El vecino de abajo juega al ajedrez por teléfono. En una casa en silencio, retumban sus movimientos verbales. Alfil a G7 y cosas así. Tiene una voz potente y sus partidas duran horas, único sonido en todo el edificio por las mañanas. Por la tarde, el teléfono suena de nuevo (hay otro teléfono, un móvil que vibra, que de vez en cuando nos avisa de algo pero no sabemos desde dónde) y él vuelve a una partida que más parece un monólogo. Durante días, pensé que era una extraña locución de un documental de animales.
A las 19.58, el patio interior irrumpe en aplausos. Es así en todas las ciudades y al parecer la explicación está en la electricidad: los relojes vinculados a una red eléctrica (el del microondas, por ejemplo, el de la nevera, supongo que el de la televisión...) viven dos minutos por detrás del tiempo de los móviles y los relojes de pulsera. Así, dos o tres vecinos ansiosos empiezan el estruendo con sus vivas y los demás, perplejos, somos demasiado tímidos para andarles explicando física en estos momentos tan complicados. Todo un país con decalaje, todo un país tomado por sorpresa. Obviamente, en consecuencia, a las 20.03 se acaba la tregua.
¿Y qué pasa después? Después salgo a la compra y a tirar la basura en medio de un domingo noche. El Dia está cerrado pero los contenedores abiertos. Demasiado abiertos, diría, casi desvalijados. En la calle, los aplausos duran más que en los patios interiores porque tienen más incentivos (o más móviles). Un grupo de chicas adolescentes se reúnen en el portal de su casa y continúan con el jolgorio de forma obviamente artificial. En los balcones, empieza a sonar el himno de España entre vítores. El mundo de dentro y el mundo de fuera y sus abismos. A la hora, suenan cacerolas. Luego, de nuevo, silencio. Torre a A5. Poco más.
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El comentario decía algo así como "perdona, pero creo que tienes la piel muy fina". Exacto, ese es el asunto: que Guille tiene la piel muy fina, que los que conocen a Guille, los que han tratado con el Guille de carne y hueso o con el Guile virtual saben que no se le pueden decir determinadas cosas o no de determinada manera porque a Guille le hace daño. Guille sufre. Y cuando Guille, obstinado y solitario tauro, sufre, se bloquea y no sabe cómo reaccionar y entonces ya prepárate para cualquier cosa. "A fragile piece of porcelain", que diría John Paul III, pero sin heroína para mitigar el dolor.
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Gonzalo llama y es de lo más cariñoso, como siempre. A veces, es el paciente y a veces es el psiquiatra. Y viceversa. Dice: "No puedes decirle a tus hijos en 2030 que, mientras pasaba todo esto, te tirabas el día en redes sociales" pero no es tan fácil. No me concentro para leer, eso está claro, y en Twitter hay gente. Todo tipo de gente. Por ejemplo, están las charlas sobre Veruca Salt y los hilos de Carbajo sobre los Beatles. Conversamos sobre qué día, qué año, qué batería... soltamos pedanterías como "espera que te lo miro en Lewisohn" o "espera que te lo compruebo en Norman" y repasamos cada detalle de la pelea con Bob Wooler solo por el placer de recordar.
Eso no quiere decir que no trabaje -trabajo mucho, de hecho, quizá demasiado- ni que no haga otra cosa. Por ejemplo, veo la tele: ayer, Arantxa Sánchez Vicario le ganaba a Mary Pierce y Andrés Gimeno se ponía muy contento. El otro día, el Atlético de Madrid le ganó una liga de balonmano al Barcelona de Papitu. Juan de Dios Román comentaba muy sereno; Cecilio Alonso, algo más agitado.
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Papitu, por cierto. Papitu en un restaurante de Santander, puede que 1991. Papitu y otros jugadores del Teka cenando en el salón del "Valbanera" mientras Mercedes, mi padre y yo comíamos en otra mesa. Yo quería hablar con ellos y a mi padre le daba vergüenza. Mi padre detestaba molestar. Cuando por fin nos decidimos, creo que vino Mercedes conmigo. Yo tenía trece años, puede que catorce, y sé que Papitu hizo un chiste sobre el cocodrilo de Lacoste que llevaba en mi polo. Un polo falso, en realidad, comprado a los primeros manteros.
Me firmaron una servilleta, que creo que aún guardo en una billetera, aunque probablemente esté borrada la tinta, borrados los nombres, borrados los números con los que los deportistas suelen acompañar sus autógrafos, como si eso nos ayudara en algo a reconocerles. Luego nos volvimos a la mesa y supongo que me acabaría mi escalope de ternera. Mi recuerdo del Valbanera es ese: un montón de escalopes con mi padre cuando no había comida en casa y no le apetecía cocinar. Un camarero fanático del Teka que nos hablaba de jugadores rusos. Una calle en cuesta -como todo Santander- con un cartelito en la acera izquierda y, dentro, muchos escudos del Racing.