta que decidieron no pagarme y me fui o digamos que hice que me echaran. A mi padre le detectaron un cáncer y le dieron nueve meses de vida. Acertaron por completo. Me casé y dejé embarazada a mi esposa. El calcetín se dio la vuelta tantas veces que se quedó como estaba: hasta arriba de antidepresivos y ansiolíticos, en medio de un ataque de ansiedad, bajándome en María Tudor para caminar entre el frío y los edificios paralizados por la crisis para llevar 40 euros a casa.

El otro día expliqué la I Guerra Mundial en la COPE y me recordó demasiado a mi vida. Luego no pude dormir hasta las cinco de la mañana, claro.