Simón me pregunta: "¿Hace cuánto que no vas al Búho Real o a Libertad o a un sitio de esos?". Estamos en el Destellos, que ni siquiera entra en la categoría "un sitio de esos" salvo que aceptemos en esa lista al Toni 2 o al Leidi Pepa´s y aun así... La respuesta es fácil porque estuve hace un par de semanas viendo a Patricio, pero entiendo la pregunta. Esos sitios ya no son los nuestros y desde luego no son los míos, aunque algún día lo parecieran. Venimos de Galileo, por supuesto, una extraña mezcla de amigos y parejas y conocidos fugaces: está la Chica Diploma -fascinada por la estética del lugar o quizá simplemente buscándole sentido a la estética (y al olor) del lugar-, está Irene, está Julia, está Guille, está Clara... por un momento incluso está Cristina Gallego, pero es un visto y no visto porque el dueño parece enfadado con ella y acaba yéndose a los cinco minutos.
El trayecto Galileo-Destellos es hasta cierto punto inusual. Según mis cuentas, esta es la tercera vez que lo hago: un día con Dani Flaco y Pablo Ager, quizá con Fer Cabezas; otro día, después de dejar a mi padre hospitalizado, con Mariam Hernández, Marian Laorden y Dani Pérez Prada. Venimos de un concierto de altísima calidad. Está claro que Pancho y Guille podrían haber elegido casi cualquier repertorio y equivocarse lo justo pero en este caso, además, han elegido las canciones precisas, culminando con un "No me importa nada" que en cada versión se niega a envejecer con el tiempo... por mucho que el tiempo se mida ya en treinta años.
Llenar un escenario entre dos es complicado, así que quizá por eso llamaron a una tercera, Emite Poqito, que llevaba años sin tocar ("¿Hace cuánto que no vas...?") sin que nadie se lo pueda explicar. Nadie, al menos, que no estuviera durante aquellos años de conciertos para diez personas, de movilizar las redes un poco para nada y de gastar más energía en una promoción hueca que en la propia música. José Antonio Romero, por ejemplo, lo entendería perfectamente, pero José Antonio Romero ya no está con nosotros y todas las lágrimas que se viertan por él me parecerán pocas.
Sin Emite Poqito, Guille y Pancho se habrían conocido igual y habrían abierto el concierto con "Los buenos", habrían seguido con "Peces de ciudad" y habrían recitado los mismos poemas, pero la cosa habría quedado un poco coja... porque el hecho es que el camino más recto entre Pancho y Guille es precisamente Emite Poqito y de los demás nexos ya se ha hablado suficiente.
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Vuelve el dolor. Sordo y constante. No es nada nuevo: cuando tenía cinco o seis años -no puedo acordarme-, me pasé alguna mañana en La Paz entre análisis de sangre y radiografías por culpa de las rodillas. Años más tarde, llegó la ansiedad y se cronificó, como se cronificó un dolor de testículos que resistía cualquier explicación urológica. En 2009, el último año digno de ese nombre, me diagnosticaron una prostatitis -crónica, por supuesto- y desde 2017, tras un supuesto cólico biliar, tengo que lidiar con estas molestias abdominales difusas y cuya causa no aparece en ninguna resonancia magnética.
Puede que todo sea lo mismo. Lo bueno del dolor es que cuando desaparece resulta inconcebible. Lo malo es que, cuando aprieta, puede llegar a ahogar y es como si nunca hubiera estado ausente. Vivir con dolor dos años es complicado, aunque no sea un dolor inhabilitante. Vivir diez con prostatitis es algo a lo que te acabas acostumbrando. Del dolor de testículos hace veinte años ya y no suele dar mucha guerra... mientras que lo de las rodillas vino como se fue, como si mi cuerpo fuera un router con conexión oscilante.
Otra cosa es la ansiedad. La ansiedad no da respiro y puede que esté detrás de todo esto. Como los cirujanos no leen a Barthelme, no entienden que el miedo y la angustia no son lo mismo. El miedo es a algo concreto y la angustia tiene que ver con la incertidumbre. No encuentran nada. Pero sigue doliendo. Cada mañana. Cada noche en el "Destellos". En cada partido de fútbol o baloncesto con el Niño Bonito. Si nadie lo remedia, en cada bar de Alicante o cada playa de Fuerteventura. Y a estas alturas, el único que puede remediarlo soy yo, me da la impresión.
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Bárbara se va de Twitter. Me alegro por ella. Twitter ya era en 2011 un bar de borrachos agresivos y ahora encima han invitado a los condescendientes. Me dice que de momento siente más alivio que mono, pero eso pasa con todas las adicciones. Seguramente, algún día vuelva y seguramente sea pronto. De momento, que lo disfrute. Yo he tardado muchos años en tener una relación sana con mi entorno tuitero y aun así me cuesta. Es la ventaja de no ser demasiado conocido. Si fuera actor, de Instagram no me sacaban ni con polea.