viernes, enero 01, 2016
Cuando cada día se hace Nochevieja, cada mañana es la última; cada mañana, la primera
No sé decir desde cuando la Nochevieja dejó de ser un momento especial y pasó a ser algo incluso tenso, al estilo de las peores Nochebuenas o comidas de Navidad. La noche en la que divertirse resultaba algo obligado hasta que llegó el momento de darle a la presión una patada en el culo. Cuando por fin me fui a vivir solo, las cenas familiares se convirtieron en cenas de amigos y las fiestas en poco más que copas caseras con charla animada. Los dos últimos años, ya con el Niño Bonito, prácticamente nada: una noche en casa -despidiéndonos de nuestra casa, de hecho- y otra noche en Torres de la Alameda con viaje de vuelta a las doce y cinco minutos para acostarnos cuanto antes.
La distancia emocional aumenta cuando ves a los otros. Esos otros que tú has sido tantas veces: chaqueta y corbata negras buscando un taxi desesperado ya de madrugada. Las macrofiestas en el Palacio de Congresos o en Palio, las chicas esquivas, la música que no tapaba los vacíos. No voy a negar que hubo años divertidos, muy divertidos, incluso, pero quedan lejos. Noches en las que ejercíamos de comisarios del muérdago y noches en las que comprobábamos con espejos en la boca que nadie estuviera muerto.
Con todo, si tuviera que especificar cuál fue mi mejor Nochevieja, diría que fue la de 2005 a 2006, por lo que tenía de adolescencia tardía y feromonas disparadas. La noche en la que B. y yo nos besamos por primera vez, envueltos en una alegría improbable. De las otras Nocheviejas recuerdo fragmentos sueltos: una vez, por ejemplo, acabamos en casa de Javier Krahe tomando el desayuno. Puede que fuera a finales de los noventa. También hubo unos años malditos: en 1998 pasé fin de año con la Chica Langosta y en 1999 desapareció prácticamente de mi vida. La siguiente Nochevieja la pasé con T. en casa de la actual directora de "Sálvame" y a los once meses acabamos nuestra relación.
Y, sin embargo, supongo, seguía la excitación, la incógnita. El que mejor ha definido esa sensación ha sido Lichis, para variar: "Cuando cada día se hace Nochevieja, cada noche es la última, cada mañana, la primera".
Al menos hasta que quedó claro que la mañana siguiente solo era eso: la siguiente.
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Porque las nocheviejas no se entienden sin su día 1 de enero, sin algo que no es exactamente resaca sino decepción o melancolía. La añoranza de lo que no pasó. Jugamos como nunca y perdimos como siempre. Días de año nuevo metido en la cama, durmiendo en casa de mi madre con las persianas bien bajadas o en casa de mi abuela, enganchado al 24 horas de los ex concursantes de Gran Hermano. Besos de McDonald´s de López de Hoyos con L. Comenzar un año debe de ser algo espectacular, excitante... salvo para los que nos gusta demasiado el deporte. Para nosotros, el año empieza el 1 de septiembre y acaba más o menos con el Tour de Francia.
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Me gustaría hacer repaso de 2015. Antes hacía unos repasos maravillosos de cada año. Todo me parecía digno de reseña, todo era nuevo. Lo que echo de menos de aquellos tiempos no es solo la juventud sin más o la vitalidad sino sobre todo la inocencia, esa capacidad de asombro que los años van quitando conforme va muriendo gente y poco a poco el "que me quede como estoy" parece una filosofía de vida más aceptable.
Sin embargo, miro atrás y veo un año algo anodino. Sí, publiqué un libro, pero pasó desapercibido. Colaboré con varios medios pero nunca tuve la sensación de completa confianza. No escribí nada de ficción, absolutamente nada, y la no ficción la dejé para este blog que ni siquiera he sabido mantener con regularidad. Pasé casi todo el año cansado o con sueño. Puede que fuera un problema de salud o puede simplemente que fuera un hijo que no duerme por las noches.
Vi a muy poca gente, a mucha menos de la que me gustaría y por momentos me sentí arrinconado por voluntad propia en la calle Clara del Rey, que no es el peor sitio para atrincherarse. No di titulares. Para alguien acostumbrado a buscar portadas en cada acto de su vida, cuesta hacerse a años así, pero no quedará más remedio. O buscamos la felicidad o buscamos la épica. "La rutina te mata", me dijo una traumatóloga reconvertida a doctora de medicina tradicional china. Tenía toda la razón del mundo, pero la ausencia total de rutina tampoco me estaba llevando a ningún lado, moderemos el dramatismo.