miércoles, octubre 05, 2016

Barrio y la crisis de la cultura




Cierra una librería en mi misma calle. Diría que es la única que había como tal, aunque sigue en pie, apenas a unos metros de distancia, la mítica "El Buscón", donde compraba mi madre sus libros en los ochenta y donde compraba yo mis manuales de filosofía en los noventa. No es fácil sacar adelante una librería en estos tiempos, eso está claro. Menos fácil aún conseguir un éxito parecido al de Tipos Infames en pleno corazón de Malasaña pero al menos ellos apostaron por un modelo de calidad y constancia y les ha merecido la pena.

Otra cosa es ni siquiera intentarlo. "El Buscón", por ejemplo, malvive en medio de una mezcla de libros "comerciales" y libros de culto. Uno echa un vistazo a su escaparate y encuentra de todo. Cosas que jamás compraría y cosas que pueden llamarle la atención y hacer que se meta en la tienda para saciar cuanto antes esa curiosidad. En su caseta de la Feria del Libro hacen tres cuartos de lo mismo y hacen bien porque lo último que quiero ver en este barrio es cómo esa librería cuelga el cartel de "liquidación" y pasa a convertirse en una nueva pastelería...

La tienda que cierra, en cambio, fue dando palos de ciego hasta traicionar a su propio público. ¿Quién compra libros en España? Casi nadie. Ahora bien, los que compran por curiosidad, por gusto, sin importarles que sea en una tienda pequeña de barrio, no suelen ser los mismos que compran en las grandes superficies, donde todo se ofrece a la vez, a batiburrillo. No tiene mucho sentido llenar tu escaparate de biografías de Esperanza Aguirre, Melendi y los Gemeliers, de todo lo que no es literatura.

Las innumerables veces que pasé por delante de esa librería camino a casa desde el metro de Cartagena no encontré ni un solo libro que me interesara, que me hiciera pararme y al menos preguntar. Yo era su cliente tipo y me echaron a patadas. Sí fui, he de reconocerlo, a comprar libros y puzzles de Peppa Pig, pero lo mismo podría haber ido a la juguetería que está en la calle paralela. Moraleja: si vas a caer, cae a tu manera, no de oídas.

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Viernes por la noche y echan "Barrio" por televisión. La Chica Diploma no recuerda la película, ni siquiera le suena. Lo que dan de sí seis años de diferencia. En 1997, yo tenía veinte y aquello fue casi una epifanía; ella tenía catorce y probablemente estuviera a otras cosas. Aunque está medio empezada, más o menos por la escena de la estación fantasma de Chamberí -aquel era el clímax de la película, por lo que recuerdo, tan fue así que Metro tuvo que abrir la estación al público en parte para demostrar que sí, que existía, y en parte para aclarar que no estaba poblada de vagabundos-, decidimos quedarnos a verla y aguantamos sin problemas hasta el final.

No solo aguantamos, sino que disfrutamos. Yo, al menos, disfruto. Casi todas aquellas películas noventeras han envejecido bastante mal en estas dos décadas: "Tesis" resulta demasiado cutre, aun manteniendo cierta tensión; "Tierra", demasiado pretenciosa aunque siga habiendo cuatro o cinco diálogos soberbios. En cambio, "Barrio" sigue teniendo ese aire a serie de televisión: respuestas rápidas, cambios constantes de escenario, protagonistas reconocibles, eso que se llama "naturalidad" y que pocas veces está tan bien logrado.

No es ninguna casualidad: Fernando León de Aranoa venía de la televisión y su facilidad para el diálogo ya se reflejaba en "Familia" y algo dejó incluso para "Los lunes al sol", aunque ahí ya estaba todo el mundo cabreado y no han dejado de estarlo hasta hoy en día. Menos pendiente de la trama, este nuevo visionado permite entender más cosas, cosas que en medio del chiste continuo quedan un poco tapadas cuando ves la película por primera vez. El mensaje, cuanto más implícito, más cala, aunque sea a largo plazo. Cuando se explicita, acaba uno resultando un coñazo.

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Hablo con Sofía, de Tucan Morgan, sobre los problemas de los nuevos grupos musicales. Otro clásico. Recuerdo una edición del festival de Medina del Campo en el que todos los invitados discutían sobre lo mal que estaba el cine español, las pocas ayudas que tenía, el poco caso que se le hacía desde los medios de comunicación públicos, lo necesario que sería meter el cine como asignatura en los colegios... y así hasta que se levantó Lara López, por entonces directora de Radio 3 y dijo: "Yo es que vengo de la música, ya sabéis, eso que ponen a las tres de la madrugada, cuando acaba la película de La 2".

La actitud de las televisiones privadas puede tener una justificación. Desde la consolidación del "efecto Phil Collins" se acabó eso de invitar a una gran estrella de promoción y dedicarle cinco minutos de tu programa para que la audiencia se vaya a cualquier otro lado. No me gusta pero lo comprendo. Ahora bien, ¿la televisión pública? ¿Cuántos años hace que no hay un programa de música como tal, con novedades, con vídeos, con artistas presentando sus nuevos singles en "directo"?

La audiencia sería mínima, lo entiendo, pero, ¿qué audiencia tiene el fantástico ciclo de cine español que pone La 2 a las diez de la noche? Cuando echan la citada "Barrio" puede que suba, pero cuando llega el turno de tal éxito de los años cuarenta dudo que la cosa pase de los cincuenta mil espectadores en pleno prime time. El ciclo es tan bueno que ojalá siga en parrilla años y años, pero, ¿de verdad no es compatible, los fines de semana por ejemplo, con algo similar pero en música? ¿Algo que vaya más allá de la ingeniosa pero repetitiva redifusión setentera-ochentera de "Cachitos de hierro y cromo"? Espero que a alguien se le ocurra.

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Leyendo el prodigioso "Yeah, yeah, yeah!" -por cierto, qué maravillosa traducción, qué envidia- me encuentro con el documental "Don´t look back" sobre Bob Dylan. Inmediatamente, recuerdo que yo entrevisté en su momento a un ya anciano Donn Pennebaker y a su mujer. Fue por teléfono, para Neo2, y resultaron de lo más amables. Ese era yo entonces, no hace tanto, el que entrevistaba a Pennebaker y a Robert Rodríguez y a Terry Gilliam y hacía reportajes de portada en revistas de tendencias. El de hoy escribe sobre penaltis y ciclismo y nadie parece confiar en que sirva para nada más.