jueves, marzo 28, 2019

La haine


"La haine (El odio)" es la típica película generacional que cualquiera que tenga en torno a cuarenta años recordará fácilmente pero que no ha pasado a la historia del cine, o no al menos a la del cine comercial. La película empezaba con el relato de un hombre que se tira desde lo alto de un edificio de diez plantas y a cada piso va repitiéndose a sí mismo: "Hasta aquí, todo va bien... hasta aquí, todo va bien...". Pero lo importante, recuerda el narrador, no es la caída sino el aterrizaje.

Me pregunto qué clase de aterrizaje tendremos nosotros. Ni siquiera sé quiénes somos nosotros, la verdad. ¿España? ¿Europa? ¿El mundo occidental? ¿El mundo, sin más? Nunca el odio ha llevado a algo que no sea la violencia. Es cierto, y en eso hay que darle la razón a Pinker y a sus defensores, que de manera asombrosa, milagrosa casi, la sociedad resiste. Resiste las insidias, las mentiras y la falsificación constante de los hechos. Resiste a la mediocridad y al relativismo. Donde antes las masas enfurecidas lincharían al enemigo solo por el hecho de que alguien hubiera decretado que es el enemigo, ahora se le tritura en las redes sociales y ahí queda la cosa.

Puede que, después de todo, con Internet esté pasando lo mismo que pasó con el fútbol en la posguerra, que no sea sino un útil artificio para volcar ahí toda nuestra bilis y evitar que nos matemos por la calle.

Porque, a veces, da la sensación de que hay demasiada gente deseando que nos matemos por las calles. O al menos, que nos despreciemos, que no reconozcamos al otro como un igual con ideas distintas, sino, en palabras del siglo XVIII rescatadas por el propio "presidente del mundo libre", como un enemigo del pueblo. Entrar en las miserias del día a día de estas trescientas campañas electorales por las que está pasando España me da una pereza enorme, pero tampoco puedo pretender colocarme por encima del bien y del mal, o al menos no ahora. Puedo cambiar la emisora y escuchar una vez más "Twist and shout" en Rock FM pero, ¿no estaría haciendo como el hombre que al pasar por el quinto piso respira aliviado porque aún no le ha pasado nada?

De la mediocridad de la izquierda se ha hablado aquí muchas veces. La mediocridad de Iglesias, la mediocridad de Sánchez. La mediocridad casi como forma de entender la política Ahora bien, de la mediocridad al odio hay un paso gigantesco. De la mediocridad a la mentira organizada hay un salto al abismo. Recientemente, el candidato a la Comunidad de Madrid por Ciudadanos afirmaba solemnemente que jamás entraría en un gobierno con Ángel Gabilondo por el apoyo del PSOE al independentismo catalán. Hemos llegado a un punto en el que Ángel Gabilondo es un paria del constitucionalismo mientras los "sin complejos" son nuestra salvación.

Hemos llegado a un punto en el que el partido que estaba en el poder cuando la ANC les montó el 9-N (y miraron descaradamente a otro lado), el partido que estaba en el poder cuando Puigdemont rompía frente a las cámaras resoluciones del Tribunal Constitucional, el mismo del que dependía garantizar que no hubiera un referéndum el 1-0 y el que aún tuvo el cuajo de mandar cartas a la Generalitat para preguntar si de verdad habían hecho una declaración unilateral de independencia o si estaban de broma, acusa a los demás de vender España y querer partirla. Presume de ser "el único" que puede acabar con el conflicto que les estalló a ellos a la cara y culpabilizan de la situación, no ya a los propios independentistas sino incluso a cualquiera que haya negociado algo con ellos alguna vez.

El tipo que hablaba catalán en la intimidad, muy chulito, diciendo "lo de la derechita cobarde no me lo dicen a mí a la cara".

Y detrás, van todos. Detrás va Ciudadanos, vaya, pero no solo Ciudadanos también la inmensa prensa afín. Esta mañana, un personaje que es una vergüenza para el periodismo -no es el único, desde luego- afirmaba en Onda Cero que "en Cáceres, en Zamora... castigarán a Sánchez porque no van a olvidarse fácilmente de lo que ha pasado en Cataluña, no son idiotas". ¿Qué ha pasado en Cataluña? ¿Qué demonios ha hecho el peligroso, felón y traidor Sánchez en Cataluña más allá de apoyar el artículo 155 cuando así se lo solicitó el gobierno de aquel momento, el que formaba el PP con el apoyo parlamentario de Albert Rivera?

Y el problema no es ese, por supuesto, porque estos personajes están a sueldo de la mentira. Son los pastores del odio. El problema es el resto de la tertulia -salvo Rubén Amón, todo hay que decirlo- callando ante la mentira, permitiendo que no ya la opinión sino la distorsión de los hechos resuene por las ondas como si fuera verdad. Que los encargados de amar los hechos como si fuera su propia vida, los que se supone que han hecho de la realidad su profesión, callen ante tal tergiversación. Eso es lo desolador. Los que callan. El horror se divide siempre entre los que hacen, los que colaboran y los que callan. Puede que el horror esté cerca y puede que no. No sé, simplemente tengo la sensación de que los pisos se van acabando.

*

Aún no sé si "Merlí" es una gran serie. Sí sé que te vende la idea de que podemos hacer del mundo un lugar un poco mejor. Todos, pero especialmente los profesores... y aun más los profesores filósofos. Y yo necesito ahora mismo que alguien me venda la idea de que el mundo puede ser un lugar un poco mejor y que yo puedo ayudar a ello. Aunque no acabe de creérmelo.

*

Después de Onda Cero, como he dicho antes, vino Rock FM. Yo no puedo explicar con palabras lo que la música me hace sentir. Yo no puedo explicar de una manera racional, una manera que todos entiendan lo que recorre mi cuerpo cuando pronuncio la palabra "Incesticide" o cuando veo en YouTube una sugerencia del "For Tomorrow" de Blur o cuando paseo por los pasillos de la Escuela tarareando "I took a showgirl for my bride, thought my life would be brighter, took her bowling, got her high... took myself a showgirl bride". Puedo explicar más o menos, e incluso a veces me cuesta, alguna película o algún libro. Pero, ¿la música? No. Imposible. Nada me es más íntimo y nada resume mejor mi vida.

Ayer, viendo la -para mí larguísima- última secuencia de "Cinema Paradiso" se me ocurrió pensar que la mejor despedida que nadie podría darme sería una lista de reproducción. Una canción tras otra. No haría falta nada más, porque las personas, los momentos, ya estarían ahí, inmediatos, perros de Pavlov.