viernes, noviembre 08, 2013

Los Pixies, disco a disco


"Surfer Rosa" nunca fue "Surfer Rosa" sino "Surfer Rosa + Come on Pilgrim", la edición especial, portada en blanco con foto de una chica en tetas y falda de bailadora de flamenco. "Surfer Rosa" era mi hermano. Mi hermano y yo en Padre Xifré, escuchando el disco mil veces hasta conseguir que nos gustara pero sin entender mucho más allá del "Where is my mind?" porque aquello era una locura, algo que no habíamos escuchado antes -teníamos 16 años, puede que 17- algo que teníamos que admirar porque Kurt Cobain nos había dicho que era admirable y si él lo decía, ¿cómo podía ser falso?

"Surfer Rosa" empezando por "Bone Machine" y lo que nosotros traducíamos libremente por "Eva, ¿tienes hora?; Eva, ¿tienes hora?" y luego el "Gigantic" y el "Caribou" y el miedo irrefrenable a perder el pene con una prostituta enferma y así hasta que empezamos a cogerle el tranquillo, años después, escuchas continuas del "Vamos" en modo repetición: "Estaba pensando sobre viviendo con mi sister en New Jersey; ella me dijo que es una vida buena allá, bien rica, bien chévere, allá voy...¡qué puñeta!" y el bajo constante apoyándose en la batería durante cuatro o cinco minutos sin cambiar, sin un solo giro más allá de los gritos espontáneos de Black Francis, un repentino "¡Ay, puñeta, cabrona, maricona, cabrona!" con redoble de tambor para volver al angustioso bucle bajo-batería-solo de guitarra de Joey Santiago.

En nuestro intento por pertenecer a una tribu descubrimos que "ser de los Pixies", como de alguna manera ser del Estudiantes, nos convertía en especiales. A nosotros nos gustaba pensar que el adjetivo era "interesantes" pero probablemente, en perspectiva, fuera "raritos", aunque también es cierto que, en perspectiva, esos primeros años de los 90, me parecen completamente irreales y desde luego ilógicos, una amalgama de demasiadas cosas. Supongo que todas las adolescencias son parecidas. Un día me puse el disco para estudiar un examen de literatura y lo aprobé con un sobresaliente. Decidí repetir en el siguiente. La cosa siguió funcionando, desde "Bone Machine" a "Levitate me", otra obra maestra. No volví a suspender un examen. Así, hasta 2010, oposiciones a profesor de Escuela Oficial de Idiomas, cuando decidí que no quería que nadie me volviera a examinar.



"Doolittle" fue 1994, y eso quiere decir que fue un campamento con vagones en San Martín de Valdeiglesias y un montón de pinos bajo los que sentarse a escuchar la cinta una y otra vez, porque ese disco hay que escucharlo entero, sin parar, una canción enlazada con la otra, sin que haya llegado a entender cómo es posible que "Hey" no fuera la última de todas porque después de "Hey" no se puede escuchar nada más, porque "Hey", si uno la siente de verdad, si uno tiene 17 años y cree que es ese chico al que la chica adora pero no deja de decirle "Uh", te deja completamente noqueado y sin ganas de "Gouge away" ni de historias.

De alguna manera, "Doolittle" es el recuerdo de algo parecido a la madurez. También es Santander. Viajes con mi padre a la playa de El Puntal, barcos que salen de la bahía y sensación de que deberías estar en otra parte, probablemente en Madrid, probablemente en casa de la Chica Langosta o de A., probablemente en el Parque de Berlín tirado en la hierba hablando de baloncesto. Algo así. Algo que no fuera estudiar matemáticas en una ciudad del norte con un hombre que no quería dar clases pero hacía lo posible porque fueran las mejores clases del mundo, igual que lo hacía todo en la vida.

Así que "Doolittle" soy yo y sobre todo es mi colección de amigos imaginarios: Crackity Jones, Paco Picopiedra, la chica de los ojos cortados, el mono que va al cielo... "Doolittle" es la confirmación de la rareza y a la vez de la individualidad porque curiosamente yo nunca he podido compartir los Pixies con nadie: jamás estuve con una chica que le gustaran los Pixies. Ni siquiera con una chica que le interesaran los Pixies, como si no existieran, como si formaran parte también del club imaginario que ellos mismos habían creado. Mis novias, incluso mi mujer, han podido entender Nirvana, han podido entender Radiohead o Blur o Radio Futura o incluso U2 si me conocieron muy joven... pero los Pixies, no. Yo tampoco lo he intentado imponer nunca. Con las luces apagadas, es menos peligroso.


"Bossanova", en cambio, es de nuevo el rebaño, aunque un rebaño precioso, porque a mí me parece un disco alegre en tiempos que aún no sé si fueron felices o no. "Bossanova" es la Chica Langosta y es A. devolviéndome un disco que creía haber perdido un par de años más tarde. El mundo en una especie de rojo y con apariencia de girar, con algo parecido a un anillo rodeándolo. "Bossanova" es el "Is she weird?" y es Black Francis, cada vez más sonado, desgañitándose, sin saber cómo era posible pasar del autismo a la rabia de esa manera. Era el bajo de Kim Deal que ya sonaba en las Breeders y en las Amps, porque nosotros conocimos a los Pixies en diferido, en nuestro imaginario lo mismo daban los Pixies que los Beatles, eran grupos a los que jamás veríamos actuar, de los que jamás escucharíamos canciones nuevas. Museos para jóvenes arqueólogos.

"Bossanova" era raro de cojones, ahora que lo pienso, porque incluía esa canción magnética, esa canción que también era Chica Langosta por aquello de que le regalé un disco de "Caras B" que empezaba con una versión acústica. Era el disco de "Down to the well", de Betty, que siempre sabe, que siempre dice, que ríe desesperadamente y dice que sintió como si un río atravesara sus huesos cuando bajamos juntos al pozo. Apenas puedo esperar, Betty. Apenas puedo esperar hasta que volvamos a bajar al pozo, y la segunda voz de Kim Deal, siempre en un mundo aparte, repitiendo "to the well", "to the well", "to the well"... como si Ted Downing la estuviera dirigiendo, como si alguna chica rubia preciosa -¿Betty?- estuviera bailando encima de una mesa rodeada de monstruos de feria.

"Down to the well" y por supuesto "The Happening" y su largo monólogo final que ya anunciaba lo que sería Frank Black en solitario, un pequeño cambio de apodo que servía para identificarle con uno de los populares cazadores de alienígenas en la cultura pop americana, el coche que se para al lado de Great Salt Lake para apreciar cómo vienen las naves desde otro planeta, un planeta lejano, tan lejano, que, ¿cómo no pasarse y al menos saludar? Francis -Frank- se iba, se metía en su universo de abducciones, un Richard Dreyfuss construyendo la Torre del Diablo con botes de espuma, plastilinas, arcilla...



Lo que nos lleva a "Trompe le monde", que, para mí, es su mejor disco, quizá porque me pilló en mi época universitaria y porque es un disco del que nadie esperaba nada, del que nadie habla bien, un disco de nuevo para "raritos" muy "raritos", un disco que no remite a nadie, que no lleva a más recuerdos que a fiestas en casa de René con María Glez haciendo sombras en la pared de madrugada mientras Dani Pacios y yo cantábamos canciones de Oasis. "Trompe le monde" es el disco que uno hace cuando quiere hacer el disco que le sale de las pelotas y entonces va y te junta extraterrestres en "Motorway to Roswell" con recuerdos universitarios en "U-Mass" con apologías de Gustave Alexander (Alec) Eiffel con visiones de naves espaciales en "Distance equals rate times time", una fórmula que obsesionaba al cada vez más orondo cantante hasta el punto de incluirla en otra de sus canciones, la que hablaba de un Jefrey que escribía su nombre con una "efe" y no con "dos", como se supone cabía esperar.

Encuentros de negro en "Subbacultcha", pájaros sobrevolando el Monte Olimpo, indios navajo, ángeles y cupidos que continuamente acosan sus sueños como recuerdos de otra vida, cartas a Memphis, días hermosos, punks tristes... y probablemente acierten quienes dicen que ese fue el primer disco de Frank Black y que Kim Deal ya no pintaba nada allí, porque Deal era Lennon y Black era McCartney o quizás al revés, quizá Deal no quería complicaciones y buscaba un pop más sencillo y Black llevó el tormento a un punto completamente solipsista, para fieles, para chicos que aún en 1996 cantaban todas las canciones del "Teenager of the year" y no podían ni imaginarse que acabarían viendo a los dinosaurios andar en ese parque jurásico que fue el Festimad de 2004, en esa excavación sentimental que fue La Riviera 2013, cuando ellos sonaban desafinados -Kim Deal, no, Kim Deal no sonaba, Kim Deal dijo "basta" y en su lugar pusieron a una entrañable chica con traje de "amish"- porque, ya digo, ellos empezaron en los Pixies cuando los Pixies decidieron terminar y estaban a punto de acabar con los Pixies, como uno acaba con casi todo, incluso con el "Heart-shaped box", cuando de repente los Pixies decidieron comenzar de nuevo.