lunes, septiembre 26, 2016

Los Panchos y la Chica Langosta



Y entonces se nos colaron Los Panchos. No sé explicarlo más allá de la necesidad de establecer vínculos como fuera. Los Panchos estaban bien, nada de lo que arrepentirse después. Ella me grabó una cinta y yo la escuchaba obedientemente, imperturbable ante el "Si tú me dices ven...". Por supuesto, todas las canciones hablaban de ella. En cierto modo era un respiro porque cuando te acostumbras a convertirte a ti mismo en el protagonista de toda tu banda sonora acabas un poco harto de tu vida.

Aquí, no. Aquí, "el pueblo" era su pueblo, la lluvia era su lluvia sobre su tarde en Moratalaz y ni siquiera tenía que eximirla de ningún pacto porque no lo hubo jamás entre nosotros más allá de un abrazo entregado en el aeropuerto de Barajas, el día en el que Matilde Urbach estuvo a punto de perder su mística. "Abrazo de aeropuerto", leí el otro día en algún lado, y me pareció una adjetivación precisa porque yo nunca he sentido un abrazo como aquella mañana, aún noche cerrada, antes de que ella viajara a Toulouse. Un abrazo de extrañeza y sobre todo de miedo. La puerta se cerró a su paso como en las películas.

En fin, volvamos a Los Panchos como punto en común. Por supuesto, podríamos haber elegido muchos otros lugares, pero estaban demasiado transitados. Mi idea siempre fue ser especial en cada cosa que hiciera. Una especie de Mourinho de las relaciones personales. Yo también le grababa mis propias cintas, algo banales, y ella contraatacaba con Sebadoh y Guided by Voices. Le enviaba relatos en cartas de las que luego pedía fotocopias, no se me fueran a olvidar. Ella también me envió uno. Solo uno. No sé si escribió más. Quiero pensar que no porque, ya saben, el especialito y sus mandangas. Hablaba de cigarrillos, insomnio y un ex novio.

A mí me encantó porque era suyo. A mi madre, que no le iba nada en el asunto, le pareció más bien pobre.

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Sigo con las conversaciones de Enrique Brasó y Fernando Fernán Gómez. Recuerdo que el actor solía quejarse de que las entrevistas habían perdido su sentido original, aquel de charla entre dos personas, para convertirse en poco más que un cuestionario. Aquí se le nota más cómodo. Es mérito suyo y de su prodigiosa inteligencia, por supuesto, pero en ello tiene mucho que ver Brasó y su echarse a un lado continuamente. Proponer el tema, sugerir incluso una tesis y ausentarse de toda réplica. El anti-Ana Pastor. Cuando su interlocutor le lleva la contraria, agacha las orejas y sigue adelante. Vamos a otra cosa.

No hay en Brasó ningún afán de protagonismo y eso se echa de menos en estos días en los que todos sabemos más que los demás sobre sus vidas y sus intenciones. El brillo de Fernán Gómez en medio de una adulación excesiva quedaría atenuado; en medio de una discusión constante sobre "por qué rodaste tal cosa de tal manera, yo creo que fue porque..." directamente ni se apreciaría. Déjenle hablar. Si algo echo de menos -en JotDown, por ejemplo, que son los únicos que se atreven de verdad con el género- es que no se hagan más entrevistas a actores o a directores de cine.

Entrevistas que vayan más allá del aquí y el ahora y qué tal Donald Trump sino que sirvan de recuerdo de cada rodaje, de cada idea, como sucede con los deportistas y sus partidos. ¿Cómo fue jugar contra Sabonis?, ¿cómo fue rodar con María Luisa Ponte? En ese sentido, hay que reconocer que Álvaro Corazón Rural es un auténtico maestro, aunque no sé cómo habría hecho para que Fernán Gómez no acabara irritándose.

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Por la mañana escribo un artículo sobre la retirada de Kevin Garnett que pasa por completo desapercibido en las redes sociales. Por la noche hago un análisis en el blog de las elecciones vascas y gallegas que complementa al de esa misma semana. Cuando lo enlazo, tampoco recibe eco alguno. En medio, eso sí, hago un comentario sobre Cristiano Ronaldo. Ni siquiera sobre Cristiano Ronaldo sino sobre el tratamiento de la prensa a un gesto de Cristiano Ronaldo. En pocas horas alcanza los 300 RT. Ahí seguimos. 140 caracteres que eclipsan por completo horas y horas de trabajo. Reconozcan que tiene un punto frustrante.