viernes, septiembre 18, 2015

Festival de San Sebastián 2015. I. Regresión


Empieza a preocupar la manía de Amenábar de llegar un poco tarde a los sitios. Igual que "Los otros" partía involuntariamente de la huella dejada por "El sexto sentido", con "Regresión" nos encontramos con una mezcla de "True detective" pasada por "The following", la dudosa serie de Kevin Bacon con la que comparte incluso actor secundario. No hay nada relevante en la historia de la película que no esté contada en los títulos sobreimpresos del principio y los del final. Se podría haber juntado unos con otros, hacer la película más corta de la historia y no nos habríamos perdido gran cosa.

Como Amenábar intenta combinar el suspense con ciertas dosis de terror, como ya hiciera por ejemplo en "Tesis", abusa de tics de veinteañero, al estilo de aquel sketch de "La hora chanante" en el que aparecía en la sala de proyección junto a su productor José Luis Cuerda haciendo con la boca los ruidos de la banda sonora. Hay un exceso de efectismo en "Regresión" que resulta molesto. De creer a la partitura, cada momento de la película sería un pico, una continuidad insoportable de "tachans" que daña la estructura narrativa.

Por lo demás, el parecido con "The following" llega hasta a los actores: Ethan Hawke se pasa la película haciendo de Kevin Bacon, con la misma ropa, los mismos gestos, el mismo atormentamiento constante... No hay nada en el personaje que no hayamos visto antes mil veces y puede que hubiera funcionado igual con una historia más consistente detrás pero este no es el caso. Cuando la vean, si eso, hablamos del psicólogo, porque es un tema como para hablar mucho de él. De hecho, probablemente sea el tema principal de la película: la generación de recuerdos falsos, un tema que ya estaba esbozado en "Abre los ojos" con mayor naturalidad y que, veinte años después, no da mucho más de sí.

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"Pikadero" es otra cosa, mucho más sencilla pero a la vez más trabajada: no tiene grandes pretensiones pero tampoco cae en un humor facilón. La pareja protagonista, Joseba Usabiaga y Bárbara Goenaga, están perfectos, especialmente Goenaga, lo que por otro lado ya no es ninguna noticia. No hay tampoco una gran historia detrás: un pueblo de Vizcaya que se va quedando sin jóvenes, sea porque se van a otros países o porque deciden envejecer demasiado rápido.

Todo esto se podría contar como un drama social, pero Ben Sharrock prefiere no hacerlo así y se agradece. Hay un gran mimo en cada plano, en cada composición de secuencia, en cada encuadre. El gusto por el plano vacío sin personajes mientras sigue o no la conversación en off. Un punto sin duda nórdico en la narración que a veces llega a desconcertar pero que permite que el espectador empatice incluso con los escenarios: la estación de tren, la entrada a la fábrica, la casa de los padres...

El futuro de la película, rodada casi íntegramente en euskera, es difícil de predecir aunque supongo que será complicado. Es una pena porque en lo pequeño hay algo grande: los actores, el guion y una visión estética del mundo. El chico, Gorka, quizá tenga un punto exageradamente Lyona y su relación con Ane se parece en ocasiones demasiado a un vídeo clip de Love of Lesbian pero ni siquiera eso consigue irritarme. El teatro Principal estaba casi lleno, algo sorprendente a las dos de la tarde y la gente aplaudió antes de irse a comer, así que objetivo cumplido.

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La pensión es la misma, la que da apellido a la protagonista de mi segunda novela. La ciudad es la misma, por supuesto, prácticamente sin cambios, de manera que incluso de noche y con prisas consigo hacer el camino desde la estación de tren desviándome apenas dos calles de mi destino. Una vez aquí, la cortesía habitual, la sensación de que no se puede hacer una ciudad más bonita -quizá igual de bonita, pero más es imposible-, una cierta euforia compartida con el triunfo de baloncesto retransmitido en cada habitación y una cena que no llega a ser tal con Nere Basabe.

Nere presentó libro el jueves por invitación de la FNAC y está contenta con la experiencia. Quedamos a la puerta del ayuntamiento y entramos al Viejo buscando desesperadamente una tortilla de patata que no encontramos, así que primero nos sentamos a tomar una cocacola antes de que nos echen con cierta hostilidad del bar y después acabamos tomando albóndigas en una taberna algo extraña, llena de bufandas de equipos de fútbol, donde nos dejan quedarnos hasta casi las dos de la mañana sin poner pega alguna.

Es una conversación larga porque es interesante, un poco en la línea de "Pikadero" y la precariedad, que es el gran tema de esta generación y quizá, con suerte, dejará de serlo para la siguiente. La precariedad y la huida. La incomodidad, en general, y las trabas. Siempre ha habido incomodidad y trabas, eso también lo sé yo, pero también tiene uno el derecho a cansarse de salvar obstáculos. Por lo demás, después de tanta queja, convenimos en que no estamos tan mal, como diría Laporta: al fin y al cabo son las dos de la mañana y estamos de pinchos en una ciudad que no es la nuestra. También es cierto que con casi 40 años igual aspirábamos a algo más que escapadas de universitarios. 

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Entro brevemente en el María Cristina porque no sé muy bien si hago mi trabajo mejor viendo películas o viendo famosos. No sé cuál es mi trabajo, en definitiva, y cuando me preguntan me limito a enseñar mi acreditación VIP y farfullar sonriente. El salón está lleno de actores y actrices dando entrevistas y no hay nadie del hotel que ponga pegas a mi paseo furtivo hasta que me cruzo con la mirada de las agentes de prensa, esa mirada feroz, de madre posesiva que enseña las garras antes incluso de que te acerques a su cría.

Siempre lo he dicho: un agente de prensa es lo que todo famoso necesita si no quiere salir en la prensa. No es un trabajo agradable ni da especiales alegrías, al revés. Eres algo así como Makelele en un equipo de Zidanes y Ronaldos. Y así, a la tercera mala cara, salgo por donde había entrado y me meto en el cine donde, de alguna manera, siento que sí pertenezco, sea ese mi trabajo o no, que ya hemos dicho que no está nada claro. 

lunes, septiembre 14, 2015

Raúl Romeva en la BBC y Artur Mas en La Sexta



Al día siguiente, todos los periódicos amanecieron con un titular que parecía preparado: "Raúl Romeva, puesto contra las cuerdas en la BBC" así que hubo que ver la entrevista y salir de dudas. El problema que tienen los del "Junts Pel Sí" es la realidad y cualquiera que les enfrente a la realidad les va a poner de alguna manera contra las cuerdas, pero me pareció que Romeva no se defendía mal. Hizo todo lo que su electorado espera de él: negar la mayor -expulsión de la UE- continuamente, contra toda evidencia, y explicar sus propuestas en un inglés casi perfecto dando imagen de serenidad.

Otra cosa es, por supuesto, la argumentación: delirante. "Vamos a estar en la Unión Europea porque no nos pueden echar". Claro que no les echaría nadie, señores, es que son ustedes los que se van. Hay un estado miembro con unos derechos y ustedes deciden segregarse de ese estado miembro y renunciar en consecuencia no solo a sus obligaciones. La Unión Europea no tiene que expulsar a Cataluña si Cataluña se autoexpulsa. Es la diferencia entre nación y estado. Si quieres ser una nación, adelante, mucho corazón y ánimo. Si quieres ser un estado, necesitas un reconocimiento oficial y empezar de cero.

Más nervioso estuvo Artur Mas con Ana Pastor en La Sexta. Artur Mas, que también se defiende excelentemente en inglés y en francés, no tiene el temple de Romeva, quizá porque su posición es mucho más delicada o quizá porque sabe que lo que está diciendo es mentira y le cuesta más defenderlo con el ardor del número uno de la lista. Me gustó especialmente la parte de "No he hablado con Merkel, pero le he enviado cartas". Ah, bueno, si le has enviado una carta ya está todo hecho. El resto, ya saben, culpa de España, esos malvados saboteadores. El otro día salió en rueda de prensa afirmando que el 70% de las exportaciones españolas pasaban por Cataluña. Claro, porque es parte del estado. En cuanto no lo sea, pasarán por Aragón o por Navarra o por Valencia...

Por cierto, de Ana Pastor se pueden decir muchas cosas malas: resulta irritante, se enreda en repreguntas absurdas, no deja contestar y saca conclusiones sobre cosas que el entrevistado no ha dicho... pero al menos es la única periodista que tiene claro que cuando llega una entrevista la que manda es ella. No diría que puso contra las cuerdas a Mas, pero hizo más absurdo su discurso, que ya es algo. El de la BBC no se atrevió del todo, quizá todo le parecía tal nonsense que se ahorró el esfuerzo.

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Roger Federer pierde de nuevo una final de Grand Slam contra Djokovic y todo el mundo se pregunta lo mismo: ¿Era esta su última oportunidad? Tiene 34 años, cuatro hijos y catorce temporadas entre los diez primeros del mundo de manera consecutiva. La manera de perder, además, ha sido dolorosa por lo que tiene de habitual: domina el partido, tiene opción de ponerse 5-3 y saque en el tercer set y acaba perdiendo 4-6. De las 23 bolas de break de las que dispone, pierde 19, algo que ya hemos visto muchas veces.

No es solo la final, es el torneo entero. Federer ha sido el mejor durante trece días y parte del decimocuarto, pero eso ante Djokovic no basta. Creo que el suizo tiene un problema mental con Nole parecido al que tuvo con Nadal, solo que ante Nadal jugaba considerablemente peor. Con todo, quedan los seis partidos anteriores resueltos en tres sets. ¿Qué quieren que les diga? Yo adoro a Federer con toda mi alma, pero que un tipo de esa edad se plante así en una final de Grand Slam lo dice todo del nivel actual del circuito ATP. Desde Wimbledon 2003, entre tres tíos se han repartido 41 de los 50 grandes. Quedan como excepciones Wawrinka (2), Murray (2), Roddick, Del Potro, Safin, Cilic y Gastón Gaudio.

No hay un solo campeón de Grand Slam que tenga menos de 27 años ni un finalista menor de 25. No hay futuro, en otras palabras, y lleva sin haberlo ya demasiadas temporadas. Un eterno día de la marmota en el que cuando no gana papá, gana mamá y, alguna vez, da guerra el abuelito. Sí, Roger tendrá más oportunidades. Mientras Nadal siga con su crisis mental y de juego, y Murray no alcance cierta regularidad, es imposible que alguien que se ha paseado hasta la final de un grande no vuelva a llegar aunque sea arrastrándose. Ahí le esperaremos.

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Segundo aniversario de boda. Vamos a comer a La Ancha, nos damos un  masaje en Fariolen Manila y nos vamos a ver "Bajo Terapia" a los Teatros del Canal. De todas las cosas que he hecho en mi vida, casarme con la Chica Diploma ha sido sin duda la más razonable. Sobre el resto podemos discutir y no negaré que ha habido momentos brillantes, pero cualquiera que haya visto a la Chica Diploma sabe que es mucho más de lo que nunca soñé.

Tanto, quizá, que cuando acaba la obra de teatro, con su final efectista y totalmente increíble, no quiero volverme a casa. No quiero volver a la rutina de acostar al niño, despertar al niño, darle de desayunar al niño, consolar al niño... no quiero volver a estar lejos de mi mujer después de un día en el que hemos estado juntos como lo estábamos antes del 13 de junio de 2014. Y esto no quiere decir que yo no quiera al Niño Bonito ni que me deje la vida y la salud en que sea lo más feliz posible. Quiere decir, simplemente, que la echo de menos y que, en parte, me echo de menos a mí, así que cuando estamos los dos juntos, sin responsabilidades, solo sonrisas, todo mejora, y es duro dejar la carroza y aceptar la calabaza.

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Muere Moses Malone, a los 60 años, de un ataque al corazón mientras dormía. Con Malone son ya como mínimo nueve los ex jugadores NBA muertos este año por problemas cardiovasculares: Roy Tarpley, Jerome Kersey, Anthony Mason, Kevin Duckworth, Orlando Woolridge, Christian Welp, Ed Haley y "Gorila" Dawkins. Nueve jugadores que coincidieron en los últimos 70, primeros 80 y que han muerto entre los 50 y los 60 años. No voy a extenderme más en el tema, está todo explicado en este artículo.

martes, septiembre 08, 2015

La existencia precede a la esencia



Puedo entender el sentimentalismo o, más bien, puedo aceptar que no lo entiendo. La patria y todo eso. La bandera. La lengua compartida. El rito. Puedo entender que se haga política alrededor del mito y que se quiera construir un mito propio pero me cuesta cuando todo eso se intenta racionalizar, cuando se apela a la realidad, a las condiciones objetivas. Los esencialistas, es decir, los nacionalistas, sean de donde sean, no solo pasan del rollo romántico de las revoluciones del XIX sino que ni siquiera han leído a Sartre: no, no hay nada en ti más allá de lo que haces. El francés decía: "La existencia precede a la esencia" y Ortega redondeó la idea al añadir: "Somos nuestra historia", esto es, la circunstancia.

Si Felipe II no hubiera decidido que la corte de Castilla se trasladara a Madrid, ahora mismo Valladolid tendría cinco millones de habitantes, Medina del Campo sería El Escorial y Olmedo sería Coslada. Sin embargo, hubo un Felipe II y hubo una decisión de olvidar Toledo, olvidar Valladolid y dejar Madrid como capital de un reino enorme, con todo lo que eso implica: sus oportunidades de trabajo, sus ministerios, su funcionariado, sus aeropuertos, redes de carreteras, trenes de alta velocidad... No hay ningún orgullo real en ser madrileño. Ser madrileño es solo una continuidad, sin más, a la que añadirle matices individuales.

Lo mismo se podría decir de ser catalán. La presunción de que ser catalán, de por sí, implica ser rico, innovador, abierto al mundo... por designio divino. No, eso no es así, eso es un devenir histórico. Intentar cambiar la realidad supone pagar un precio y eso no es ninguna amenaza, es un axioma. Si la realidad no es la que es, pasa a ser otra cosa. No se puede apelar a que "todo va a seguir igual" si Cataluña se independiza: es un argumento estúpido. Si todo va a seguir igual, que siga igual. Si vas a cambiarlo, asúmelo, lo que viene después es otra cosa, imposible de comparar con la anterior. 

A mí me gustaría que el debate se encauzara por ahí, por la realidad, por lo que se gana y se pierde. Un análisis sincero y veraz de pros y contras que permita luego decidir si honra sin barcos o barcos sin honra. Me horroriza la mentira, que millones crean en la mentira de que nada va a cambiar. Va a cambiar todo y cuando uno pone la máquina del tiempo 500 años atrás, conviene que sepa que lo que le espera es el caos.

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En el capítulo seis o siete, el publicista de "1992" admite de pasada que estudió filosofía. Su hija le responde: "Suerte que has encontrado un trabajo". De repente me acuerdo del día que estuve a punto de ser publicista y renuncié. Solo he tenido dos oportunidades reales de asegurar un futuro económico estable: cuando la Escuela Oficial de Idiomas me ofreció seguir en su rueda de interinidades con una media jornada en Móstoles y aquel día en que parecí convencer a un tipo con una enorme autoestima de que yo era lo que necesitaba, que era especial, que merecía la pena ofrecerme lo que fuera solo a cambio de algo parecido a la disponibilidad absoluta.

Las dos veces dije que no, por supuesto. ¿Lo ven? Honra sin barcos pero sin tanta milonga. Dije que no a la Escuela porque tenía un compromiso con una academia que al final ha acabado despidiéndome y le dije que no al publicista -puede que fuera filósofo- porque mi disponibilidad absoluta solo me la reservo a mí, mi mujer estaba a punto de dar a luz y no pensaba pasarme los primeros meses de mi hijo colgado del teléfono móvil o atormentado porque los proyectos no salían.

Sin embargo, echo de menos todo eso, claro. Echo de menos el dinero porque no lo tengo y echo de menos el trabajo fijo porque no lo consigo. Me tengo a mí, eso sí, tengo mi disponibilidad absoluta para estar aquí contándoles esta historia pero de vez en cuando llega el vértigo del alquiler, la guardería y la familia. He tenido que tomar un montón de decisiones erróneas para haber pasado tan desapercibido durante tantos años. Tan, tan desapercibido que subirse ahora a la noria parece de todo punto imposible.

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Queda, entonces, la estética. Pensar en Bolaño conforme pasan los años y aumentan los rechazos, solo que un Bolaño sin el talento de Bolaño, un Bolaño sin la pulsión autodestructiva de Bolaño y un Bolaño que no friega platos en Barcelona ni vende bisutería en Blanes sino que vive en Clara del Rey y veranea en Paradores con el dinero de su mujer y su padre. Un Bolaño con algo de talento, algo de autodestrucción y algo de precariedad pero desde una distancia. Un Bolaño de Crítica del Juicio. Lo bello sin llegar a lo sublime.

Cuando se me ofreció la estabilidad, la rechacé inmediatamente pero cuando pude abrazar la bohemia absoluta, un Orwell en París o Londres, me dio un miedo atroz y acabé dando cursos a jubilados, lo que fuera con tal de seguir viviendo en Malasaña. Nunca me entregué del todo, supongo que ese sería un buen resumen de mi vida: nunca dejé de entregarme pero nunca lo hice por completo. Y cuando digo "por completo" quiero decir por completo. Todo el mundo pensaba que podía dar más. En eso, me incluyo a mí mismo, por supuesto.

Cabe la posibilidad, claro, de que todos estuviéramos equivocados.

jueves, septiembre 03, 2015

Hey Joe!




De repente, en el metro, línea 7, una chica canta a pleno pulmón el "Call me maybe". Suena raro, muy raro, como si la canción hubiera envejecido veinte años y en las caras de los que escuchan, que no son mayoría, se puede intuir un gesto de duda: han oído la canción antes pero ya no tienen ni idea de dónde. Supongo que eso es lo que somos todos, una colección de "one hit wonders". El otro día mi nombre fue portada de tres grandes medios de Internet y a mí, sinceramente, me costaba reconocerme.

Voy leyendo a Vila-Matas, con todo lo que eso supone, es decir, perderse y encontrarse y volverse a perder según a él le dé la gana. Antes de Vila-Matas, durante el verano, leí solo tres libros más. Dos eran infames, o al menos uno era infame y el otro era solamente una memez. El bueno de los cuatro, porque el de Vila-Matas de momento tampoco me está entusiasmando -me parece algo así como un chiste muy largo o, mejor, una colección de chistes muy largos- es el de Tallón, precisamente el único que no es un libro en sí sino una fantasía de libros ajenos.

Son días raros, estos de septiembre. Cuando entro en la barbería suenan los Pixies, "All over the world". Cuando me voy, una hora más tarde, tienen puesto "Hey Joe!", de Jimi Hendrix. Lo que he sufrido en medio nadie lo sabe: Azúcar Moreno versioneando a Lalo Rodríguez y cosas aún peores. En el espejo me he visto mayor. Muy mayor. Idéntico a mi padre cuando tenía unos veinte años más que yo y estaba a punto de morirse. Luego, con el pelo corto y la barba arreglada, la cosa mejoró.

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Lo curioso es que septiembre sea tan raro, que dé tanto miedo, cuando hace años era el mejor mes con diferencia. Me refiero a los años en los que el curso empezaba en octubre y por lo tanto estábamos en los minutos de descuento de las vacaciones, ya con todo el mundo en Madrid, las tardes libres para tirarnos en el Parque de Berlín, ver alguna película argentina o viajar a Cuenca para emborracharnos en San Mateo.

Las tardes de septiembre eran sobre todo tardes de baloncesto. De Noel y Nacho en las pistas de Puerto Rico. No diré que no eran tardes de chicas porque todas las tardes eran tardes de chicas, pero a nosotros nos gustaba llamar a aquello "la pretemporada": una tensión competitiva que iba creciendo y creciendo y se desataba el día que descubrías con quién te había tocado en la misma clase y la correspondiente estrategia para conseguir sentarte lo más cerca posible.

Sí, siempre fui un chico de septiembres. Empecé una novela con esa declaración de intenciones. "Un chico de otoños", me definía, en mi papel de narrador-protagonista. La verdad es que acabé borrándolo todo porque me pareció que no tenía la menor importancia pero ahora, con el tiempo y el miedo y la angustia a otro año sin trabajo fijo -el estatus del freelance no es el éxito, es simplemente que te respondan los emails-, sí me parece que alguien que ve en los comienzos un reto es a la fuerza un personaje a priori interesante.

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A la Chica Diploma le estremece la foto del niño ahogado en la playa "porque viste igual que Álvaro". Es cierto, es lo primero en lo que me fijé yo. Eso es lo que se llama en periodismo "el kilómetro sentimental". El mismo niño con otras ropas, con otro color de piel, no habría provocado el mismo espanto. Lo que tiene esa foto, lo que la hace necesaria, es precisamente lo que hace valioso al poema de Martin Niemöller: "Mañana podrías ser tú o, peor aún, podría ser tu hijo".

Luego está la duda sobre si los niños son buenos medidores de realidad, que es una duda sin más, no se escandalicen. La apelación a los niños siempre me ha parecido burda, porque los demás también mueren y los demás también pueden ser débiles e indefensos o tener una vida delante truncada. Lo que nadie duda es que es efectiva: si a alguien le preguntan por "La lista de Schindler" siempre recordará la niña del abrigo rosa en medio de un horror en blanco y negro.

Lo que está pasando en Europa es grave pero ni la mitad de grave de lo que está pasando en los lugares donde la gente huye a Europa. Ìo cercavo la grande bellezza, mà non l´ho mai trovata, concluía el esteta Jep Gamabrdella en la película de Sorrentino y supongo que el problema es ese, que Europa se ha anegado en la estética y ahora no sabe dónde demonios buscar una ética en condiciones. Y cuando digo Europa digo los europeos. Casi todos. Usted y yo incluidos. Los de la guerra preventiva y los del "no a la guerra" con florecitas en el pelo. Los que, como Kant, ven sublime la tormenta en el horizonte, la que se lleva por delante al otro.

martes, septiembre 01, 2015

Ce n´est pas perdu pour tout le monde



En la calle Fuencarral, tres o cuatro policías reducen a una travesti con la cara manchada de sangre. Agosto en Tribunal, bares cerrados. Las putas se sientan a la salida de los portales como viejos de películas en blanco y negro. Esperando nada. En la ducha, el sonido de fondo es el de "Running to stand still", la parte en la que Bono finge clavarse una jeringuilla -I see the needle and the damage done- y empieza a gritar aleluyas. So she woke up, woke up from where she was lying still, she said: I got to do something about where I´m going.

A veces fiebre y a veces no. Columpios. Doscientos cincuenta capítulos de Peppa Pig, dos terceras partes en español y una tercera parte en inglés, donde Papá Pig parece con diferencia un tipo mucho menos simpático. El médico escucha diez segundos y dice: "Espera, estás en el traumatólogo", el niño duerme mientras hojeamos revistas del corazón o revistas de famoseo, sin más. Chicos y chicas diez fuera de sus series de adolescentes. La Chica Diploma comparte pincho de tortilla, el solomillo está cocido, como carne guisada.

Es la hora del arroz con pollo y la calma. La siesta y el móvil. La televisión por satélite. Llamadas a la salida del SuperSol moviendo el carrito y barricadas en todas las escaleras. El Niño Bonito no solo aprende a dormir sino que aprende a dormir solo, pero cada comida es una lucha a brazo partido. Abracurcix. La manta que tapa los hombros y no los pies, que tapa los pies y no los hombros. Ofertas de trabajo, locutorios cerrados, calor pero menos, caminos de sombra y perros que dicen "am". Montañas de fondo, muchas montañas y en la gasolinera, como siempre, un Magnum.

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Marian Álvarez en la plaza de Legazpi. Han pasado siete años. Ella no se lo cree pero sí, han pasado siete años aunque siempre haya que dejar una puerta abierta al olvido, al encuentro fugaz en una fiesta o un festival perdido. Siete años y en medio mil premios. Al principio, no sé qué decirle porque recordar dónde habías dejado la conversación se hace difícil. Improviso e improviso mal. Vaguedades mientras caminamos junto a Lino rumbo al Matadero. Calor de principios de verano a finales de verano. Todo es normal en ella, no hay nada de actuación, no hay nada de pose. Abusa del acento de Moratalaz como yo de la suavidad aprendida de Malasaña. Buscamos un buen rato hasta que encontramos el sitio: la terraza de la cantina, dos euros la cocacola.

Y luego, sencillamente ocurre: el tiempo se pliega y la distancia y se quita las gafas de sol y la entrevista dura hora y media básicamente porque no es una entrevista sino una charla y no hay jefe de prensa ocupado de limitar los tiempos. Un jefe de prensa es lo que todo el mundo necesita si no quiere aparecer en prensa. Hablamos, por supuesto, de los Pixies y del coche de Emiliano, las canciones que Emiliano cantaba hace treinta años en una cassette de versiones de Brassens mientras las dos actrices, el director y el periodista hacían de testigos entusiastas. Hablo mucho pero ella habla mucho también, así que en eso estamos empate. Luego, al editar, solo habla ella y el mundo parece un lugar mejor.

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De "Mille novecento novantadue" me quedo de momento con la banda sonora, aunque me atrevería a decir que "Everybody hurts" es de 1993, o a mí me recuerda a 1993 y "Set adrift on memory bliss" es de 1991, tiempos aún del Willoughby College. Da igual, probablemente me equivoque porque esas cosas se comprueban antes de emitirlas. El resto, de momento, una promesa. Los noventa. Ya va siendo hora, coño, los noventa y de nuevo Bono clavándose jeringuillas ficticias en Sydney justo antes de que The Edge salga a murmurar "Numb". Todos intentando parecerse a Kurt Cobain y ellos queriendo ser la Velvet Underground. Entrañable Bono con sus falsetes y su disco publicado en pleno verano, condenado al fracaso no vaya a ser que el éxito nos complique la vida.

Cuando quisieron volver al camino correcto les pilló el atasco: Cobain había muerto y todos querían ser los hermanos Gallagher o en su defecto Damon Albarn. Envejecieron diez años de un golpe y allí se quedaron. Creo que los noventa fueron eso, exactamente: un período de envejecimiento radical, donde todo el mundo dejó de ser joven excepto quizá Tom Jones. En cualquier caso eso llegará después. Después de la serie, quiero decir. De momento, quedan Craxi y el juez Falcone y el recuerdo de Milán un 29 de septiembre, puede que 30, mientras la Chica Diploma duerme en un hotel cercano a San Siro, los tifosi llenan el metro y Marian Álvarez, de nuevo Marian Álvarez gana Conchas de Plata.

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Ah, y Sia, claro. "I´m gonna swing from the chandelier, from the chandelier". Con o sin la niña enigmática que perfectamente podría ser valenciana.