Escribo a Rose of Sharon para preguntarle por Estela. Ninguno de los dos sabemos quién es aunque ella sabe al menos quién soy yo porque así se lo dijo a mi peluquera cuando coincidimos hace una semana. A mí, la verdad, el nombre me suena, a Rose of Sharon creo que ni eso. ¿Era amiga mía?, ¿nos llevábamos bien?, ¿fue mi jefa?, ¿me odió profundamente, la odié yo a ella? Aprovechando el contacto nos preguntamos qué tal y la conversación evoluciona a algo que a mí me gusta llamar "lánguido". Hay dos tipos de conversaciones que me han hecho feliz en la vida, las ingeniosas y las lánguidas. Son incompatibles. Uno puede ser ingenioso o puede ser lánguido pero no las dos cosas a la vez y representan mundos distintos: la sinceridad atrevida y la sinceridad derrotada, una sinceridad de Hans Schnier coleccionando momentos.
Rosasharn dice que ha visto las fotos de mi boda y que mi mujer es muy bonita. En ese momento se me saltan las lágrimas. Ella no lo sabe porque está en cualquier otro lado pegada a un teclado de móvil pero yo estoy tumbado en el sofá con un libro de Don de Lillo tirado sobre la manta -un libro sobre un rockero que huye y la huída, como toda huída que merezca la pena, consiste en quedarse- y me emociono. Sí, mi mujer es preciosa, le digo. Y la quiero con locura. Y ella se alegra y me pregunta qué tal todo y coincidimos en que nos estamos haciendo mayores y yo le reconozco que no lo llevo bien, que me cuesta. "Peter pan, ya sabes". Y ella me contesta: "Sí, ya sé", y en ese momento vuelvo a emocionarme porque tengo la sensación de que sí, que lo sabe, que me conoce, que incluso once años después me conoce.
Yo quise tanto a Rose of Sharon. Quise tanto a tanta gente. Recuerdo que llegó un momento, y no era precisamente mi mejor momento, en el que cuando llegaba a casa, me ponía la escena esa de "American Beauty", la de la bolsa dando vueltas por el aire y el chico comentando a la chica: "A veces siento que hay tanta belleza alrededor que no puedo soportarlo, que mi corazón se va a derrumbar". Así me he sentido yo en mi vida demasiadas veces, al borde del derrumbe, y, ¿saben una cosa? Lo echaba de menos. Echaba de menos la sensación de que el corazón explota y el cinismo, la distancia salen por la ventana.
A la Chica Diploma le cuesta a veces entender por qué no consigo desapegarme de la gente pero la razón es simple: porque no puedo, porque les quiero demasiado...
... Porque, supongo, tengo la intuición de que ellos me quieren a mí más o menos de la misma manera y, efectivamente, cuando me encuentro con la Chica Imán en medio de la Calle Delicias me pongo a abrazarla y besarla como loco, porque no sé hacerlo de otra manera. Soy un blanco perfecto. Soy un ingenuo. Soy el Mateu Lahoz de las relaciones personales, un "sigan, sigan" constante. But I like it.
En cualquier caso, todo comenzó ayer o lleva comenzando muchos años, desde que escuchaba a Pedro Guerra, a los 18, aquello de "Peter Pan, Pan, Pan, niño loco, ¿cuándo aprenderás a vivir solo?", pero yo ya viví solo muchos años y hacía frío, mucho frío y las paredes eran demasiado blancas en invierno. Extraña tarde de martes, sensación de fragilidad insospechada, viento en Madrid, planes que se caen -¿cuántos planes se caen?, y, en ese caso, ¿a qué hacer tantos planes?- y doble sesión en los Cines Princesa. Sesiones en familia. Cuatro, cinco espectadores por sala. Los precios populares no cuentan si no hay promoción alrededor. Todo en la vida es promocionarse. Todo en la vida tiene un punto asqueroso.
A las cuatro y diez -bonita hora- entro a ver "¿Quién mató a Bambi?", una chorrada con mayúsculas, impropia. A las seis, haciendo tiempo para una presentación, me meto a "Stockholm" y ahí, de repente, aparece la magdalena de Proust, que en mi caso ya debe de ser directamente un Mercadona. Javier Pereira exactamente igual que en "Tu vida en 65´", Aura Garrido, pose de chica entrañable, abrigo cerrado y paseo por todos los rincones de Malasaña y adyacentes. Conversaciones ingeniosas. Ya les he dicho algo de las conversaciones ingeniosas. Yo llené páginas y páginas de relatos y novelas de conversaciones ingeniosas, yo busqué desesperadamente a la chica que se supiera los diálogos y acabé en la languidez de la sinceridad que no oculta nada detrás. La sinceridad entregada.
Rollos de una noche y tiendas de 24 horas de la calle San Bernardo. Tan, tan débil y tan, tan pequeño. Yo viví parte de eso, solo una parte, porque no me atreví a vivir más. La Chica Diploma dice que sí tenía autoestima, pero yo creo que no, no la suficiente para llevar una vida de película, que, en el fondo, siempre ha sido mi aspiración. Tengo el convencimiento de que, si hubiera sido un poco más guapo, si le hubiera echado un poco más de morro, mi vida habría sido un puto desastre, así que mejor todo de esta manera. Cada cosa en su justo lugar. La sensatez consciente del insensato que la alberga, la mujer preciosa en medio del viento, agarrada a mi brazo porque se marea, los mil besos y las fotos y la conciencia de que nada hacía pensar que pudiera llegar a ser tan feliz.
Mucha gente alrededor me repite últimamente que me va a cambiar la vida. Eso tiene una parte buena y una parte mala. La parte buena es que, por primera vez desde que tengo recuerdo, mi vida es tan maravillosa que tengo pánico a que cambie. La parte mala, claro está, es que tengo pánico.