miércoles, octubre 19, 2016

And tonight I´m only waiting for the moon to rise



Lo bueno de los amores no correspondidos es lo que se aprende. Te conviertes en una esponja de todo lo que le gusta, todo lo que le interesa, la música que escucha, los libros que lee... Es cierto que todo eso se podría dar también en el amor correspondido pero ahí solo puedo echarle la culpa a mi indolencia y reconocer que, si me pones las cosas fáciles, tiendo a acomodarme. Aparte, los amores correspondidos dan para poca literatura y siempre he pensado que está bien así, no alarms and no surprises, please lo que supongo que me convierte en un buen marido y un buen padre pero quizá, admitámoslo, un amante algo aburrido, con los riesgos (paradójicamente) que eso conlleva.

De los amores no correspondidos, en cambio, han surgido cosas maravillosas más allá de los discos de los Panchos. Franco Battiato y Steinbeck, por ejemplo. O aquella chica que me descubrió a Belle and Sebastian hasta el punto de que acabamos yendo juntos a un concierto en Aqualung el día antes de que Al Qaeda sembrara Madrid de mochilas bomba. La música tapa huecos, esa es su principal virtud. Tapa el desamor, por ejemplo, pero también acompaña. Acompaña la euforia de los primeros momentos o de los pequeños pasos. Llegué a creer que Air había compuesto un disco solo para nosotros. No es que fuera un gran disco pero lo nuestro tampoco era gran cosa.

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A la columna de hoy de Federico Jiménez Losantos le sobran los dos o tres párrafos finales, que son los de los viejos demonios, es decir, los de relleno. Los dos primeros, en cambio, son magníficos, sobre todo aquel en el que recuerda los mensajes de Pablo Iglesias a Monedero y cómo fantaseaba con azotar a Mariló Montero hasta que sangrara. Los colectivos feministas callaron y la izquierda hizo piña: aquello era una conversación privada y en ningún momento Pablo...

Ahora imaginen esa misma frase en boca de Donald Trump.

El problema es que no nos demos cuenta de que es lo mismo, exactamente lo mismo. La misma mentalidad, al menos. Trump se jacta de que lo hace, Iglesias se limita a ser violador en sueños. Puede que sea verdad que las conductas en lo privado -el famoso "locker room talk"- no afectan a las conductas en lo público, pero en este caso no veo cómo. Indignaciones aparte, bueno sería que Iglesias leyera el artículo o se releyera a sí mismo y se preguntara cuánto hay de machismo cavernario en muchas de sus actitudes. Mejor aún, que nuestro compromiso contra el sexismo no dependiera del sexista en cuestión.

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Lo que más me gustaba del 15-M, lo que me mantuvo una semana en Sol casi día y noche, era que no se parecía en nada a la universidad, esas asambleas dirigidas donde los de las asociaciones convocantes se dedicaban a silenciar o directamente a insultar a cualquiera que les llevara la contraria. En ningún sitio he visto que la intimidación y la agresividad ideológica se toleraran tan bien como en aquellas reuniones de la Autónoma, como si fuera lo más normal del mundo. Un profesor de ética, sin ir más lejos, nos invitó a "liarnos a hostias" con los fachas después de una de las numerosas agresiones de skinheads de aquellos locos noventa.

Por entonces, a Felipe González ya se le abucheaba y se le cortaba el paso para deleite, por cierto, de los Jiménez Losantos de turno, encantados por que la juventud hubiera recobrado el pulso. Al parecer, el paso de los años no ha servido de mucho y escuchar sigue estando considerado tan peligroso que es mejor no intentarlo. No solo no intentarlo, que eso es bien sencillo, sino prohibirlo a los demás. Guardar al rebaño. Ellos son la verdad y el camino y deciden por ti. El que nos gusta, entra; el que no nos gusta, fuera. Así ha sido y así sigue siendo. De sus profesores mejor ni hablamos.