De "OT: el reencuentro", la sucesión de especiales -concierto incluido- que tiene preparada TVE coincidiendo con el decimoquinto aniversario del programa, se ha escrito mucho, así que mejor será hablar de mí. En 2001, tenía 24 años, comentaba los programas con unas amigas por Messenger y me enamoraba de una chica con nombre de canción. Me gustaban Natalia, Vero y Chenoa, sobre todo Chenoa, como a media España. Los chicos me resultaban algo ajenos, eran todos demasiado felices o se molestaban demasiado en aparentarlo.
El tiempo es un espejo algo cruel. No lo digo por ellos, aunque también, sino por lo que tienen precisamente de reflejo de uno mismo. Misma generación, mismas edades, mismas caras de niños convertidas en algo parecido a la madurez pero que a veces se puede confundir con la mediocridad y sus abismos. Intentar recordar al Guille que veía esos programas, que escuchaba esas canciones, que participó de aquella locura de masas como había participado un año antes de la de Gran Hermano... Hace poco publicaba aquí una especie de entrevista con el pasado y ese pasado remitía al mismo año, puede que al mismo mes. Cada imagen, en 2016, es una imagen de "la juventud", por decirlo con Sorrentino. Lo que está ahí afuera.
Por lo demás, el programa se hacía ameno. Muchos hablan de "juguetes rotos". Yo no vi ninguno. Puede que determinados términos los utilicemos con demasiada ligereza. A prácticamente todos les ha ido bien en la vida. La mayoría no son grandes estrellas de la música pero creo que pueden vivir con ello. Viven en Estados Unidos o presentan programas de segunda fila o se limitan a tocar la guitarra en casoplones que ya quisiera yo para mi familia.
Creo que a todos nos chocó la actitud de Bisbal, esa cara de perplejidad constante. No me atrevería a decir que ese juguete está roto, pero desde luego necesita pilas. O un enchufe. Incluso Juan Camús parecía más a gusto ahí que él, siempre ausente, las ojeras ya parte irremediable de su gesto, demasiado jet-lag acumulado. Chenoa, en cambio, estaba radiante. El realizador debió de darse cuenta porque decidió sacar todos sus planos. Hizo bien. Había algo ahí de mujer que sabe perfectamente lo que hacer con su vida. Que siempre lo ha sabido, por otro lado.
La Chica Ratón y yo les llamábamos "la cherola y el bisbi". Creo que lo oímos en algún reportaje en un mercado de barrio. Lenguaje de verduleros que tanto gusta a los niños bien de Santa Hortensia. De hecho, la Chica Ratón siempre se dio un aire a Chenoa. No era la chica más guapa del mundo, pero a veces lo parecía; o, más bien, a veces te convencía de ello con toda naturalidad.
O tú te dejabas convencer, vaya, que viene a ser lo mismo,
Suzanne takes your hand and she leads you to the river...
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El Premio Nobel de literatura se ha convertido en algo así como el Balón de Oro de los intensitos. Demasiada polémica para tan poca cosa. Que si Cristiano, que si Messi. Más interesantes son los debates que surgen en torno a qué es literatura. Demasiado complejos en ocasiones, pero supongo que el tema lo merece. Si Bob Dylan -si cualquier letrista, pongan el nombre que les apetezca y acabemos con esto- puede ser Premio Nobel, ¿dónde se coloca el límite de la interdisciplinariedad? Pongamos que Dylan sea un excelente poeta, cosa que, sinceramente, no me he parado a pensar, ¿podrían los guionistas ocupar el lugar de los dramaturgos; los columnistas o reporteros el de los ensayistas en sentido estricto?
En definitiva, ¿hace falta publicar un libro para ser un escritor? O, más allá, ¿hace falta ser escritor para hacer literatura? Creo que son preguntas muy importantes para una teoría del género. Otra cosa es lo que yo piense de la teoría en algo tan práctico como es sentarte a leer o sentarte a escribir. Disfrutar, en definitiva. Como cantaba Blur,
you´re taking the fun out of everything; you´re making me think when I don´t wanna think y sí, quizá estos tiempos todo consista en eso, en complicar demasiado las cosas, no ya por un exceso de pensamiento -todo lo contrario- sino por un exceso de opinión.
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Mi hermano me dice que echa de menos un periódico -digital, no pide tanto- que sea de deporte pero, hasta cierto punto, deporte minoritario. Eso no excluye el fútbol como tal, pero desde luego excluye peinados, penaltis y multas de tráfico. Una manera de seguir a Simone Biles fuera de los Juegos Olímpicos, de comentar las clásicas de ciclismo, de analizar qué torneos quedan para clasificarse para las World Tour Finals de tenis y así sucesivamente... Si funciona durante dos semanas cada cuatro años, ¿por qué no va a funcionar moderadamente el resto de la olimpiada?
Le digo que no, que es imposible. Que normalmente cada aficionado de uno de estos deportes no lo es de los demás y ya tiene dónde buscar esa información en páginas especializadas. Que no hace falta un contenedor como tal. Le digo todo esto y a la vez me pregunto si es verdad, es decir, me da la sensación de que no estoy sino argumentando a partir de la premisa de que alguien lo ha intentado antes y ha fracasado. ¿Y si no fuera así? ¿Y si después de todo nadie se hubiera atrevido en serio con un modelo mínimamente viable y comedido? En ese caso, cuenten conmigo.