miércoles, mayo 20, 2020

La prensa de pago y la indefensión social


Lo primero que habría que decir es que la prensa siempre fue de pago. Hasta hace treinta años, por lo menos, aun con ciertas excepciones. El problema es que durante todo ese tiempo, la prensa de pago no tuvo competencia... y cuando la tuvo, lo notó: primero, la radio; luego, la televisión. La decisión de El Mundo, El País y El Confidencial de cerrar sus contenidos a suscriptores es la consecuencia de años y años de pérdida de lectores en quioscos, con la correspondiente pérdida de publicidad y la dependencia -más o menos encubierta según el caso- del dinero interesado de partidos políticos, grandes empresas y administraciones de todo signo.

El sueño de un periodismo online gratuito que mantenga unos mínimos de calidad, pueda dar trabajo y sueldo a suficientes personas y además sea rentable económicamente parece llegar definitivamente a su fin. Uno no puede vivir toda la vida de los becarios. El cambio a plataformas de pago parece una exigencia. A algunos les irá mejor que a otros, como siempre, pero no había futuro en el pasado. No había modelo en el "todo gratis". Hemos tenido veinte años como mínimo para probar algo que funcionase y no lo hemos conseguido. Pese a lo que pueda pensar aún buena parte de la opinión pública, los periodistas en su gran mayoría cobran dos duros, trabajan un montón de horas, soportan unas exigencias brutales y su seguridad contractual suele ser precaria.

Que eso cambie me parece bien. Lo que no sé es hasta qué punto la sociedad va a quedar indefensa. Y bien que se lo merece, se podría decir. Y bien que no le importa, me temo. En un momento en el que parece que los extremos ganan más fuerza que nunca y el concepto de tribu ideológica triunfa por todo el país, quedarnos sin referencias no es una gran noticia. Mientras tal partido o tal medio puede inventarse un bulo y pasarlo de cuenta a cuenta o de WhatsApp a WhatsApp sin límite aparente, la verdad apenas podrá ser compartida. Quedará solo para aquellos que puedan pagar por ella. ¿Como antes, entonces? Sí, pero con matices. Con el matiz, de entrada, de masas enfurecidas alimentadas por el mismo producto, el mismo formato, pero sin diques.

Ha sido la sociedad la que ha expulsado al periodismo y ha abrazado al entretenimiento. Las comparaciones con Netflix son constantes y a menudo burlescas: ¿por qué pagar por un periódico lo que pago por tantas series, tantas películas?, ¿qué me aporta la realidad que no me esté aportando ya la ficción? Puede que no haya habido pedagogía suficiente. Puede que el propio periodismo haya abrazado al entretenimiento de forma tan desesperada que a la gente se le hayan borrado los límites. A las 10, Javier Negre y Monedero; a las 11, lo nuevo en Supervivientes. Si la verdad queda en manos de quien quiere buscarla y no de quien se la encuentra, vamos a tener un problema gordo. Ya lo tenemos, de hecho, pero aún peor. De alguna manera, nos quedamos indefensos y no conocemos siquiera al enemigo.

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El mejor momento de la noche es, sin duda, cuando la Chica Diploma entra en el chat junto al Niño Bonito. La cara del Niño Bonito entre tantas caras, mirándose a sí mismo y mirando a los otros. Mirando a su padre -"papá, papá, cómo lo has hecho para que haya tanta gente"- y aceptando retos al parchís y a las damas. El niño frente al mundo de los mayores, buscando también su aceptación, su reconocimiento, su distancia de una infancia que a veces da sensación de incomodarle.

Los demás jugamos a ser los de antes y lo conseguimos sin problemas. La Chica Disney dice que ya no quiere ese apodo, que prefiere cualquier otro pero a mí me cuesta mucho cambiar las rutinas y eso debería saberlo. Además, "la chica Disney" le pega a la perfección, define su inocencia, incluso a los 36 años cumplidos. Nadie puede leer "la chica Disney" y pensar "joder, esa tiene que ser una hija de puta de cuidado...". Lo más probable es que quiera achucharla, envolverla y llevársela a casa. Le digo que lo pensaré solo si se le ocurre uno mejor, pero no se le ocurre y, al rato, el agobio se le pasa.

Rubio sigue siendo Rubio a las doce y media de la noche, conexión fugaz de domingo para decirle buenas noches. La Chica Selectiva parece otra desde que puede correr por la Ciudad Universitaria. Fer y Rocío, que nunca tuvieron apodos, que nunca hizo falta literaturizarlos, vuelven a estar al otro lado del café aunque esta vez el café sea una pantalla. Yo me noto cambiado, pero me gusta. Quizá la felicidad y la euforia sean cosas distintas y las haya estado confundiendo demasiado tiempo. Como un niño bonito cualquiera en el cumpleaños de su padre.

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Rocío, por cierto, pregunta "¿cómo lleva la Chica Diploma que hables de tus ex todo el rato?". Hacía tiempo que nadie me lo comentaba, más que nada porque cada vez las ex quedan más lejos y hablo menos de ellas. Es sencillo: la Chica Diploma sabe que cuando hablo de mis ex en realidad hablo de mí. Que no hay más nostalgia ahí que la nostalgia por mí mismo, más página abierta que la de mi juventud. Sabe que fui feliz y no le importa, al contrario. Sabe que necesito recordármelo de vez en cuando: decirme "qué feliz fuiste y qué bien te rodeaste y qué maravilloso y sorprendente fue cada pequeño detalle y cuánto quisiste y cuánto te quisieron". Así, de nuevo, la literatura. Ella siempre llevó bien la literatura, nunca la vio como una amenaza. No era una amenaza, de hecho, ni mucho menos lo va a empezar a ser ahora. Se complementan. Y ella lo sabe.