jueves, junio 20, 2019

Greased lightning




Al final, el que acaba llorando soy yo, como siempre. Justo cuando suena el "We will always be together" y los niños se despiden y la canción me remite a la adolescencia, al sentimiento de grupo, a comerse el mundo. Canciones que deberían estar prohibidas a los cuarenta y dos años. Es el baile de fin de curso del Niño Bonito y extiende el dedo hacia adelante señalando a lo John Travolta igual que lo extendía su padre a principios de los noventa, cuando aquel medley revivió una película hasta entonces claramente secundaria.

Blame it on Telecinco.

El caso es que en el colegio se han animado con las tres canciones: con el "Summer nights" -afortunadamente, los niños no saben de qué va, quizá lo intuyan-, con el "Greased lightning" -"Go recycling", en palabras azarosas de mi hijo- y con el "The one that I want", que a los catorce años rebautizamos como "Te huele el ala" porque todo adolescente en el fondo es un poeta. Muy en el fondo.


Lo curioso de mi relación con el Niño Bonito es que él está entrand donde a mí no me queda más remedio que ir saliendo. La pertenencia juvenil. El otro día se quedó embobado viendo una película alemana en Clan donde unos chicos llamados "Los Cocodrilos" intentaban impedir que desahuciaran a una de las familias del vecindario. "Los Goonies", vaya. Sin dibujos ni superhéroes de por medio, a mi hijo le fascinaba lo mismo que echa de menos su padre: la amistad. El juntos contra el mundo. Esa sensación mágica de que el otro siempre va a estar ahí para ti. We are your friends, you´ll never be alone again, que cantábamos allá por 2007.

Tanto le gustó que la tuvimos que ver entera al día siguiente. Se pensó que era verdad, el tío.

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Una de las cosas que le gusta decir a la Chica Diploma es que siempre he sido infeliz, al menos desde que me conoce. Es un matiz importante porque ella me conoció relativamente tarde, pero hay algo cierto en su apreciación: es complicado encontrar un momento de mi vida que pueda recordar sin matices, sin alguna tiniebla acechando, sin algún escrito de queja en la memoria.

Ahora bien, me es imposible incluir el período 2005-2006-2007 en esa ecuación. Imposible. Todos los recuerdos de entonces son recuerdos de felicidad total. Tiempos donde, a los treinta años, TODO era nuevo, todo era amistad, era amor, eran sonrisas, era alegría. La barra del bar del Colonial, los whiskys, las charlas, las ganas, los compañeros vivos... Aquella época está documentada en un libro que se llama "Cuando las cosas dejaron de tener sentido" que es completamente ilegible pero que a la vez es precioso porque nosotros no impedíamos desahucios, pero éramos gente maravillosa.

Todo lo que pasó en ese tiempo, desde que Hache se materializó en una pequeña mesa en un rincón hasta que mi abuela murió en un hospital de la calle Diego de León, fue increíble. Cada día era una fiesta. Cada día. Y no se quedó ahí la cosa, porque el mismo curso 2007/2008 lo recuerdo con cierto cariño. Es cierto que el cariño y la euforia no son lo mismo y que muchas variables cambiaron, pero no estuvo nada mal, en absoluto. Puede que el fin de mi acmé haya que fecharlo en los Juegos Olímpicos de Pekín y una carrera por la Diagonal desde la Razzmatazz para ver a Michael Phelps batir récords de madrugada. Incluso eso fue la leche.

Sí, yo siempre he tendido a la tristeza. Es obvio para cualquiera que lea este blog o que haya hablado más de dos veces conmigo. También he tendido a la nostalgia. Ahora bien, cuando esos años vienen a mi cabeza -Ajito sirviendo copas al ritmo de "Insurrección"-, ya no hay arrepentimiento ni hay pega que poner. Fui feliz. Lo fui de un modo ABSOLUTO, con mayúsculas. Encontremos ahora la manera de que mi hijo consiga serlo también algún día, aunque sean veinte meses.

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Me veo los cuatro capítulos de "Pop", la serie de Movistar Plus de 2017 que no había descubierto hasta ahora. Está bien. Los dos primeros cumplen con la idea de vincular música con televisión y los dos siguientes se encuentran con el muro de la práctica inexistencia de ese vínculo en las dos últimas décadas, así que tiran por otro lado: giras, festivales, piratería... Sorprende, quizá, que se mencionen "Ponte las pilas" o "Leña al mono que es de goma" (Dani Martín y Tony Aguilar son dos de los entrevistados) y no se desarrolle la influencia de la música de discoteca a lo largo de los noventa y cómo se llevó por delante a buena parte de los grupos y cantantes pop de la Movida.

Para quien crea que la música de discoteca no pinta nada en un documental sobre música pop, le remito a la discografía de U2.

No sé si falta algo en la narración o en el espectador cuando se habla de la música contemporánea. Me refiero a toda la pasión, todo el lujo de detalles en torno a los sesenta. los setenta, los ochenta... y ese casi pedir perdón de ahí en adelante, una industria instalada en la (lógica) queja constante. En cualquier caso, lo dicho, el documental está bien y si me pongo a llorar escuchando "Grease" en un colegio de 0 a 6 años, imagínense en casa escuchando a Radio Futura. Un espectáculo.