viernes, septiembre 30, 2016

´74-´75



Aparece de la nada, como casi todo. Un hilo musical en algún lado, sin ser capaz de precisar dónde. La canción me encantaba y la había olvidado por completo, perdida en esa maraña de momentos noventeros. No solo la canción sino incluso el vídeo, aquel álbum de clase repasado veinte años más tarde. Es normal que un tipo tan nostálgico como yo encuentre el placer -un placer algo doloroso, lo justo- en esa clase de recuerdos. Los que fuimos hace veinte años. Los que fuimos todos. Los que fuimos tú y yo.

Si hay algo que echo de menos de mi adolescencia -como echa de menos Woody Allen los años treinta, una época que no vivió- es esa relación única con el primer amor. Esa persona con la que te unes frente al mundo, con la que pasas por la perplejidad como si fuera un salvavidas. El amor adolescente, un amor a lo "74-75" pero también un amor a lo "Michelle" de Gerard Lenorman, un amor entregado y roto y por lo tanto siempre presente. Algo real de lo que arrepentirse, algo real que festejar y no esta empalagosa literatura de blog de provincias.

Yo no tuve nada de eso pero tuve otras cosas, claro. Una semana preciosa en Atenas. Un montón de chicas de las que enamorarme y recrearme en el imposible y una primera relación que llegó justo fuera de tiempo, es decir, al segundo año de universidad, cuando la perplejidad seguía, claro, pero ya muy trillada. Un amor resabiado, más que otra cosa. En fin, lo bonito de la canción, lo bonito de esos recuerdos es la posibilidad de asociar un año, un curso, a tu vida. Eso, por supuesto, cambia con el tiempo por una cuestión de acumulación. Incluso un obseso de la memoria como yo tiene problemas para identificarse con el año 2012 -denme tiempo, denme tiempo...- pero si me mencionan ´94-´95, así, de seguido, imposible que no lo haga mío. Una mañana de mayo, un instituto y el nombre de una canción que llena el cerebro. Aquella que festejaba el espíritu adolescente.

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Empiezo la lectura de "Yeah, yeah, yeah!", de Bob Stanley, cortesía de la Editorial Turner. Es un libro destinado a hacerme feliz y de momento no se está resistiendo. Una de las primeras menciones es a los Shadows y, en concreto, al "Apache". Hubo un día en el que no hacía falta poner a Marta Sánchez para vender tu vuelta ciclista de turno. Puede que pocos se acuerden, pero Induráin ganó su primer Tour a ritmo de "Apache", siempre de fondo mientras los comentaristas divagaban sobre escapados y estilistas.

No solo eso, para su primer Giro, la RAI eligió el "Nessun dorma", lo que fue inmediatamente aprovechado por nuestro profesor de música para hablarnos de Puccini y ponernos el aria entera mientras comentaba y traducía por encima del tenor. No sé si ahora se da música en los institutos o no porque supongo que forma parte de esas materias que "no sirven de nada", pero aquellas clases eran una gozada. No en el momento -eran a las ocho o las nueve, primera hora, edad difícil- pero desde luego sí en la distancia. Las cantigas de Alfonso X, el dodecafonismo de Schönberg.

Creo recordar, de hecho, que aquel hombre nos parecía un loco, con tanto entusiasmo. Era un entusiasmo algo solipsista, desde luego, como si quisiera conectar no ya con la panda de imberbes que tenía delante sino con lo que esos imberbes serían veinticinco años después. Pedagogía a largo plazo, sin urgencias.

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Josep Borrell va a la SER y le da un baño a Pepa Bueno. De hecho, las posibilidades de que Josep Borrell vaya a cualquier lado y te dé un baño son altísimas. Justo al final de la entrevista, Bueno le dice al ex ministro: "Le veo muy enfadado" y él le responde "enfadado no, ¡enfático!" y de nuevo me recuerda a mi admirado Fernán Gómez. Borrell es de los pocos políticos que admite el debate porque no pervierte el lenguaje; es más, lo revaloriza. La palabra justa con el significado justo. En caso de trampa, no queda más remedio que la retirada.

Por otro lado, hay que ser justos con la periodista: si Borrell se luce -como decíamos precisamente de Fernán Gómez en sus charlas con Enrique Brasó- es porque Bueno sabe echarse a un lado. No es lo  habitual en tiempos de periodistas estrellas. Se niega a que sus oyentes se pierdan una sola de sus argumentaciones y no pierde demasiado tiempo en rebatirlas o en "mejorarlas". Te invito y te dejo hablar, un formato casi olvidado. Pudo lanzarse a defender al grupo PRISA o pudo quejarse de la condescendencia de su interlocutor. No lo hizo. Prefirió asumir el perfil bajo, el que le correspondía.

Es decir que sí, que le dio un baño, pero que ella ya llevaba el bañador puesto de casa y la toalla para secarse.