El problema de Sánchez viene de antes. Podríamos irnos a dos años atrás, cuando Rubalcaba le entrega un partido moribundo tras el descalabro de las elecciones europeas de 2014, aquellas en las que Podemos se presentó con una foto de Pablo Iglesias como logo. Sin embargo, eso sería ir demasiado lejos por un lado y por otro lado el análisis no cubriría lo aún anterior: el final demacrado de la administración Zapatero, el desplome del PSC, su pérdida absoluta de poder autonómico y municipal desde 2011 y la conclusión de que el único lugar donde el PSOE siempre aguanta, por razones casi de realismo mágico, es en Andalucía.
La misma Andalucía que prefirió que Pedro Sánchez fuera el secretario general en lugar de Eduardo Madina.
Vayamos más cerca en el tiempo. Mucho más cerca. Pedro Sánchez muere como secretario general del PSOE, como político de primera línea, cuando en pocas semanas se dan los siguientes sucesos:
1) En medio de las negociaciones con Podemos para un acuerdo de investidura, Pablo Iglesias se presenta ante el Rey con un gobierno ya configurado, que le incluye a él de vicepresidente y a varios de sus compañeros en los puestos clave de interior, defensa, economía, etc. Todo esto sin habérselo comunicado al propio Sánchez, que se tiene que enterar por la prensa. Excelente disposición al diálogo.
2) Cuando alcanza un acuerdo más moderado, más en la línea de la socialdemocracia de los últimos años, con Ciudadanos, y se presenta a la investidura, Podemos vuelve a darle con la puerta en las narices y vota que no. Si tan importante es que no gobierne Rajoy, si tan grave es "entregarle el poder a la derecha cuatro años más", si tan indecente es que un partido acorralado por la corrupción -una máquina de fabricar corrupción, en realidad, una especie de mafia- ocupe La Moncloa, ¿por qué no apostar dentro del posibilismo por una opción más sensata aunque no sea la soñada? Muy sencillo, porque Pablo Iglesias estaba convencido de que en las siguientes elecciones, con la coalición con Izquierda Unida a punto de concretarse, iban a culminar el famoso sorpasso y pasar de la vicepresidencia a la presidencia a poco que los resultados más o menos se repitieran.
3) Solo que los resultados fueron peor de lo esperado. De entrada, el famoso votante socialista tan presuntamente indignado con la falta de unidad de la izquierda, apoyó a Sánchez después de que este se negara a pactar con Podemos y optara por Ciudadanos. A Pablo Iglesias, en cambio, la unión con Izquierda Unida no le sirvió de nada, no sumó ni un escaño más y perdió significativamente en regiones clave. Lo que es peor: "la gente", es decir, "los ciudadanos", se volcaron con el PP. No de una manera exagerada, pero la justa para pasar de 123 diputados a 137, cincuenta más que su siguiente competidor.
Ahí muere Pedro Sánchez o, como se dice de un portero cuando la defensa hace aguas, ahí queda Pedro Sánchez "vendido". Hubiera bastado con que diez diputados de Podemos le hubieran dado su apoyo, en nombre de ese "bien común" al que ahora apelan y que consiste en que no gobierne Rajoy. No lo hicieron y miraron por lo suyo. Llevaron la política al extremo de "o nosotros o con nadie" y la política se los llevó por delante. Tenían todo el derecho del mundo, por supuesto. Tenían todo el derecho a ponerse estupendos y decir que no solo el PP era indigno sino que Ciudadanos también. Por sus cojones.
Lo impresentable es que esa misma gente y, siento decirlo, muchos de los que se escandalizaban en febrero y marzo porque Sánchez pudiera ser presidente del gobierno sin ser suficientemente "de izquierdas" le consideren ahora un mártir y una víctima de los "poderes fácticos". Señores, quitarse de en medio a los poderes fácticos y mandar a la oposición al PP durante cuatro años estuvo en sus manos y no hicieron nada por ayudar a conseguirlo. Ahí, murió Sánchez, que quedó en una situación imposible: no podía abstenerse ante Rajoy por temor a que sus votantes le abandonaran -cosa que, de entrada, está por demostrar-, no podía gobernar con 85 diputados y los apoyos puntuales de hasta siete partidos políticos distintos -Podemos, IU, En Comú Podem, Compromís, En Marea, ERC, PNV y la antigua CDC, dos de los cuales no son en ningún caso de izquierdas- y la convocatoria de terceras elecciones viendo el panorama solo presagiaba una victoria aún mayor del PP. Una victoria clave, además, porque podía dejar el poder legislativo en sus manos, cosa que ahora no tienen.
En fin, parecemos abocados a un gobierno de minoría del PP y eso a la nueva izquierda le parece un desastre. El mismo desastre que no quisieron evitar hace seis meses. Por supuesto, la culpa es de los otros porque el narcisismo es lo que tiene. Ellos nunca hacen nada mal. Sin embargo, tengo buenas noticias que darles: buena parte de las medidas que proponga el PP las van a poder "tumbar" desde el Congreso y las que no vayan a poder tumbar porque son económicamente de derechas tampoco las podrían tumbar desde el Ejecutivo porque los muy burgueses PNV y CDC probablemente las apoyarían.
Nada cambia, por tanto. Pudo cambiar, pero no quiso Podemos y cuando pudo volver a cambiar, no quisieron los votantes. Mientras, llévense las manos a la cabeza pero procuren mirarse de vez en cuando el ombligo, igual no está tan limpio como creen.