viernes, octubre 11, 2019

Una semana en el motor de un autobús


La última vez que vi a D. -o más bien la última vez que él me vio a mí- rebosaba cocaína. Era 2011, una catarata de excesos. Estábamos con una chica preciosa, rumbo a un piano-bar y la situación se volvió un poco tensa porque la cocaína es lo que tiene. D. empezó a ponerse algo pesado, la chica algo incómoda y a mí me entró un ataque de pánico. El ambiente era horrible en aquel sitio: un montón de borrachos decadente conscientes de su decadencia y orgullosos de ella. De vez en cuando, algún grupo de postadolescentes a punto de echarles cacahuetes.

Las noches con D. eran así y de todos modos le queríamos. Era un tipo carismático, inagotable, de una energía sin fin. Una vez me llamó a las doce o la una de la madrugada para invitarme a una fiesta que iba a acabar en orgía. Yo estaba besándome con una actriz en algún lugar de Chueca y aun así fui porque nunca había estado en una fiesta-orgía y ni siquiera la culpabilidad -me sentía demasiado viejo a mis 33 años- conseguía frenar la euforia. Sospecho que a la actriz le sentó mal porque nuestra amistad se vino abajo en los meses posteriores. Ella acabó en otra cama. Yo me pasé dos horas esperando señales de D. que no llegaron nunca. Un tipo se paseaba con una copa en la mano y un disfraz de enfermero, puede que cirujano.

Ocho años después le mandé un mensaje para ver qué tal estaba. No contestó. Me pareció raro pero no quise averiguar más. Aquellas noches tenían que tener consecuencias y yo pensé que todo estaba bajo control pero probablemente no lo estuviera. Nos divertimos, eso seguro. Presumí mil veces de no esconder cadáveres en los armarios pero puede que no fuera del todo cierto. Ahora debería de dar igual pero hay cosas que nunca dejan de importarle a uno. Los mensajes sin respuesta, por ejemplo. Me hacen sentir como Peter Lorre en Casablanca, cuando Rick le dice aquello de "I´d despise you if I gave you any thought", que por otro lado es una frase buenísima.

*

La colección de Lengua de Trapo sobre grandes discos de las últimas décadas es deliciosa. No sé si sigue en pie, supongo que no. Es una pena. Es ese tipo de colección que se sostiene incluso sin saber de qué están hablando. Creo que no he escuchado ninguno de los discos de los que trata: ni Los Planetas ni Enrique Morente ni Alaska. Cosas sueltas de Mecano y de Nacho Vegas. La crónica de "Una semana en el motor de un autobús", de Nando Cruz, es magnífica. Sabe contarlo todo sin caer en moralismos ni sensacionalismos baratos. La tensión entre la independencia y el mercado, entre la responsabilidad y el abismo, entre la creación como medio y como fin.

No siente especial fascinación por ninguno de sus personajes pero tampoco pretende bajar a nadie de ningún pedestal. En todo momento resulta creíble, incluso las partes que el propio autor reconoce no tener demasiado claras. Puede que el nicho sea muy estrecho y que quepamos pocos, pero creo que habría que reflotar un proyecto así, de lo más valiente y verdaderamente innovador que se ha hecho en la industria literaria española en mucho tiempo. Desconozco si es posible. De nuevo, supongo que no. Pero sería bonito, caramba.

*

Luego hay otros malos rollos que son casi instintivos, como entrar en el colegio y de alguna manera sentirte observado o ninguneado y eso solo pueden ser prejuicios de tardoasaltante al Palacio de Invierno. El constante "yo no soy como vosotros" pero ahora vivido desde un cierto desamparo, desde un "y qué miedo me da" en demasiados sentidos. Peter Lorre, de nuevo, supongo, pero un Peter Lorre ya directamente paranoico, muy pasado, borracho y sentimental en la barra de un bar de Marruecos, esperando a que alguien vuelva de 2011 y le rescate. Un despropósito.