Lo que yo quería decir aquí, más que nada por si algún día mi hijo lo lee, es que yo he hecho un montón de cosas chulas y ya llevaba un buen tiempo sin hacerlas. Es decir, que sobrevivía a base de escudriñar el último Real Madrid-Ajax y aventurar sobre la carrera de Luka Doncic, pero no era más que eso: pura supervivencia. Que, en estos veinte años de coqueteo con el periodismo y la literatura, han sido muchos más los pros que los contras. Que le he aguantado la mirada a Robert Rodríguez mientras se tomaba un plato de patatas fritas con ketchup en una suite del Ritz, que he conseguido que Terry Gilliam se tumbara en un sofá para poder hacerle unas fotos más divertidas o que he despertado a las ocho de la mañana a Bret Easton Ellis para preguntarle a bocajarro sobre la frase "There is no power like my pretty power", de Courtney Love.
Que he ido a decenas de festivales de cine y de literatura y me lo he pasado genial. Que he visto crecer a toda una generación de músicos españoles, los mismos que ahora copan las salas y las radios. Que he fundado una revista, que he creado mi propio festival de música y poesía, que he vendido cortometrajes, que he trabajado en una cadena nacional de radio con mi propia sección en directo y que he firmado durante años en la Feria del Libro, a veces más, a veces menos... Que muy probablemente nunca he sabido venderme mejor ni hacer entender que yo valía para todo esto -porque valía, eso estaba claro-, que nunca he recordado lo suficiente, por ejemplo, que yo he tenido columna fija de opinión en dos periódicos digitales importantes y que en ambos me pagaban bastante bien.
Que quizá dejé que Twitter comprara demasiado fácilmente la teoría por la que yo solo era un periodista deportivo y olvidara mis relatos, mis novelas, mis intimidades contadas en este y otros blogs. Que no supe imponerme a la hora de exigir entrevistas que fueran más allá de Risto Mejide o la página de consolación que me dieron tras mandarme a Roma a entrevistar a Philip Glennister. Sí, hice cosas chulas y luego dejé de hacerlas y no sé muy bien por qué. Mi vida cambió en muchos sentidos y la "industria" cambió en muchos más. En GQ y en Líbero me despidieron sin llegar a decirme nunca que me habían despedido, limitándose a no contestar propuestas tras años de colaboraciones; en JotDown están viviendo unos apuros económicos que ni siquiera ellos se preocupan en ocultar y en Letras Libres me acaban de comunicar que el nuevo equipo no está muy interesado en el deporte, lo que me deja sin ingreso alguno vinculado con el periodismo.
En cualquier caso, todo esto es normal. Hay muy poco espacio para gente que no grite y somos muchos los que intentamos hacernos un hueco. La mayoría, tan buenos o mejores que yo, porque al fin y al cabo para analizar el juego de Benzemá tampoco hace falta tener un doctorado. Es normal que las editoriales no apuesten salvo por lo que ven claro y es normal que las revistas se desocupen de buscar el talento cuando hay tanto talento llamando a la puerta que es imposible distinguirlo. El otro día hablaba con Gonzalo Vázquez sobre todo esto y no podía sino mostrarme optimista. Creo que las cosas van a ir bien. No a corto plazo, quizá, pero en algún momento. Yo y mi fe inquebrantable en la estadística. Si todo va bien, en 2020 publicaré otro libro y antes, alguien habrá contactado conmigo para ofrecerme algo. Que haya perdido colaboraciones en unos veinte medios durante los últimos siete años no debe hacer olvidar que hubo veinte medios pidiéndome que colaborara con ellos en un momento u otro de estos siete años.
Así que, en fin, que aquí estoy. Libre como el viento. Capaz de hacer algo más que hablar de Roger Federer pero dispuesto a hablar de Roger Federer si hace falta. Si les interesa, avísenme. Pero que sea un interés sincero, que uno ya no tiene edad de perder el tiempo.
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Tras el 8M llegó el 9M y la rebelión de los señores. Sorprende la cantidad de gente que no entiende nada sobre el feminismo y que se sienten amenazados por algo tan obvio como es la reclamación de la igualdad. "Ya somos iguales", dicen, contra toda evidencia, e intuyen que lo que se está pidiendo en realidad es una especie de venganza. Lo llenan todo de ideología porque no entienden la realidad de otra manera y por eso atienden solo a los mensajes ideológicos que llegan del otro lado, que no dejan de ser una enorme minoría. Ven al feminismo como un enemigo, como algo que ha venido a tocar las pelotas, como algo intrascendente e innecesario. Piden a gritos que todo quede como está. En definitiva, dejan bien claro que las cosas no les van nada mal así.
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Vemos la primera parte del documental sobre Michael Jackson y el abuso a los niños. Diego Manrique lo califica de plano y soporífero y algo de razón tiene. Los testimonios no aportan nada nuevo a partir de las tres primeras confesiones. Apela Manrique además al hecho de que a Jackson ya se le juzgó por casos similares y siempre fue declarado inocente. No siempre. En 1993 llegó a un acuerdo extrajudicial con la familia de un niño que años después reconoció que se había inventado todo para sacar dinero.
Compara también el crítico la situación de Jackson con la de Woody Allen, pero aquí creo que merece hacerse una distinción. A Woody Allen no le han acusado decenas de menores durante veinticinco años, solo una, su hija, y el caso no llegó ni a juicio con lo que no hubo ni acuerdo extrajudicial porque nadie creyó la versión de Dylan ni la de su madre. Cada ataque a Woody Allen no es más que la repetición del mismo ataque mientras que los ataques a Jackson vienen de todos los lugares del mundo, estos últimos desde Australia.
Para el espectador, por tanto, hay tres posibilidades: una, la que pide el documental a gritos, es creerse a pies juntillas la versión de los acusadores y ver a Jackson como un monstruo; otra, la que pide Manrique, obviar todo lo dicho como una repetición de lo que ya dijeron otros con mayor o menor elocuencia y dar el caso por juzgado y olvidado. Posiblemente sea lo mejor para todos porque si se demostrara que efectivamente Michael Jackson estuvo abusando de niños durante casi dos décadas mientras paseaba públicamente de la mano con ellos por todos lados delante de las cámaras como si nada, el papel de la prensa y de la prensa musical en concreto no quedaría demasiado bien.
Hay, sin embargo, una tercera, que es suspender el juicio. Reconocer que algo huele a podrido en Dinamarca pero no participar del linchamiento. De momento, y a falta de ver la segunda parte, es a la que me atengo.