La sensación es parecida pero a la vez distinta, lo que me hace difícil explicarla al detalle. No es un vértigo puro y duro, a lo Meniere, porque no acabo en el suelo esperando a que el mundo deje de dar vueltas en círculo. Por otro lado, es algo más que un mareo, es un corazón disparado y un sudor horrible y la sensación de que tu cuerpo ya no te pertenece y que se está yendo a algún lado. No ya al suelo como destino sino al suelo como recurso, como punto de estabilidad dentro del desequilibrio. Cerrar los ojos, agarrarse a la Chica Diploma y respirar lo más tranquilamente posible hasta, de alguna manera, recuperar el control de uno mismo.
Un control que, por otro lado, quizá se perdió hace demasiado tiempo.
Así que ahí me quedo, recostado en las escaleras de un garaje mientras mi hijo me da besos y me pregunta si eso de los mareos es solo cosa de papás -lo que ha visto no le ha gustado, aunque tampoco elaborará demasiado sobre el tema en las horas posteriores- y mi mujer me coge la mano helada y poco a poco me va levantando, la vida de nuevo en orden, todo en vertical y horizontal. El aturdimiento, eso sí, aún presente, una mezcla de agarrotamiento, pánico y arritmia que me acompaña hasta el ambulatorio donde la médico no ve nada especialmente grave pero de todos modos me da la baja porque estoy hecho un trapo.
Yo, cuando me preguntan, digo que es ansiedad y que la ansiedad no avisa. Lo que no sé muy bien es qué estoy diciendo porque no sé muy bien
qué es exactamente eso de la ansiedad ni cómo se puede uno pasar más de veinte años con "ansiedad crónica" como se los pasa con "prostatitis crónica" o con dolores crónicos de vesícula e hígado sin que ninguna prueba detecte nada más allá de los síntomas. Un saco de síntomas, eso es lo que soy. Síntomas y pastillas, claro. Y, de vez en cuando, derrumbamientos aleatorios.
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El viernes vamos a ver "Joker" a los Verdi. Nos gusta pero no nos entusiasma. A la Chica Diploma le resulta lenta, al menos el principio, y a mí me parece demasiado obvia, una mezcla de "Taxi driver" y "V de Vendetta" pasada por "El club de la lucha" que no veo que supere a ninguna de las tres por separado y con un guion muy endeble en ocasiones. Un enorme
fuck the system que no va mucho más allá del grito.
Otra cosa es lo de Joaquin Phoenix y siento ser reiterativo. Es un espectáculo y no lo es en un solo registro. A través del personaje de Phoenix, además, descubrimos lo realmente interesante de la película, que es el drama de la enfermedad mental y su trato social. La imposibilidad de saber por qué alguien ríe o llora compulsivamente. El desafío del otro. Phoenix sabe ser un apocado hijo único, un entregado cuidador, un hombre que intenta encajar como puede -es decir, mal- en su entorno, un payaso que entretiene niños, un psicópata con todas las letras y un alegre bailarín casi nietzscheano con tintes, esta vez, de "La naranja mecánica".
Todo eso es Phoenix y todo eso es "Joker", que no es poco. De ahí a la obra maestra va todavía un trecho, pero esa es sola mi opinión y no deja de ser la opinión de alguien que se bambolea como un péndulo al menor inconveniente. Un enfermo mental, hasta cierto punto. Tómenla con precaución.
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Aperitivo con Víctor Alfaro en un bar grasiento a la salida del intercambiador de Avenida de América. Me anima a que escriba y yo le digo que prefiero dormir, así, en general. Me dice que en ese caso me ponga el puto despertador a alguna hora y que después de esa hora... escriba. Que acabe lo que empecé en Fuerteventura, que no deje cosas a medias, que "better done than perfect" y que piense en lo orgullosos que estarán mis hijos en el futuro. Tiene razón en todo, but then again. El resto de la charla es una delicia en la que queda bien claro que la gran diferencia entre Víctor y yo es que él es mucho mejor persona. Nos conocimos en 2006, puede que 2007, y ahí seguimos. Tengo la sensación de que él me admira por algo que no sé qué es. Yo le admiro por algo que tiene que ver con su tranquilidad, su sonrisa y su facilidad para que todo el mundo se sienta en casa a su lado.