martes, junio 24, 2014

Tu avais a peine 15 ans, tes cheveux porteaient des rubans



El Niño Bonito nos ha salido melómano. Eso no lo inhabilita para acabar como arquitecto o ingeniero pero digamos que lo acerca más a mi sueño de chico con guitarrita y rastas en una esquina con Corralejo, para lógico espanto de su madre. Aparte de melómano, hay que empezar a reconocerlo, ha salido llorón. En fin, yo en estas cosas me siento un poco desarmado porque, ¿quién soy yo para juzgar a un niño de once días?, pero lo cierto es que a veces exagera un poco las cosas y el llanto se le va de las manos. En apenas una semana ha pasado de Defcon cinco a Defcon tres y la alerta persiste. No es para tanto, Alvarito, ya te darás cuenta cuando te deje la novia. Luego le cantamos canciones de Miguel Bosé o Gerard Lenorman y en el mejor de los casos se queda dormido tres o cuatro horas.

A mí me sigue pareciendo un chico triste. No sé qué idea tenía en la mente de lo que debía ser un recién nacido, si tenía que venir con la mochila de Pocholo ya puesta o qué. Cada vez hay menos espacios de melancolía, de hamaca frente a la ventana repasándose los nudillos con sus ojitos estrábicos y más rabia pura y dura. Todo mal, todo mal, parece decirnos con su llanto desgarrado. Y yo me pregunto: ¿mal qué, exactamente? y por miedo a que le dé por responderme cambio de canción y paso a cualquier otro grupo, Vetusta Morla, por ejemplo.

Por lo demás, ayer salí de casa porque es bueno comprobar que hay un mundo ahí fuera y que no todo son tomas de pecho y pañales. Cuando mi mujer lo descubra se va a llevar una alegría enorme porque la pobre empieza a estar francamente destrozada. En la calle donde ponen el Cortylandia en Navidades, justo donde la sede central de Cajamadrid, una pareja aporreaba cajeros automáticos hasta que a ella le dio un ataque de ansiedad y se desmayó. Cuando el guardia de seguridad se acercó a atenderla, el marido o el novio o lo que fuera -rondaban los 40, quizá 45- se puso a gritar: "¡No la toques, no la toques!".

Me gusta Madrid cuando se pone así. Ajena. Todos mirando desde una distancia abisal y cuando alguien se acerca a hacer algo le cae la bronca. Madrid en verano me parece una ciudad moderadamente habitable. El resto del año, no. En los discos de relajación para bebés -y hemos probado unos cuantos- gustan de poner el sonido de las olas rompiendo en la orilla, básicamente porque el sonido de las olas rompiendo en la orilla es la hostia y relaja a cualquiera, aunque sea un recién nacido. ¿Por qué preferimos los bocinazos en la rotonda? Difícil de explicarlo, pero permítanme que no me pierda de nuevo en nostalgias.

En fin, paseo por Callao-Sol-Ópera en uno de esos días en los que la ciudad es intercambiable por cualquier otra ciudad turística. Mis libros, en su sitio, bien ubicados en La Central, El Corte Inglés, la FNAC y la Casa del Libro. Todos mis libros menos "Amaneceres imprevistos", claro, que ya no sé ni si lo he llegado a escribir. Supongo que es un guiño al primer relato de la colección. Por la calle cruza un hombre con insignias del Madrid y camiseta de Brasil. En casa, la tía de la Chica Diploma le canta la Internacional al Niño Bonito y el Niño Bonito, sin criterio alguno, coge y se duerme, que es el gran reto de cada día, cada hora, cada minuto... luego me lo pasa a mí y, lo dicho, me da por cantar "Michelle", esa historia que me recuerda al amor adolescente que nunca tuve, el de los quince años y el recreo y las coletas y sentarse juntos en clase y ese largo etcétera que los jóvenes grunges nunca nos permitimos.

Pero nuestros hijos aún están a tiempo.