Marhuendas aparte, algunas diferencias entre el caso Rita Maestre y el caso Guillermo Zapata: puede que el humor denote una visión del mundo y si esa visión es ofensiva, bien está que uno pida disculpas y se abstenga de ocupar cargos de representación pública. No digo que sea obligatorio, pero bien está. Ahora, entrar en una capilla, enseñar las tetas y gritar "Arderéis como en el 36" no admite muchos matices. Eso sí que es una visión del mundo y lo demás son tonterías. Rita Maestre y los demás organizadores de la performance tenían todo el derecho a estar ofendidos porque hubiera una capilla católica en una universidad pública, pero de la ofensa a la revancha hay un trecho y ese trecho conviene no disfrazarlo sin más de "activismo".
Yo, como ateo redomado, tengo la suerte de que me ofenden pocas cosas. Me da igual que se construyan mezquitas mientras no recluten yihadistas y me es lo mismo cuántas capillas o catedrales tenga una ciudad siempre que los curas no toqueteen a los niños, algo que por otra parte no es competencia exclusiva. Mi ofensa está en el delito, vaya, nunca en la fe, por absurda que me parezca. Si he de luchar por la aconfesionalidad del estado lo haré con las armas legales a mi alcance sin necesidad de andar atacando a nadie.
Porque, al fin y al cabo, Rita Maestre no fue a esa capilla a desnudarse porque tuviera calor sino porque sabía que así les jodía bien a los de dentro. En su puta cara. Como si voy yo y me saco el rabo, vaya. Muchos han querido exculparla con la vana excusa de que "era demasiado joven" pero entre los excusadores ni ha estado ella ni ha estado el líder de su partido, Pablo Iglesias. Ambos consideran que eso es "activismo", à la Nelson Mandela, y elevan bien orgullosos el mentón. Puede que tengan motivos para el orgullo, yo en eso no entro. Lo que tengo claro es que luego no puedes ir representando y dando voz desde el gobierno a esos mismos a los que has querido aguar la fiesta solo por darte el gusto.
Hubiera bastado, como Zapata, con pedir perdón y reconocer que las cosas que no nos gustan no se solucionan a las bravas, pero eso sería, precisamente, renunciar a su visión del mundo. Lo que va, insisto, del chiste al acto.
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Las mañanas transcurren al ritmo de los Ting Tings. No sé por qué. Tantas veces he escuchado el "We started nothing" que he acabado encontrando un patrón en "That´s not my name" que me recuerda al "Bella figlia dell´amore" de Rigoletto. Fíjense a partir del minuto 2:30 aproximadamente, cuando Katie White se interrumpe a sí misma y sobre el "Are you calling me darling, are you calling me bird?" vuelve a recitar el estribillo "They call me Bell, they call me Stacey, they call me her, they call me Jane..." y así hasta que entra Jules Di Martino con su propio recitado -no he encontrado la letra y me pierdo entre tanta voz- y ya para rematar de nuevo White por encima de todos: cuatro voces, aunque tres sean de la misma persona, a la vez.
No es algo inhabitual en el pop inglés, incluso en el americano, aunque sí lo es en el español, donde rara vez se oye algo que no sea al cantante y las segundas voces quedan relegadas a matices de armonía sin más. La cosa funciona como un tiro igual que funcionaba el Duque de Mantua tratando de enamorar a la cortesana, la propia cortesana rechazando coqueta sus encantos, la enamorada hija de Rigoletto llorando desconsolada por las esquinas y Rigoletto, voz de barítono rencoroso, advirtiéndola: "Taci, che piángere non vale", las cuatro voces mezclándose y saliendo y entrando como si en vez de en La Scala estuvieran en un festival indie.
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El libro de Juan Tallón: llega a los relatos de Ernest Hemingway y no solo eso sino que menciona "The short happy life of Francis Macomber". Le escribo inmediatamente: llevo toda una vida intentando escribir ese relato. Una vez, de hecho, estuve a punto de conseguirlo. Los riesgos de la valentía, la constatación de que no todo el mundo está preparado para ser valiente. Me contesta que todos queremos escribir como Hemingway y cuando no lo conseguimos intentamos escribir como Monzó y cuando no conseguimos escribir como Monzó, pues escribimos lo mejor que sabemos y punto.
Tiene razón. Yo también tuve mi época Monzó y cuando lo comenté en la Escuela de Letras casi me echan antes de empezar la primera clase. Por lo demás, Tallón menciona también a Descartes y el "Discurso del Método" porque tiene un punto más novelesco que las "Meditaciones Metafísicas" aunque le falte el apéndice de comentarios de la segunda, su correspondencia con Hobbes y los empiristas británicos, su propia refutación del "Pienso, luego soy" convertida en "Yo pienso, yo soy", porque el "luego" ya implica una inferencia y toda inferencia podría ser falsa.
Pero esto no se lo digo porque no quiero parecer pesado, claro. Esto solo se lo digo a ustedes, que ya saben que no tengo remedio.