sábado, febrero 22, 2014
La madre de Borges y el padre de Álvaro
Borges me gusta casi siempre pero me gusta más cuando se le ven las costuras, cuando se hace entrañable, cuando la melancolía asoma por su ceguera, bastón en mano, escuchando interesado las preguntas de Soler Serrano. La impresión que yo tengo es que el tío debía de ser un pieza, toda esa construcción de laberintos y tigres para acabar en lo básico: la abuela inglesa, la madre compañera hasta los 100 años, los desamores inevitables por mucho que transformes tu vida en una recreación literaria...
A mí me gusta Borges en sus poesías, sus Matildes Urbach, y cuando dice aquello de "lo único que no me perdono es no haber sido feliz, se lo debía a mi madre". Esta frase la he entrecomillado pero sospecho que no es así. Puede que fuera algo menos dramático que "no me lo perdono" puede que simplemente lo sintiera, que se arrepintiera de ello o que, sin arrepentirse -el fútbol es así- se limitara a lamentarlo. Tendría que volver a leer el poema. La madre de Borges, además, estaba recién muerta y la guardia se baja y uno está cerca de cumplir 80 años y ve la muerte cerca también y echa la mirada atrás y, ¿qué queda?
Yo creo que la frase de por sí es brutal. Que el más grande reconozca algo así -luego lo matizó, pero eso fue luego y "luego" todo vale- ya emociona, pero toca un poco más cuando uno está a punto de ser padre. Efectivamente, a un hijo se le pueden exigir muchas cosas o pocas pero una de ellas es que sea feliz. No hablo de exigir como el que habla de hacer los deberes, sino de una necesidad, más bien. Un padre no puede concebir que su hijo sea infeliz. ¿Ser infeliz uno mismo? Bueno, eso es tolerable. Pero tu hijo, no.
El problema es que si tú eres infeliz a la fuerza le estás haciendo la faena a alguien. Quizá por eso yo me empeño en decirle a mi madre cada vez que puedo que he sido feliz en mi vida, en cada instante, que quizá me haya instalado demasiado tiempo en una cierta insatisfacción, pero me gustaría decir que esa insatisfacción casi siempre fue controlada, una especie de tedio del tiempo, de frustración porque no todo saliera perfecto.
¿Y mi padre? ¿Mi padre era infeliz o solo lo parecía? ¿Hasta qué punto? ¿Exigió en algún momento mi felicidad o simplemente sacrificó la suya y así evitó cualquier pacto perverso? ¿Qué pensaban los padres de mi padre de todo esto?
En cuanto a mi hijo, a Alvarito, ya digo, mi máxima aspiración es que sea feliz y no nos salga borgiano, solo faltaría. Que sea feliz a su manera y a ser posible que su manera no sea psicótica, claro, pero que tenga casi todo lo que se proponga, incluyendo el criterio suficiente para saber lo que uno puede proponerse y lo que no. Hoy en el desayuno le decía a mi mujer: "Ojalá nos salga guapo, creo que siendo guapo se vive mejor". Permítanme la frivolidad pero es que lo creo así. Y si no, desde luego, no le va a perjudicar. De la lectura de mis diarios se desprende que si yo hubiera sido guapo me lo habría pasado en grande. Quizá demasiado y quizá ese exceso me habría impedido apreciar las oportunidades de verdad, pero, coño, ser adolescente y guapo... eso es la leche.
Sí, que sea guapo como para pavonearse por las discotecas y listo como para saber dónde están sus límites. Que juegue con la vida. En vez de borgiano, nietzscheano. Que se lo pase de puta madre y acabe con un bigote enorme abrazando caballos en Turín. No, eso no. Su madre se llevaría un enorme disgusto. Pero, lo demás, todo. Todo para el hijo, lo que sea. Siempre que no juegue el Barça a la misma hora, por supuesto.