martes, octubre 08, 2019
Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer
Cuando vuelvo a casa me meto en la cama. No tanto porque en la cama esté a gusto sino porque en la cama estoy a salvo. Quien haya pasado por eso, sabrá de lo que le hablo. Son poco más de las nueve de la mañana y ha sido una noche complicada, de dolor de estómago, náuseas y niño agitado. Tengo sueño pero no solo es sueño, es otra cosa, no sé muy bien el qué. Al poco, ya en duermevela, empieza a sonar algo que puede ser una trompeta pero también un clarinete y que viene de una ventana del patio interior. Es un sonido que nos ha acompañado desde el primer día en esta casa pero que llevaba dos o tres años ausente.
Al principio, resulta hasta agradable, como vivir en una película de Garci, luego no tanto. Luego es más bien una molestia y una molestia que podría evitarse con solo cerrar la ventana mientras ensaya pero no. Siempre me ha parecido fascinante ese tipo de personalidad y más aún viniendo de un (aspirante a) músico. En cualquier caso, eso no es nada. Al rato, no sé, a las once quizá, empiezan los ruidos del televisor de abajo. Gritos que solo podrían venir de algún debate de Gran Hermano VIP pero que en realidad vienen del programa de Ferreras, que viene a ser lo mismo. Esta mañana, mientras dejábamos al niño en el colegio, Alsina empezó la entrevista con Albert Rivera con una pregunta que venía a decir: "¿No es contradictorio que todos ustedes se estén presentando como garantía del desbloqueo cuando son los responsables del bloqueo?"
Diez minutos después, Rivera seguía contestando.
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Me cuesta leer nada que no trate sobre los Beatles. Por eso, me temo, el libro de Foster Wallace se me hace un poco bola cuando no parece haber ninguna razón objetiva para ello. Tal y como me prometió el librero de Random House en la Feria del Libro es un libro ameno, rápido y entretenido, lejos de grandes pretensiones. Supongo que también influirán en esta digestión pesada mis prejuicios en torno al autor. Siempre me ha costado todo lo que ha escrito -incluyo el ensayo sobre Federer- y no me atrevo a ver en ello un defecto suyo porque el despliegue literario es enorme en cada página. Simplemente, se ve que no es lo que yo estoy buscando.
Por lo demás, las andanzas del escritor-reportero de treinta y pocos años a bordo de un crucero de lujo me recuerdan inevitablemente a mis propias andanzas en un hotel de costa en Sancti Petri. Los dos estuvimos una semana y comimos como animales y sentimos esas sonrisas obligadas y alucinamos ante el despliegue de animación, quizá en mi caso destinada a un público mucho más infantil que en el suyo. Sea como fuere, mientras me reconozco no puedo evitar sentirme ajeno. Yo no podría sacar ciento cincuenta páginas de Cádiz. Me pregunto si en algún momento habría podido y me respondo que sí pero es una respuesta con truco: serían ciento cincuenta páginas muy malas. Un vómito.
Esta mañana, de pasada, he leído la típica declaración de un escritor rollo "yo siempre voy a escribir, hasta que me muera". Tengamos cuidado con lo que prometemos porque llega un momento en el que incluso ese instinto primario acaba desapareciendo y solo encender el ordenador ya empieza a parecer una aventura.
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Al Niño Bonito le pueden las responsabilidades. Si no me pareciera terrible, me provocaría una enorme ternura. Se pone a llorar en la cama y se pone a llorar en el garaje. Por lo que él mismo dice, llora a menudo en clase por motivos un tanto absurdos: siente que no está a la altura y no sabe por qué él mismo se ha puesto el listón tan alto. Tiene cinco años y su mundo está a punto de explotar en mil pedazos y él lo sabe perfectamente. Tan bien como lo sé yo pero sin mis recursos para gestionar las crisis (risas).
Como único remedio, nos tumbamos los dos en la cama y nos contamos. "En el colegio a veces pasan cosas que no quiero que pasen" y no lo tolera. No lo permite. Es flagrantemente injusto que el mundo no se adapte sin más a su voluntad y le deje paso. El otro día me preguntaba si le iría a ver cuando jugara en el Barcelona de mayor, una pregunta sincera, como si necesitara tanto para impresionarme. "Yo te voy a ir a ver siempre, aunque juegues en el parque" y como la madre de Manolo Rodríguez, le llevaré un sandwich en papel albal si hace falta.
No estoy seguro de que lo entendiera.