Tony Judt termina su portentoso "Postguerra" con un chiste armenio:
"¿Es posible predecir el futuro? Sí, no hay problema. Sabemos exactamente cómo será el futuro. Nuestro problema es el pasado: que siempre está cambiando...".
En efecto, la modificación de los hechos del pasado para interés propio ha sido y es una constante en la política mundial. Lo que no se había visto hasta ahora -no al menos en democracia, no en estados de derecho- es tal manipulación del presente. La facilidad para mentir a sabiendas sobre lo que está pasando, sobre lo que acaba de pasar, con datos falsos, sacados de webs imposibles o directamente inventados. En esto llevan un tiempo los partidos de oposición, asegurando que el gobierno ha hecho cosas que no ha hecho... pero justo es decir que no es un invento suyo: Podemos ha basado buena parte de su actividad en las redes en difundir un bulo tras otro o, en el mejor de los casos, en retorcer los datos hasta que dijeran exactamente lo contrario de lo que de hecho decían.
Tampoco es fácil encontrar momentos en la historia reciente en los que el futuro haya importado tan poco. Cualquier proyecto de futuro es catalogado inmediatamente de "demagogia" y solo quedan proyectos de pasado: volver a 1996, volver a 2011, volver a Don Pelayo... El asunto no es ya entusiasmar al elector con promesas exageradas sino llamar a sus entrañas, cultivar el odio al otro visto siempre como enemigo -"traidor, felón, fascista..."- antes que como conciudadano. En Madrid, por ejemplo, estamos viviendo una cosa inaudita: el candidato Martínez-Almeida ha llenado buena parte del mobiliario público para promocionar su candidatura... sin hacer una sola referencia a lo que va a hacer. Todos los anuncios consisten en poner fotos o declaraciones de Monedero, Carmena, Puigdemont, Sánchez... e insistir en que "ellos no quieren que Almeida sea alcalde".
Efectivamente, en Waterloo están preocupadísimos con la cuestión.
El triste mensaje post-punk, post-grunge "no hay futuro" que fue lo que estalló recientemente en el 15-M y sus derivados no parte ya de "la juventud ociosa" como queja vacía sino que se fomenta desde las propias élites: a nadie le interesa construir nada en común. Durante décadas, comunistas y anti-comunistas se han estado tirando el "1984" de Orwell a la cabeza: "Habla de vosotros; no, habla de vosotros". Nunca imaginamos que hablaría de
nosotros, de la famosa generación empoderada y sabelotodo que es capaz de creerse cualquier cosa que Steve Bannon le ponga en Facebook con enlace incluido. O esto acaba pronto o va a acabar mal. No vale con que determinados partidos se arroguen la superioridad intelectual de "somos la única alternativa sensata". También hay que demostrarlo. No tiene sentido llenar la plaza de Colón de banderas e improperios por un hecho falso cuando has estado sosteniendo a un gobierno al que la realidad le golpeó en forma de referéndum ilegal y declaración unilateral de independencia en los morros mientras seguía intentando que Santi Vila les prometiera algo que les gustara.
O eso quiero creer, claro, que a lo mejor es demasiado optimista.
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Siguiendo con Tony Judt, las tardes de autobús las dedico a su pequeño libro de ensayos sobre León Blum, Albert Camus y Raymond Aron. Tres intelectuales que supieron decir "no" a las irresponsables mareas de opinión francesas. Tres intelectuales que se ganaron a pulso la marginalidad -una marginalidad, por otro lado, muy matizable, pues Blum fue primer ministro del país y Camus recibió el premio Nobel- por mantenerse firmes respecto a sus ideas. Atrae, en cualquier caso, la extraña relación de Judt con Francia, en general. Extraña, digo, porque Judt era un experto en historia francesa y cursó buena parte de sus estudios en ese país... y sin embargo, o precisamente por ello, no duda a la hora de arremeter contra sus prebostes.
Si "Posguerra" está lleno de críticas voraces contra Mitterrand y su cínico "sentido de estado", en este librito llamado "The burden of responsibility" encontramos mandobles en todas las direcciones: la derecha antisemita, el comunismo vendido a Moscú, el existencialismo estupendista, el compromiso con el horror... Lo otro curioso es que, a la espera de ver qué pasa con Aron, ni siquiera las partes dedicadas a Blum y Camus son decididamente elogiosas. Se salvan de la quema y eso es todo. Judt va exponiendo todas sus carencias para después intentar disculparlas en nombre de la buena fe.
El último libro de Judt se llamó "Algo va mal" y todo apunta a que incluso un pesimista como él se quedó corto.
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Volvimos al cine. Vimos "La favorita" y nos gustó. Había algo de "Canino" en cada plano pero un algo mitigado, lo que es muy de agradecer. Decía Segurola en la radio que le sobraba media hora pero probablemente con prescindir de los últimos quince minutos sería suficiente. Las tres actrices están soberbias, pero eso ya lo habrán leído en muchos otros sitios y a estas alturas una de ellas tiene incluso un Oscar en su casa. La indeterminación histórica ayuda: sabemos que es Inglaterra e intuimos que es una recreación del siglo XVIII, pero en realidad podría ser cualquier lugar en cualquier momento. Eché en faltar algún reconocimiento para Nicholas Hoult, pero eso son debilidades propias, supongo.
También vimos "Tu hijo", aunque esta vez en casa. Tal vez no fue la mejor decisión posible.