jueves, julio 09, 2020

El día que entrevisté a Gonzalo Vázquez



El día que entrevisté a Gonzalo Vázquez cayó tal tormenta que la conexión se fue antes de empezar siquiera a hablar. De repente, se hizo de noche. Creo que era mayo y creo que era domingo. Por un momento, pensé que estábamos en junio de 1995 y que se jugaba la final de Copa del Rey en el Bernabéu. Ayer me preguntaba mi hijo mayor, con cierta retranca, si me gustaba la lluvia. Se ve que a él no, pero a mí, sí. A mí me gusta la lluvia desde la distancia y me gusta incluso desde la inmediatez, desde el chorro cayendo del pelo y los calcetines empapados.

Hoy no ha llovido pero ha estado a punto todo el día. Un bochorno horrible. Mi ex novia cumplía 40 años y yo me acordaba del año pasado, cuando hablaba con ella para felicitarla mientras me acercaba a la costa serpenteando entre villas de Corralejo. Cosas que pasan. Ha sido un año rápido y raro, como casi todos. Un año a medias en demasiadas cosas y a doble capacidad en muchas otras. Un año de construir y dejarse construir. Supongo que todas las vidas han tenido siempre algo de videojuego pero solo ahora entendemos la comparación.

En fin, que el día que entrevisté a Gonzalo Vázquez -a mí me gusta llamarlo "charla", pero, en fin, lo entiendo- era domingo y estaba solo y el agua golpeaba con saña, como si fuera a colarse por cualquier resquicio, el ruido de las tuberías rugiendo, pidiendo ayuda, el mundo terminándose de derrumbar y nosotros ahí, como si nada, hablando de Kareem Abdul-Jabbar. Me pareció precioso, por supuesto. Como cuando Kant miraba las montañas a lo lejos y fantaseaba con aludes desde su apacible y tranquila Königsberg  y entendía que al fin y al cabo la belleza era eso: la capacidad de sublimar. Así, la tormenta. Así, supongo, Fuerteventura.

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Si en algo se parece el Rey Sol a su padre es en su sonrisa. Mejor aún, en su capacidad de salir de cualquier apuro con una sonrisa. La "sonrisa preventiva", podríamos decir, como si él mismo supiera que poco se le puede negar a un bebé que llora pero absolutamente nada a un bebé que sonríe. Cuando tiene mucho sueño se frota la coronilla como un perro en celo y se lleva los dedos a los ojos como si así se obligara a sí mismo a cerrarlos. El 90% del tiempo es el niño más adorable del mundo. El 10% restante siempre ocurre de noche. Tenemos que trabajar en eso.

De todos los personajes de todos los universos que el Rey Sol va descubriendo, ninguno le entusiasma más que su hermano y de ahí su empeño en comérselo en cuanto le ve, en lanzarse a su cara y llenarla de babas. El Niño Bonito parece sentirse orgulloso, como si en esto también fuera el líder de su propia clasificación, y también sonríe y se queja de esa manera en que te quejas por compromiso. A veces, la Chica Diploma y yo hablamos sobre cómo lo estará llevando y lo más probable es que ni siquiera lo sepa él. De momento, igual que el recurso del bebé es la sonrisa, el recurso del niño es la lengua. No calla nunca, como si en el momento de callarse, de alguna manera desapareciera y no pudiera permitirse eso justo a estas alturas.

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Me entrevistan en el Sport y en Volata y no solo queda una buena imagen del libro sino que queda un buen reflejo de su escritor. Alguien que tiene cosas que contar, aunque tampoco sean la pera. No sé cuánto se está vendiendo el libro, supongo que poco, pero el cariño, ¡ah, el cariño! Eso será difícil de olvidar en mucho tiempo.