sábado, julio 03, 2010

Cómo (intentar) aprobar un examen


Un año en el que has pasado dos  veces por quirófano y has visto a siete especialistas distintos -de la misma especialidad... pero distintos- no es un gran año. Y el problema no son las consultas ni los quirófanos sino las angustias intermedias. A eso añádanle el intento por llevar una vida propia y un trabajo diario, a veces en localidades tan improbables para un malasañero como pueden ser Tres Cantos y Torrejón. Añádanle un corto y una novela y un libro de relatos. Es decir, más angustias.

En esas, se presenta uno a las Oposiciones de su especialidad. No son ninguna tontería, las Oposiciones. Si no sacas buena nota, no trabajas los próximos dos años. Yo sé que está muy bien eso de decir "los funcionarios tienen un trabajo fijo y no les pueden echar y por eso tienen que hacer un sacrificio", pero el caso es que yo no tengo un trabajo fijo porque soy interino y una vez que me cogen no me pueden echar salvo que queme una Escuela Oficial de Idiomas -y dependería de quién estuviera dentro- pero no tienen por qué cogerme. Así que estabilidad laboral, cero.

Unos exámenes importantes, en definitiva, en un momento pésimo, justo dos días después de acabar las últimas revisiones del último examen de Avanzado 2 en mi trabajo. El mes que más he trabajado de toda mi vida.

Les voy a explicar cómo lo he hecho, por si les sirve y con "cómo lo he hecho" no me refiero a esquemas ni a libros ni a mochilas con apuntes en el Cercanías, sino a la liturgia que sigo, año tras año, en todos los exámenes, desde 1995. El día anterior al examen se sale siempre a dar una vuelta. Por la noche, cuando vuelves, coges un esquema y oyes entero el "Surfer Rosa" de los Pixies, la versión editada junto al "Come on Pilgrim". Una vez escuchado, te duermes. Al día siguiente, mientras vas al centro de examen, te pones el "Casa Babylon", de Mano Negra, desde el principio. Desde el "Viva Zapata".

Los exámenes, como decía Luis Aragonés de las finales, no se hacen, se aprueban, así que habrá que ver si estas recetas de instituto y facultad siguen funcionando. En dos semanas, les digo.

jueves, julio 01, 2010

EMF-Unbelievable



A principios de los 90, incluso finales de los 80, empezaron a echar en Telemadrid las listas de éxitos de Gran Bretaña. Telemadrid, como cualquier cadena que empieza, era por entonces un solar pero un solar muy divertido, compuesto casi todo por producciones inglesas: "Sí, señor ministro", "Alló, alló", el grupo ese de enloquecidos que hacían sketches sobre un tal "Cabeza de Canoa". En uno de esos programas vi por primera vez el vídeo de Sinead O´Connor llorando como una magdalena, "I know that living with you baby was sometimes hard, but still I´m willing to give it another try".

Ahí descubrí también a Stone Roses y Happy Mondays. De una manera muy lateral porque, insisto, yo por entonces ni siquiera había entrado en el instituto, estaba en ese año intermedio de Parques de Atracciones y primeras discotecas light de Palma de Mallorca. Algo entre "Ritmo de la noche" y "Xuxuxu-Xaxaxa". Supongo que la cultura del tecno, de lo que nosotros llamábamos tecno y luego algunos llamaron bakalao y que en realidad es algo bastante indefinible, nos resultaba atractiva porque nos hacía sentirnos mayores.

Con 12 años compré mi cinta de "Acid Mix", con los emoticonos de las pastillas en la portada. Dudo que nadie con más de 15 años comprara aquello.

¿Dónde quedaba EMF en todo eso? Hasta donde yo recuerdo, la canción es de 1990 ó 1991 y fue un exitazo. Eso quiere decir que fue "mainstream" y desde luego tenía un punto Happy Mondays, un toque Madchester, pero también la ponían en las discotecas y la bailaban, extáticas, las chicas de la televisión. Bailar EMF como comprar "Lo más disco" o "Zona de baile" o el "Ponte las pilas" era una señal de madurez. Sé que suena irónico, pero lo era.

Piensen que la alternativa era Modestia Aparte. O Rick Astley. Puede que "Unbelievable" fuera la primera canción rencorosa que me gustara de verdad. Una canción de dejar las cosas claras. Yo no sé si después de dejar las cosas claras van a mejor. Diría que no, pero hay que intentarlo. Todos hemos pensado varias veces en decirle a la chica, sin más, "no te lo crees ni tú". Con 13 años y con 33. La rabia es lo único que no cede con la edad.

miércoles, junio 30, 2010

Jernigan, de David Gates


Transcribo a continuación mi reseña de la brillantísima "Jernigan", de David Gates, que se publica hoy mismo en Culturamas:

La figura del anti-héroe puebla la literatura estadounidense casi desde sus comienzos, con mayor o menor éxito a la hora de no caer en tópicos. Hablamos de novelas imposibles de filmar: Moses Herzog, Ignatius J.Reilly, Harry “Rabbit” Angstrom… incluso la colección de perdedores, outsiders borrachos que componen ese hito generacional llamado “En el camino”, de Jack Kerouac. Hombres autodestructivos con ese punto estético complaciente, irónico, casi pedante en ocasiones.


Jernigan, de David Gates, es un ejemplo claro de esta tradición literaria. A los 40 años, viudo, con un hijo adolescente y envuelto en una espiral de alcohol, Peter Jernigan vive en una zona residencial de Nueva Jersey con una mujer a la que no quiere y un trabajo en el que nadie le quiere a él. Aun así, sigue ahí erguido, más chulo que un ocho. Hijo de un pintor beatnik y padre de un chico completamente infeliz enamorado de una suicida en potencia, todo alrededor de Jernigan es deprimente, esperpéntico, desolador.

Estados Unidos a finales de los 80. Tiempos de recesión. Es la economía, estúpidos.

No hay razones que expliquen que esta novela haya permanecido veinte años oculta para el lector español. Desde que en 1991 quedara finalista del Premio Pulitzer ninguna editorial se había ocupado de encargar una traducción y proceder a su distribución. Extraño y esperpéntico. Demos gracias a Libros del Asteroide una vez más, porque Jernigan –el personaje y el libro- no merecían este olvido.

Un hombre que se dispara a sí mismo por sentir algo y busca siempre un diálogo ingenioso, una cita de clásicos, un latinajo o incluso un poco de spanglish. Alguien que sabe que debería haber triunfado, pero en fin, sencillamente no fue posible, así que recreémonos en la mediocridad. Jernigan podría ser la historia de un genio en medio de mediocres igual que Ignatius J.Reilly estaba convencido de que su nula vida social respondía a una conjura de necios contra su talento.

No lo es. Jernigan acepta la derrota desde la página uno y no entra en si el mundo debería ser de una manera o de otra. Con una sonrisa cínica en la cara se limita a constatar: “La cagué” o a pronosticar: “La volveré a cagar”. Volviendo al símil cinematográfico, y aun insistiendo en que se trata de ese tipo de novelas inadaptables porque cualquier productor desecharía el guión al grito indignado de “¡Pero si aquí no pasa nada!”, sí encontramos un cierto paralelismo con El Nota, protagonista de “El gran Lebowski”, de los hermanos Coen.

Es ese tipo de suciedad brillante. Ese tipo de apestado consciente de su mal olor. Uno lee las 350 páginas de Jernigan imaginándose a Jeff Bridges perdido en una caravana en medio de un bosque invernal o acompañando a su hijastra al hospital por una sobredosis de ácido. No hay moral en Jernigan. Desde luego, no hay moralina. Sólo estética de perdedor. Un hombre que ve capítulos de Star Trek mientras su vida se derrumba.

Y él lo sabe. Si no lo supiera, no habría novela.

España 1- Portugal 0


El problema con los equipos que juegan con diez atrás, se olvidan del balón y solo buscan el contraataque, un rechace o un error del contrario es que cuando pierden 1-0 y se van a casa a octavos nadie se acuerda de ellos. Para tener alguna posibilidad de pasar a la gloria no solo tienen que ganar -es decir, que el contrario pierda- sino que además ese contrario tenga algún interés en jugar. Si nos acordamos dentro de años de que el Inter ganó esta Copa de Europa será siempre teniendo en cuenta que le ganó al maravilloso Barcelona en semifinales y probablemente hayamos olvidado el nombre de todos sus jugadores salvo quizá los de Milito y Sneijder.

El triunfo marca escuela, eso está claro. Por eso, en este Mundial, España se juega mucho, claro, pero el fútbol se juega más. Cuando hasta Brasil apuesta por la contundencia por encima de la magia y Holanda se dedica al contraataque, solo Alemania y España se perciben como marcadas apuestas por un fútbol combinativo y de ataque continuo. Por echarle huevos, en una frase. No incluyo a Argentina porque hasta ahora no me he enterado de a qué juega Argentina. Sé que le va bien y marca muchos goles, pero más allá de la contundencia y el talento de sus delanteros no sabría decir. De momento, le basta, nada que reprocharles.

Cuando España perdió ante Suiza el primer partido del Mundial, aquella mediocre y rácana Suiza que lleva ya una semana en su casa viendo los partidos por la tele, todo el mundo empezó a hablar de demasiado tiqui-taca, demasiado pase horizontal, demasiados mediocampistas, demasiado todo. Luego, ante Honduras, el discurso fue el contrario: nos hemos olvidado del balón, de la circulación, jugamos muy lentos... El peor partido, ante Chile, fue el más celebrado.

La gente olvida lo que es un Mundial porque sucede cada cuatro años, pero un Mundial es esto. Un Mundial es Paraguay-Japón, 0-0 y a los penaltis. Eso es un Mundial. Es diez portugueses presionando en su campo, agazapados para ver si Cristiano o Simao pillan una contra o a Casillas se le doblan las manos. Uno no gana un Mundial paseándose. España no ganó una Eurocopa paseándose, sino empatando a cero ante Italia y ganando por la mínima a Alemania. Sinceramente, no creo que nadie hubiera goleado hoy a Portugal jugando como ha jugado hoy Queiroz. Tampoco creo que le hubiera ganado a nadie. Fue todo previsible y lógico: 1-0 y a casa.

En fin, dos mediocres ya de vacaciones y nosotros en cuartos de final con la sensación de que aún tenemos algo más que dar. Se habla mucho de la maldición de los cuartos de final pero se obvia que no todos los Mundiales llegamos a esa fase. De hecho, hemos igualado la mejor clasificación en 60 años. ¿No querían resultados? Pues eso, la mejor clasificación en 60 años. Si ganamos conseguiremos la mejor de la historia moderna, porque lo de 1950 no solo era en blanco y negro sino que ni siquiera fue una semifinal.

¿Eso quiere decir que vamos a ganar? Miren, yo no sé cuándo un equipo va a ganar y cuándo no. Si alguien supiera eso, créanme que no habría casas de apuestas. Yo espero que España tenga el balón, se lo pase, busque velocidad con Villa y profundidad con Torres y agote al rival. Eso es lo que espero. Luego se puede tener acierto o no. Los tiros de Xabi Alonso pueden estrellare contra el larguero o entrar. Los rechaces de Puyol pueden irse fuera por un centímetro o dar al palo y colarse. Iniesta puede chutar una vez a puerta, como ante Chile, y colarla justo pegada al poste o puede mandarla al corner. Todo eso, el acierto, lo que marca la diferencia, es precisamente lo que hace este juego impredecible.

Pero a mí dame el 65% del balón y déjame tirar 15 veces. De verdad, déjame. Tú, mientras, sigue corriendo y espera a ver si me equivoco. Espera.

lunes, junio 28, 2010

La chica del tren

El título es sugerente, pero se trata de la reseña de la película de André Techiné. Aquí tienen el enlace original de Notodo.com, por si lo prefieren.

Siguiendo la línea de Villa Amalia, la recientemente estrenada película de Benoit Jacquot, nos encontramos con otra película francesa en la que la identidad, o más bien la crisis de identidad frente al entorno, ocupa el lugar principal en la trama. La chica del tren es la historia de una joven que no sabe quién es ni qué quiere ser. Tiene claro que quiere que la quieran, como todos, pero tampoco acaba de dar con la clave de su inconformismo vital. Un peligro público, en definitiva. Es la historia también de un montón de mentiras; todas las mentiras que a veces creemos que necesitamos para sentir el apoyo de los demás; todas las mentiras que los demás aceptan sin verificar y todas las mentiras en las que se basa la sociedad para mantener cierta cordura: la hipocresía familiar, la hipocresía política, la hipocresía de la prensa.

La crítica de André Téchiné -Los Juncos Salvajes, Los Ladrones- es sutil pero a la vez demoledora. No deja títere con cabeza. Adaptando un hecho real, que no te podemos desvelar sin contarte media película, nos muestra la enorme fragilidad de determinadas personas y lo volátil de la identidad cuando ésta depende de una tarjeta de visita. Quién eres, qué haces, qué pueden esperar los demás de ti. Jeanne, magistralmente interpretada por la prometedora Emilie Dequenne, se mueve en los angustiosos puntos intermedios de la post-adolescencia buscando el cariño que no encuentra en casa, donde su madre, Catherine Deneuve, parece más ocupada en darle libertad que en enseñarle qué demonios hacer con esa libertad. La libertad de no saber quién eres y tener que mentir para que te acepten.

Aparte de una historia contundente, Téchiné mantiene su facilidad de anteriores películas para colocar a los personajes por encima de todo, con sus conflictos y sus inseguridades, de manera que la empatía resulta inmediata: esa envidiable capacidad francesa para narrar el amor o su ausencia con sólo dos miradas y cuatro palabras. El amor, la mentira y los otros. Como ves, no es cuestión de inventar nada sino de acertar con la combinación correcta.