jueves, septiembre 05, 2019

Érase una vez... en Sancti Petri


Nuestra última noche resulta ser también la última noche de la entrañable Olaf, una de las chicas del equipo de animación. Cuando acaba el ritual de bailes -siempre cierran con "Madre Tierra", de Chayanne, ellos sabrán por qué-, Anna pide un aplauso de despedida y anuncia que la van a tirar a la piscina. Nada improvisado, un simple ritual de despedida del Iberostar Royal Andalus. Olaf ni siquiera protesta, pone su típica cara de resignación alegre, la que ponía cuando bailaba "El pollito pío" delante de un montón de niños ausentes, e inicia su camino hacia el agua como quien va a la compra.

Detrás de ella vamos todos. Todos es todos. Un montón de alemanes, ingleses, holandeses, franceses y españoles que no nos queremos perder el momento. Es todo tan absurdo que en medio de la estampida, borracho, se me ocurre gritar "Al pilón, todos al pilón". ¿Qué diferencia a un turista de un paleto? Olaf cumple y se tira o la tira Anna, ahora no lo recuerdo bien, y todos marchamos sin ofrecerle siquiera una toalla para que se seque. No hace frío pero tampoco calor. Son las once y pico de la noche y el Niño Bonito apura espídico sus últimas horas, la cara pintada de gato y corriendo en círculos.

Queda el sentimiento extraño de que el lugar ya no te pertenece. A nosotros nadie nos tirará a una piscina ni nos aplaudirá como héroes. La vida sigue ahí como seguirá la nuestra en algún otro lado y hasta cierto punto resulta extraño, incluso feo. Al día siguiente salimos a las seis de la tarde para no pillar atasco pero eso quiere decir que a la una de la madrugada seguimos en el coche. La Chica Diploma lucha por no dormirse, el Niño Bonito descansa con su "roca lunar" aún en la mano, reliquia de la playa de Sancti Petri. La realidad vuelve y vuelve con violencia, como siempre, no queda otra.

*

De "Érase una vez en Holywood" me quedo con el regalo a Sharon Tate. Es lo que más me llama la atención porque Tarantino no es de ese tipo de homenajes. Por supuesto, hay guiños a todo lo que fue aquella época y la que vendría después, en los setenta, pero eso ya se ha escrito en muchos lados. Para mí, la película es la cara de Margot Robbie haciendo de Sharon Tate metida en un cine de Los Ángeles, una sesión matinal, sala medio vacía pero aun así con risas puntuales. Tate mordiéndose las uñas, nerviosa, pero sin dejar de sonreír, una sonrisa que promete cosas, que promete entusiasmo, que promete una carrera exitosa. Sharon Tate disfrutando de su anonimato justo antes de que su rostro llene todos los periódicos, flirteando en la pantalla con un muy avejentado Dean Martin.

Tarantino dedicando cinco minutos de su metraje solamente a eso, sin diálogos ingeniosos, sin planos revolucionarios. La actriz muy por encima de la madre degollada. El momento en el que todo parecía posible y de repente se fue a la mierda.

Del resto de la película puedo decir poco porque me da la sensación de que me perdí demasiadas cosas esperando otras que no llegaron. Tal vez me he acostumbrado demasiado a Christoph Waltz o en su defecto a Tim Roth haciendo de Christoph Waltz. A la anécdota sin fin que acaba convirtiéndose en clave de la historia. Hasta cierto punto, "Érase una vez..." me pareció una película costumbrista, aun teniendo en cuenta que las costumbres de la época eran como mínimo algo excéntricas. En cualquier caso, ya digo, es probable que no me enterara del todo. Me pasa mucho últimamente.

*

Sofía acepta que compongamos canciones juntos pero propone un método que me resulta incómodo. Diría que es un método que me bloquea pero utilizo ese verbo demasiadas veces últimamente. Un bloqueo absoluto ante todo lo que sea salirme de mi zona de confort, ante todo lo que no sea ir a comprar al Dino Express con George Harrison en los cascos o sentarme en la terraza a escuchar cómo John Lennon explica en la radio cada canción del "Abbey Road" sin perder la compostura. Todo es un mundo físico y mental y de las reuniones de departamento ya ni hablamos.

Volvamos de todos modos a Sofía en "Las Vidrieras", el bar al que la llevamos cuando murió su padre. Yo ante un señor desayuno y ella ante un Aquarius. Su propuesta es pensar en un concepto o una palabra que signifiquen algo para mí y a partir de ahí construir la letra de la canción. Puede funcionar, pero yo no sé qué significa algo para mí ahora mismo precisamente por lo que decía del bloqueo. Quizá la primera palabra debería ser esa, "bloqueo" y la segunda, puede ser, "incertidumbre". No sé. Me ha pedido una lista y debería tomarme cinco minutos escribirla. El problema es que llevo delante de la hoja dos días.