sábado, mayo 30, 2015

Should I stay or should I go



El mejor momento de la noche llega cuando se acaba la etiqueta y empiezan los taxis. Algunos, con ese encanto que tiene lo decadente, deciden meterse en un karaoke infame que hay en la propia avenida de Menéndez Pelayo; otros, la mayoría de los de Penguin, se van a "Diablos azules" a continuar la fiesta con un rollo, intuyo, más tranquilo... y ahí nos quedamos Melca y yo convenciendo a Alfonso para ir a la fiesta "de los jóvenes", sea eso lo que sea, en el José Alfredo.

La cosa queda en un punto medio: nos acompaña en el taxi pero nosotros nos bajamos en la esquina de Gran Vía con el McDonald´s de Callao y él sigue hacia la calle Alburquerque. En el bar están Javi Gutiérrez, Dani Arjona, Matías Candeira, Sergio del Molino, Manuel Astur y un largo etcétera. Es un ambiente agradable y poco tenso, todo lo contrario de lo que se respiraba en el Retiro, con todos esos egos e inseguridades flotando, como bien me decía Eduardo Lago para animarme.

Fui a la fiesta con la intención sana de rendirme, de abandonar todo intento de seguir escribiendo o al menos de seguir publicando y llegué tan a la defensiva que al primero que me crucé le solté tal rollo sobre lo mal que está todo que me sentí culpable durante horas. ¿Quién coño va a una fiesta con una cara hasta el suelo y una mala palabra siempre dispuesta en la boca? Alguien que no duerme desde hace casi un año, supongo.

Luego, ya digo, mejor. Un montón de treintañeros y algún cuarentón prematuro dispuestos a quemar la noche. Cierta envidia. Ciertos recuerdos del pasado bajando por Gran Vía buscando un taxi. Hacerse viejo, supongo, consiste en darse cuenta de que las canciones ya no hablan de ti, ni siquiera el "Should I stay or should I go" de los Clash, que es ya lo último.

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Leo un anuncio de la editorial Nevsky en el que dicen que buscan manuscritos de autores españoles. Junto al anuncio vienen una serie de limitaciones de estilo muy comprensibles: qué buscan exactamente y de qué forma. Luego viene lo habitual en la industria editorial: las mayúsculas -es decir, los gritos- y las prisas: sinopsis de 500 palabras, biobibliografía y las primeras 2500 palabras de la novela, con un aviso muy claro: "No queremos más y no leeremos más".

A mí todo esto me recuerda a una audición de La Voz o a cualquiera de esos castings de concursos donde tienes que demostrar lo que vales en un minuto y no quieren más ni van a esperarte más. Abres la recepción de manuscritos pero pareces más preocupado de que te lleguen más de la cuenta, cosa que de todas maneras sucederá, que de encontrar la aguja en el pajar . ¿Por qué ponerse tan a la defensiva? No es algo exclusivo de Nevsky, por supuesto, sino ese punto de "soy editor, pero no me toques mucho las narices con tus libros" o, como me dijo ayer una agente literaria cuyo nombre ni recuerdo y con la que no crucé ni una palabra: "Las agentes somos como los médicos, que todo el mundo nos viene a contar sus molestias".

Tíos, estáis en una industria que no os gusta. Dejadla y punto. O al menos sed menos agresivos. Todo esto me recuerda a aquel año en la Escuela de Letras donde nuestros distintos profesores eran como clones de Nina, la de Operación Triunfo. Ahí nadie parecía divertirse. Egos e inseguridades, de nuevo. Y es una pena, claro.

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Todo lo que diga de nuevo sobre Esperanza Aguirre resultará redundante, pero me alegra ver que su legado termina con 200 personas gritando incoherencias en la Puerta del Sol y defendiendo el centrismo liberal entendido a la manera del delegado del gobierno en Valencia. Todos estos liberales mancillando el liberalismo y tejiendo desde el estado toda una serie de amistades, chanchullos, influencias y maletines. No ya acabar con el Estado -que es una visión del liberalismo ya de por sí algo paleta- sino saquearlo, sin más.