jueves, junio 19, 2014

And we were never being boring



Al sol, el Niño Bonito tiene un aire de anciano melancólico, con sus arrugas, su ceño fruncido y su mirada perdida. Un bebé nostálgico. Es guapo como su madre y triste como su padre, dirá la gente, y no es mala combinación si no se le va la mano. Para aumentar el parecido, le hemos colocado en una pequeña hamaca que él mismo está empezando a balancear con su cuerpo. Le encanta. Se queda ahí, de pie ante el mundo, con esa pose de "todo esto antes era campo" y recuerda sus felices días en el útero, días que no han de volver.

Luego se queda dormido en el sofá y le dejamos ahí un buen tiempo. A veces tengo la sensación de que se aburre: comer, llorar, dormir y poco más. Cuando lleva un rato con los ojos abiertos frente al mundo pone cara de que el mundo tampoco era para tanto y que mejor buscar otro bebé con el que echarse un dominó en el bar. En mi imaginación, el Niño Bonito es Benjamin Button y eso sería maravilloso siempre que tenga la cara de Brad Pitt.

Por lo demás, la vida de padre da de sí lo que uno quiere, es decir, poco. Una excusa perfecta para ver la tormenta desde el salón mientras los niños recogen las toallas de la piscina. Artículos sobre Bolaño y sobre Caritoux, como si fueran la misma cosa. Algo de Mundial pero poco y sin entusiasmo, que es algo un poco absurdo porque un Mundial sin entusiasmo ya me dirán ustedes qué es. Bastante de Twitter pero desde una cierta distancia. El otro día hablaba con Gonzalo Vázquez en la Feria y coincidíamos en que nuestro papel ahí es precisamente callarse.

Sin embargo, hay momentos buenos, o conversaciones buenas, especialmente las que recuerdan el vídeo de "Being boring", de los Pet Shop Boys. Decían Percival y Pedro Ampudia que ese es el vídeo en el que ellos habrían querido vivir siempre. Yo estaba de acuerdo, aunque sospecho que si los tres nos mudáramos allí acabaríamos hablando de fútbol hasta cansar a todas esas ninfas de blanco y mandarlas a un vídeo de cualquier otro grupo. Maroon 5, por ejemplo. Hablábamos también de lo parecidas que fueron las infancias y las adolescencias de todos nosotros, los setenteros, y quizá en eso podríamos recurrir de nuevo al principio de Anna Karenina.

En fin, que el Niño Bonito no demanda demasiada atención y cualquier día nos lo encontramos fugado de casa, asomado a la valla de unas obras o incluso haciendo ondear una bandera al paso de un nuevo rey. Mientras, su madre y yo nos ponemos "House of Cards" o sacamos un rato para leer, por ejemplo "Escarnio", de Coradino Vega, otra historia de setenteros que ya eran abuelos a los diecinueve años. Todo esto hasta que empieza de nuevo el juego: él se pone a berrear a ver si pasa algo y nosotros le ponemos en cincuenta posiciones distintas a ver si nos pasa algo a nosotros. Y así todo el día, sin que llegue a resultar aburrido de momento.