Lo que recuerdo de los cursos de idiomas, los del Institut Français, los de Istituto Italiano di Cultura, los del Goethe Institut... son las canciones. El excelente gusto de los profesores para elegir canciones pegadizas que pudiéramos recordar con los años. Creo que con el inglés es más complicado porque el inglés está demasiado sobado en nuestros oídos y yo lo intento, claro, y les pongo Paul Simon o Leonard Cohen, pero no, no es lo mismo que el "Bella" de Jovanotti o el "Tre parole" de Valeria Rossi, incluso el "Michelle" de Gerard Lenorman, ese gran hortera, que marcó de estética perdedora toda una adolescencia.
Con todo, me quedo con Jacques Dutronc, el maravilloso Jacques Dutronc. No sé quién nos puso "Il est cinq heures, Paris s´eveille", probablemente fuera Valerie en aquel intensivo de julio, pequeño campamento de verano en Marqués de la Ensenada. Uno empieza con Dutronc y no para, como le puede pasar con Gainsbourg, Brel o Hardy o en menor medida con France Gall. Por supuesto, estamos de nuevo hablando de estética, esto es, no solo la música sino la sensación de que el que la canta va completamente mamado, está totalmente perdido y todo ello le hace el hombre más feliz del mundo.
Y si esa estética le encanta a él, ¿cómo no te va a encantar a ti? París a las cinco de la mañana, las chicas preciosas del barrio de las que enamorarse a cada momento y esos setecientos millones de chinos (y yo, y yo y yo...). Cuando la Chica Diploma pone los discos de nuestra boda en el coche, solo pierdo la compostura con dos canciones: "Je veux te voir", de Yelle, y la prodigiosa "Ça planne pour moi", de Plastic Bertrand. Supongo que el francés es un idioma que gana con la distancia y lo bueno, precisamente, es que siempre está lejos.
Hasta que alguien se preocupa en acercártelo.
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Hablando de los cursos de idiomas, menudos años raros aquellos. Todo empezó en 2000 con el alemán, continuó en 2001 con el francés y en 2002 perfeccioné el italiano por si acaso a mi mujer le picaba un mosquito en plena luna de miel y tenía que explicárselo a una dermatóloga en el hospital de Siena. Para que luego digan que no soy previsor. Aprendía idiomas porque estaba perdido y diría, incluso, que "perdido" se queda corto.
De aquellos años -y para resumirlo todo, vamos a quedarnos solo con 2001- recuerdo las mañanas viendo videoclips en Quiero TV, los peores videoclips posibles, como los de Paulina Rubio o Jennifer López, y los mejores, como el "Rock DJ" de Robbie Williams o el entrañable "Lady, hear me tonight", de Modjo, con esos tres adolescentes descubriendo mundo, tan frágiles, tan indefensos y a la vez tan felices contemplando el abismo, como si esperaran que Holden Caulfield viniera a rescatarles en cualquier momento.
No solo eso, claro: la Nochevieja que pasé viendo el streaming de GH1, incluso compartiendo sus resacas del día siguiente en el 24 horas que inventaron los de Endemol. Los chats de internet, las chicas que conocía en chats de internet y con las que acababa acostándome por la noche o simplemente volviéndome por donde había ido. Noches de Ópera y noches de La Latina. Viajes a Bilbao y a Santander y a El Bierzo. Ellos no me querían a mí y yo no les quería a ellos, como la canción de Elastica. Bares a la salida del metro de Núñez de Balboa, explosiones en Nueva York.
Aun así, lo más raro fue ese trabajo que me llevó de Pacífico a Haarlem con el ojo hinchado y esa semana releyendo emails y viendo putas en el Barrio Rojo con mis jefes. Los emails con nombres de canciones que le mandaba a la Chica Langosta y que ella contestaba casi al instante, como si de alguna manera se sintiera sola. Tenía sentido, al fin y al cabo vivía por entonces en otro continente. Cuando T. me dejó, yo tuve un amago de re-enamoramiento y ella salió corriendo a Iowa City en una maniobra que se debería estudiar en todos los libros de táctica militar. Una noche de verano fuimos a ver a Canaletto a la Thyssen. Nos sentíamos muy cómodos en la pedantería. Tan cómodos que creo que nos podríamos haber quedado ahí para siempre.
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