He intentado volver aquí varias veces y lo peor es que no sabía cómo. Manuel Jabois dijo en mi presentación que debería plantearme escribir unos diarios, a lo Uriarte, pero yo no soy Uriarte, mucho mejor leerle que suplantarle. Además, tendría que decir la verdad demasiadas veces y eso me resultaría muy incómodo. Desde Fuerteventura lo cierto es que mi vida se ha convertido en una expectativa que bloquea. No es algo nuevo ni algo que empezara en las islas, pero ahí nos habíamos quedado y de ahí continúo.
Esta mañana una chica -tuvo apodo, estoy convencido, pero ahora la llamaremos sin más por su nombre, Aída- me intentaba tranquilizar con una frase sublime: "Haz caso a todos menos a ti". Es un consejo acertado porque si me hiciera caso estaríamos apañados y la confianza ajena siempre es más fácil de llevar, pero es un consejo sumamente complicado, claro, porque la paciencia no es una de mis virtudes y la autocomplacencia, desde luego, tampoco.
Y así están las cosas: queda un mes, oficialmente, para que Alvarito esté entre nosotros y obviamente estoy muerto de miedo, con la sensación absurda de que soy yo al que le van a arrojar al mundo y va a tener que aprender a hacerlo todo de cero. Huir es mucho más tentador cuando se tiene miedo y la huida se ha convertido en el argumento del mes: Málaga, Corralejo, Cádiz... sol y playa y algo que se entiende como tranquilidad y puede que sea solo refugio. El refugio de los Ortiz Martín.
El otro día, hace un par de semanas, quedé con un chico que estaba haciendo un proyecto de la universidad sobre periodistas free-lance. Cuando le dije lo que ganaba se quedó a cuadros. Esta jodida sensación de que "no hay futuro" cuando rondas los cuarenta. Tres años del 15-M y las cosas no han mejorado sino al contrario, van en picado. "¿Dónde estás ahora?", me pregunta Diego Salazar desde Perú, donde al menos a la gente la pagan por su trabajo, y yo contesto rápidamente: "En la COPE y en JotDown, pero en los dos sitios la aspiración no es ir a más sino que no se vaya todo a la mierda".
Es una aspiración falsa, porque en realidad doy por hecho que todo se va a ir a la mierda, así que el miedo consiste en no saber dónde me pillará el estallido, es decir, no saber si seré tan estúpido de no haber recogido a mi familia antes para llevarles a un sitio seguro. Esperar el derrumbamiento en Madrid corriendo de estación en estación para dar clases de inglés a precios ridículos. ¿Lo ven? Todo esto es por mi manía de hacerme caso a mí mismo y no seguir mi destino de niño prodigio. No seguir la cadena de hechos: mi esposa maravillosa, mi hijo que me abrazará como solo se abraza a un padre, los tres libros en el mercado, un cierto prestigio ganado a golpe de trabajo y trabajo...
Sí, todo suena bien, hasta que hablas con Diego y las posibilidades son las que han sido siempre: perseguir editores como loco para que te den oportunidades agotadoras a un precio infame. A mí la juventud me ha pillado demasiado viejo y cansado. Me gustaría poder descansar un poco pero no hay tiempos muertos. Dejar de competir en las páginas de Amazon, dejar de escribir a 75 euros los cinco folios, ganar algo parecido a la estabilidad. Supongo que es lo que todos queremos y supongo que precisamente por eso es imposible. Hemos sido de todo menos astutos.
Pienso en Fuerteventura como un paraíso perdido porque el único paraíso perdido es la infancia, que diría Milton. El patrimonio de la madurez es el miedo y la madurez, con el tiempo, es lo que queda.