viernes, septiembre 16, 2016

Los septiembres felices


A esto le llamábamos pretemporada y eran las tres o cuatro semanas más felices del año, las de la adrenalina disparada, las expectativas, la combinación de vacaciones con amagos de otoño. Septiembre era el mes que hacía posible octubre, el mes que permitía la felicidad del resto del primer trimestre, hasta que llegaban las navidades y te dabas cuenta de que todo seguía más o menos donde estaba. Mis septiembres eran meses de Parque de Berlín y primeros jerséis, partidos del Estudiantes en torneos extraños y viajes a Cuenca llenos de spaguetti y macarrones.

Eran septiembres felices, sin obligaciones, con la sonrisa del tramposo,del que ve que el mundo ha empezado a girar pero tiene aún carta blanca para quedarse tumbado, inmóvil, paciente... En el colegio, podía disfrutar de dos o tres domingos de fútbol y transistor antes del primer madrugón; en el instituto, la cosa se disparaba a cuatro o cinco, un mes entero de preparación y puesta a punto.

Ahora, por supuesto, es otra cosa. Ahora podríamos calificar el 16 de septiembre como "el día de mierda" oficial, el de los sueños rotos. El día despertador si no fuera porque aún queda ese terrible 1 de octubre y el aún más terrible sábado en el que las tres serán las dos y las noches llegarán avasallando. Septiembre es más bien un agarrarse con las uñas al acantilado, el último tramo de tierra firme antes del baño de realidad. Un crescendo de atascos y colas en el supermercado. La realidad, viscosa, colándose por cualquier rendija.

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Hablando del instituto: este año hace veinticinco que empezamos el bachillerato. Algunos venían del Ramiro versión EGB y la mayoría veníamos de cualquier otro sitio. Sería un buen momento para celebrar algo. Las bodas de plata de nuestra adolescencia. Le he estado dando vueltas al tema durante mucho tiempo, pero la realidad es obstinada -muchos de mis compañeros se han tenido que ir a trabajar fuera de España- y mi miedo, atroz.

Estuve a punto de comentárselo a T. cuando la llamé para felicitarla por su cumpleaños pero al final no pude hablar con ella. Estaba convencido de que T. daría una buena medida de la viabilidad del proyecto y hay que entender el hecho de que no devolviera la llamada como una excelente evaluación de daños. Me duele seguir quedando con mis compañeros de colegio de vez en cuando y mantener esta relación gélida con los que fueron casi mis hermanos durante cuatro años, por muchos problemas familiares que tuviéramos.

No sé qué hicimos mal. Quiero decir, sé perfectamente todo lo que hicimos mal, o  muy mal incluso, pero no sé qué nos impide darnos cuenta de que no éramos más que unos críos condenados a hacer todo el daño del mundo. Quizá haya llegado la hora de perdonarse. Quizá haya llegado el momento de vencer el miedo o de romper el hielo, sin más, y darse un abrazo. Lo peor, lo realmente insoportable, sería que en realidad el miedo o el respeto o la distancia no jugaran aquí ningún papel sino que el problema fuera el desinterés. Algo parecido al olvido.

Pero no, no puede ser. Tienen que acordarse. Qué triste que yo fuera el único que sigue anclado en los noventa.

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El protagonista de "Chesil Beach" ha nacido en 1940. Su autor, Ian McEwan, en 1948. Me pregunto cómo sería escribir sobre alguien nacido en 1969. Creo que me resultaría imposible. Puede que el caso británico no sea como el español, es decir, que esos ocho años de diferencia trufados de dictadura no sean tan importantes si te has criado en el Londres de posguerra compartida. No lo sé. Puede también que no sea esa la cuestión, sino mi incapacidad para entender cómo vivió tal momento, tal canción, tal año, tal película alguien ocho años mayor que yo.

¡Qué sé yo lo que sería escuchar por primera vez el "Planet Telex" con veinticinco años y a qué vendría intentar ponerme en ese lugar!

Este mismo mes de julio, caminando por Málaga, Montano y yo recordábamos la Vuelta a España de 1990, los boletines de García, las discusiones nocturnas de los directores deportivos... yo tenía trece años, él tenía veinticuatro. Al parecer, lo vivimos todo con el mismo entusiasmo. Sin embargo, y aunque puedo explicar al detalle cómo entendía García, Giovanetti o Cabestany un preadolescente, me es imposible trasladar esas sensaciones a un hombre con su título universitario bajo el brazo.

McEwan no, Mc Ewan se va a 1962, a sus catorce años, a la calma que  precede a la tempestad Beatle, y cuenta la historia de un recién casado de 22 años valiéndose del contexto, del detalle, de tal disco o tal manifestación. Que él pueda hacerlo y yo no sea capaz supongo que dice algo de nuestras respectivas capacidades como novelistas...

... Aunque no sé si aquí estamos hablando de novelistas o de historiadores, que por mucho que se confunda no debería ser lo mismo.

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Empieza el Festival de San Sebastián. No estoy. Hay años en los que mi familia tiene que aguantar que desaparezca diez días y años en los que mi familia tiene que aguantar que me pase diez días quejándome y protestando en cada telediario. No tienen manera de acertar, vaya.