jueves, septiembre 15, 2016

Fariña, entre otras cosas



Las vacaciones fueron extrañas. Por módulos. Híbridas. Pasamos un mes en Moralzarzal pero los dos bajábamos a Madrid a trabajar en días alternos. El que no viajaba nunca era el Niño Bonito, aferrado a su rutina de toboganes, columpios y aceitunas con patatas en cualquier terraza. A finales de agosto nos fuimos a Girona para tener al menos una semana de intimidad al año. A muchos padres la idea les sorprende a la vez que les pone los dientes largos. Habrá casos y casos, pero en principio parece lo más sano del mundo.

En Girona buscábamos la Toscana de nuestra luna de miel y no la encontramos más que a intervalos, lo que nos obligó a modificar expectativas, algo que no se nos da precisamente bien. La base era un hotel de Llafranc junto a una playa superpoblada y las excursiones incluyeron L´Escala, sus maravillosas ruinas de Empuries, la zona de Peralada, la de Pals, la de las playas interminables de Tossa del Mar, Platja d´Aro y Blanes, con su Ruta Bolaño incluida, el vértice afrancesado de Cadaqués, Roses y el Cap de Creus y, para terminar, un día entero junto a los Pirineos, curvas y recurvas y monasterios románicos en cada esquina.

Demasiado sol, quizá. Demasiado verano. Nunca fui un hombre de veranos, más bien de otoños, de Siena a las ocho de la tarde de un mes de septiembre mientras el Barcelona se juega la liga en Vallecas. Decadencia.. En Girona, la decadencia la tienen muy bien racionada y eso es un acierto. Dalí, Duchamp y poco más. Lo justo y necesario, porque incluso las ruinas tienen vistas al mar. El último día cogimos un velero y visitamos calas, incluso nos bañamos en alguna de ellas.

Es un decir, la Chica Diploma se bañó, yo bajé las escaleras del velero, me metí en el agua, verifiqué que sigo sin saber nadar y me agarré al barco como un náufrago.

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También hubo tiempo para leer. Libros de amigos, que son los más peligrosos. Devoré en poco más de un viaje de AVE el "Nos vemos en esta vida o en la otra", de Manuel Jabois. Parece complicado entender que, teniendo en cuenta que hablamos de un escritor de moda y de un tema que no debería dejar nunca de interesarnos, el libro no parezca haber tenido la repercusión esperada. Es magnífico. Jabois se maneja bien en la complicidad casi alcohólica y mucho mejor en la distancia. Cuando combina ambas cosas, es sencillamente sublime.

Después llegó "Libre directo", de Pepe Albert de Paco. Es un "Hooligans ilustrados" adelantado a su época. Un año siguiendo al Espanyol y siguiéndose a sí mismo. La temporada 2002/03, si no me equivoco. Todo en Pepe es certero y emotivo, incluso los apartes. A "Libre directo" le pasa un poco como a los "Diarios" de Iñaki Uriarte: ganan con el tiempo. Ganan incluso en los comentarios precipitados porque están avalados por el contexto. No solo es un "así eran las cosas" sino un "así pensábamos que eran las cosas", que dice mucho más de nosotros. Lo contrario sería una triste hemeroteca condensada.

Por último, "Fariña", de Nacho Carretero. Cuando le escribí a Nacho para comentarle que había leído el libro no sabía qué decirle. No tenía nada original que aportar. Es un libro sencillamente prodigioso. En sus mejores momentos, una versión ampliada y exhaustiva de "Airbag". Contrabandistas, narcotraficantes, casinos y putas de lado a lado de la frontera. Políticos, alcaldías y yates en alta mar. "Fariña" es tan bueno como todo el mundo dice que es. Supongo que si le escribí fue porque muchas veces los escritores necesitamos eso: que alguien, una vez pasada la burbuja inicial, te confirme que todos tenían razón y que no era un mero espejismo: que has escrito un libro sensacional y puedes descansar tranquilo.

Alguien podría pensar que hablo bien de los libros porque conozco a los autores pero es mucho más sencillo que eso: conozco a los autores porque me gustaban sus libros de antes.

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Mediáticamente, lo de Diana Quer no podía acabar bien. Nos pilló en Girona, si no me equivoco, alguna de esas mañanas de preparativos, cremas solares a punto, repelentes de mosquitos, mapa con las carreteras marcadas, itinerario de pueblitos sobre un folio en blanco... Uno no va al programa de Ana Rosa ni a Espejo Público a pedir ayuda confiando en que se la vayan a dar. Cuando rozas esos programas, aun con la mejor fe del mundo, incluso dentro de la más absoluta desesperación, sabes que entras en el infierno. Pasas a ser Rosa Benito; tu hija, poco más que Chayo Mohedano.

En las primeras conexiones, el matrimonio aparecía unido y convencido de la necesidad de dar el paso a la televisión, esa enorme trituradora. Tres semanas más tarde, su divorcio copa portadas, la vida íntima de la niña -whatsapps incluidos- es comentada por los tres o cuatro depredadores de turno y sus fotos sirven de fondo sin pudor alguno, como un pase de diapositivas en bucle. Todo el mundo es culpable o sospechoso. Todo es un circo. El habitual grupo de carroñeros a la puerta de las urbanizaciones para asaltar a los visitantes.

Mientras tanto, la niña sigue sin aparecer. Era de esperar. Ni Susanna Griso ni Ana Rosa Quintana encuentran desaparecidos. Lo hacen la Guardia Civil y la Policía. Fuera de eso, más que dioses conviene esperar bárbaros.