lunes, mayo 25, 2015

Podemos, Compromís, Marea Atlántica y Ada Colau toman las plazas institucionales



En mayo de 2011 mi padre estaba aún recuperándose de un ictus sufrido siete meses antes. Dos o tres veces por semana tenía que ir a un logopeda cerca de la Plaza de Castilla para ir remediando la afasia y volver a aprender desde el principio, como en una guardería. Aquella consulta, de hecho, estaba llena de niños y de dibujos y de canciones... y ahí estaba mi padre, a sus 56 años, grande y fuerte y a la vez tremendamente frágil con su andar encorvado de herencia familiar, su carpeta en la mano que le había preparado Mercedes llena de ejercicios que se ponía a hacer obedientemente cada tarde.

Algunos días, yo le acompañaba. No tenía trabajo ni aspiraciones. Vivía en un piso de Malasaña que sabía que tarde o temprano no podría pagar. A la salida tomábamos un pincho de tortilla en un bar de al lado de la consulta y luego nos despedíamos sin decirnos demasiado el uno al otro, como había sido siempre. Eran los tiempos del 15-M, los tiempos de la Puerta del Sol, y yo solía ir ahí cuando dejaba a mi padre ya en el andén del metro -se confundía a menudo, tenía mareos, le daban miedo muchas cosas en las que nunca había pensado antes- a soltar toda la adrenalina y la rabia y sentirme parte de algo.

Una tarde mi padre me acompañó. Yo le dije que iba y él me dijo que le gustaría verlo. Mi padre había sido muy activo políticamente en los setenta hasta que la realidad se lo llevó por delante. Mi recuerdo del 15-M es en parte ese: mi padre entre tiendas de campaña, algo confundido, agarrado a su carpeta mientras las distintas comisiones organizaban sus asambleas. No sé muy bien lo que pensaba de aquello porque nunca lo dijo, pero sé que yo me sentía orgulloso, como un niño pequeño que le dice a su padre: "Mira, papá, esto lo hemos hecho nosotros. Mira, papá, solos también podemos".

Estar en Sol fue fácil durante un tiempo y muy complicado después porque se pasó la moda y llegó el cinismo y todos los que habíamos estado ahí pasamos a ser una panda de perroflautas estúpidos y naïves. Es posible que hubiera algo de eso. El caso es que han bastado cuatro años, una sola legislatura, para demostrar que había algo más que las batucadas y las sesiones de reiki. Una sola legislatura para echar al PP de la alcaldía, arrinconarle en la Comunidad, quitar de en medio a los nacionalistas en Barcelona y conseguir que Compromís se quede con Valencia. Sin un duro en publicidad, sin una buena palabra de los grandes medios, sobreviviendo a base de redes sociales y WhatsApps.

¿Qué clase de sistema se derrumba como un castillo de naipes con un solo soplido? Este sistema. Un sistema podrido. El sistema de los pequeños Nicolás. Con el PSOE aturdido -la decisión precipitada y televisiva de poner a Carmona como candidato a la alcaldía es de las que acaba con un partido-, el PP decidió doblar su apuesta en confianza de que entre el caos y ellos, los votantes les elegirían sin dudarlo. Mantuvieron a Rita Barberá en Valencia y pusieron a Esperanza Aguirre en Madrid. Fue una decisión pésima. En los últimos 24 años, el PP solo ha estado a punto de no gobernar dos veces: en 2003, cuando ganó la Asamblea con mayoría simple, no absoluta, y en 2015, cuando ha ganado la alcaldía pero por un solo concejal.

En ambos casos, las listas las encabezaba Aguirre.

El posible "efecto Aguirre" quedó solapado por el "efecto anti-Aguirre" porque Aguirre es en el fondo lo que todos odiamos: la prepotencia, el populismo disfrazado de alta política, el control de los medios, el descontrol de las comisiones, el gobierno de los amiguetes, el trasvase de lo público no ya a lo privado sino directamente a las manos afines... Estoy convencido de que cualquier otro candidato que no hubiera sido Aguirre habría ganado con mayor claridad, la suficiente para al menos gobernar apoyado en Ciudadanos. Por supuesto, consiguió muchos votos, pero no más porcentaje que su compañera de cartel, y sus rivales políticos movilizaron a muchísimos ciudadanos, como yo, que simplemente pedíamos un mínimo de decencia.

Junto a Aguirre cae Cospedal, cae Fabra, cae Monago y cae una manera de entender la política. Aún no sabemos lo que viene. Cifuentes se agarra a un posible apoyo de Ciudadanos que los medios dan por supuesto pero que en términos electorales no sé si beneficiaría o no a Albert Rivera. Puede que un gobierno en minoría de Gabilondo no les resulte algo tan terrible. Todo lo que se une al PP acaba derrumbándose, es como montarse en el Titanic con un billete de tercera.

El batacazo ha sido total en todo el país, y si ha sido así se debe en buena parte también a los decepcionantes resultados de Ciudadanos, que mejora desde luego los de UPyD pero que no ha sabido aprovecharse del inmenso apoyo que ha recibido de los medios de comunicación y de su generoso presupuesto electoral. No ha sido un desastre pero ha estado muy por debajo de lo esperado, quedando Madrid prácticamente como única posibilidad de salvar los muebles o quemar la casa definitivamente. La ambigüedad, en este caso, no ha funcionado.

Por lo demás, triunfo absoluto de los movimientos ciudadanos. Populistas, por supuesto, pero a ver si cantar un rap por Extremadura te convierte en Winston Churchill. El nivel de la política española es pésimo y con eso tenemos que vivir. Tampoco es el único país en el que estas cosas suceden, miren el entorno. Colau ganó en Barcelona con comodidad y quizá reabra por fin el melón de los abusos de los mossos d´esquadra, dejando el debate soberanista a un lado para centrarse por fin en la realidad, en el día a día. Compromís casi le gana a Barberá las elecciones y se supone que gobernarán sin problema. En Galicia, Marea Atlántica consiguió unos resultados espectaculares e incluso el insoportable Revilla logró un éxito sin precedentes en Cantabria, quedándose a un diputado de ganar las elecciones al intocable PP.

Viene un tiempo nuevo, ahora de verdad, y nada hace apuntar que estos resultados no se vayan a repetir en las elecciones generales, más aún si, esta vez, el voto por correo de residentes extranjeros funciona. Los cientos de miles. o los millones según la fuente, que han encontrado infinidad de problemas burocráticos para expresar un voto que, lógicamente, no iba ir ni al partido del gobierno ni al del gobierno anterior. Llega, sobre todo, la hora de la responsabilidad. Una responsabilidad enorme. Cuando salimos a la calle en toda España en mayo de 2011 nos pidieron que formáramos partidos. No solo se formaron sino que han resultado ser partidos victoriosos. Ahora tienen que ser también partidos que gestionen, que gobiernen, que no se bloqueen como se bloqueó el 15-M en asambleas interminables sin sentido.

Llega el relevo, supongo. Es raro que diga esto con una señora de setenta años como referente del traspaso de poderes, pero creo que sí, que llega el relevo generacional y a la generación del 50, incluso la del 60, que ha copado los puestos de poder de este país durante treinta largos años ha llegado el momento de decirles que se pueden echar a un lado tranquilos, que nosotros nos ocupamos. Que solos podemos, papá, solos podemos. Demostrarles que no somos tan inútiles -ni tan domesticables- como ellos piensan.