jueves, abril 23, 2015
Objetivo: asaltar los cielos
Jacobo Rivero me regala un ejemplar de su libro sobre Podemos, editado por Planeta. Estamos en una terraza de Santa Isabel, cerca del museo Reina Sofía, Él, sin demasiado disimulo, firma la primera página y yo me pongo a buscarme descaradamente de capítulo en capítulo hasta que se da cuenta y me explica dónde puedo encontrarme. Tiene pinta de ser un buen libro porque hablamos de un excelente escritor con las cosas bastante claras. Mi miedo es que Planeta se desentienda del proyecto, ahora que ha lanzado a Antena 3 a una ofensiva descarada contra el partido de Pablo Iglesias.
Hablamos de eso y hablamos de otras cosas, por ejemplo las distintas revistas y periódicos donde colaboramos. Los que lo hacen bien y los que no saben lo que es la vergüenza. Los que te echan una mano y los que ya han perdido la cuenta de a quién mienten y a quién no así que es imposible recordárselo. Él tiene una hija y yo tengo un hijo. Cuando necesita escribir, se pone discos de jazz, Charlie Parker o John Coltrane, por ejemplo. Yo cuando necesito escribir reclamo un silencio absoluto, pero casi siempre acabo con un bebé de diez meses delante o en una hamaca a mis pies.
Para volver a casa cojo el Circular justo enfrente de la biblioteca a la que iba tres mañanas a la semana mientras escribía un libro que saldrá pronto pero que aún no sé ni qué título tendrá. Hojeo el capítulo donde dice Jacobo que aparezco y, efectivamente, ahí estoy, en la primera página. El 15-M y Diego Salazar. La comisión de respeto. Escribí un libro de todo aquello pero no era el libro que yo quería escribir. El que quería escribir se quedó en algún cajón del despacho de Ymelda Navajo. No la culpo: ninguno de los libros que salieron de aquel fenómeno vendió lo más mínimo. Sin embargo, la nostalgia sigue, claro, más aún cuando leo el texto que ha seleccionado Jacobo y que, por un momento, me parece increíble que lo haya podido escribir yo.
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Se me ha estropeado el móvil. Puede que sea la batería o puede que sea el cargador. A la primera sensación de agobio y horror -la agenda, los contactos, los whatsapps perdidos, puede que alguna foto...- sigue un cierto alivio. Vivir sin móvil. Fuerteventura sin moverse de Madrid. Estar ilocalizable, aunque eso suponga no poder localizar a los demás. No tengo tiempo siquiera para ir a arreglarlo así que probablemente esta situación se prolongue algunos días. Sigo con algo de ansiedad, pero si la ansiedad consigue convertirse definitivamente en desintoxicación puede que lo deje, como esos enfermos que pasan un mes en el hospital y deciden no volver a fumar nunca más.
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A M. le gustaba mucho Javier Ruibal. Decía que tendríamos que ir juntos a algún concierto y yo me reía de ella con el mayor desinterés del mundo. Eso era, por supuesto, porque además de ser un estúpido arrogante nunca había escuchado a Javier Ruibal. No es que ahora sea un experto pero creo que "Pensión Triana" me vale. El sábado toca en Madrid y ahí estaremos la Chica Diploma y yo para verlo en directo. Mi primer directo de Javier Ruibal a estas alturas, cuando el nombre lleva sonando en casa desde los primeros 80, cuando Sabina participaba en certámenes de cantautores y venía a comer y explicárnoslo.
El primer directo de Javier Ruibal también para la Chica Diploma, que, como no es una estúpida arrogante, ni siquiera ha pedido más detalles, se ha limitado a confiar en mí y arreglar las cosas para que alguien se quede con el niño esa noche. Le va a encantar, estoy convencido. Uno de los motivos de ir al concierto es poder disfrutar yo, desde luego, pero también verla disfrutar a ella. La mágica sensación de que estás descubriéndole un universo a alguien, solo comparable a cuando alguien te lo descubre a ti.
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M., por cierto, me ha desagregado del Facebook. Tiene lógica, apenas interactuábamos. Fuimos novios durante dos meses hace doce años, no se puede decir que aquello fuera una experiencia que marque una vida. Sin embargo, me gustaba verla ahí, me tranquilizaba de alguna manera. Todo el pasado tiene para mí forma de tierra firme. Incluso el pasado pantanoso, o especialmente el pasado pantanoso. Facebook entendido como vía de redención.
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Me invitaron una vez a La Noche de los Libros. Fue un poco de rebote, pero me hizo mucha ilusión: en el Segundo Jazz tenían a alguien y se les cayó en el último momento y otro alguien les propuso mi nombre. Para hacerlo más interesante lo vestí de presentación de novela. Leí unos fragmentos de "La estética del francotirador" -inédita en 2011 e inédita aún en 2015- e invité a algunos músicos: Álvaro Vázquez, Pablo Ager y Emite Poqito, si no me equivoco. Al día siguiente me iba a Nueva York y no se puede decir que tuviera la cabeza donde debía. Me dio un ataque de pánico y tuve que agarrarme al micrófono para no caerme, como hacía siempre en el Fuera de Contexto.
Recuerdo que empezamos tardísimo porque jugaban el Madrid y el Barça la semifinal de la Champions. Fue aquel partido de Guardiola y su "puto amo" y el de Mourinho y su "¿pur qué?". Algunos estaban muy enfadados y otros estábamos muy contentos, para qué engañarnos. No vino mucha gente pero estuvo bien, fue divertido. Meses después quise agradecer la confianza del dueño organizando una presentación de "Ganar es de Horteras" con Quequé y mi tío Pancho Varona. Tampoco vino mucha gente, pero era un sábado por la tarde y nadie pidió milagros.
Desde entonces, veo todos estos eventos con una mezcla de pereza y envidia, que es algo bastante insano. Pereza por el punto de estatus que conllevan y envidia por los que pueden disfrutarlos como los disfrutaba yo cuando no quería ser escritor o no tan rápido y podía ir de bar en bar, de charla en charla y acabar en los Diablos Azules con García Montero y compañía recitando partes de "Cuando las cosas dejaron de tener sentido" y declarándome a Magapola. Quizá la receta para evitar pereza y envidia sea precisamente volver a ser eso, es decir, un "no-escritor". Cualquier otra cosa. Un profesor, por ejemplo.