lunes, enero 21, 2019

¡"La Venda" a Eurovisión!



Tras un fin de semana espantoso, decidimos poner la gala que mezcla OT y Eurovisión en TVE para ver si mejoran las cosas. Así estamos. Buena parte de la culpa la tienen los tuits de "El Mundo Today" al respecto y la sensación extendida de que aquello está siendo un desastre. Nos da tiempo a escuchar pocas canciones pero, efectivamente, son todas de un nivel muy bajo, como si el pasotismo de "la rueda" se hubiera colado también en "prime time". De las cuatro o cinco canciones que oigo, me llama la atención una que se llama "La venda" y que interpreta Miki. Miki es guapete, dice la Chica Diploma, y tiene un carisma extraño. Cuando participaba en el concurso, las ovaciones eran constantes; ayer, más de lo mismo.

Vamos en cualquier caso con la canción: la puesta en escena es mejorable, pero, en fin, demos esa batalla por perdida. El chico lo hace bien, es decir, transmite el entusiasmo que se supone que tiene que transmitir. Ahora bien, la canción es de párvulos y hay ahí algo que me intriga: en algún momento, alguien de TVE o de la productora se ha puesto en contacto con La Pegatina y les ha dicho que tienen que presentar una canción que se va a escuchar un domingo por la noche, ante millones de espectadores, como parte de un fenómeno de masas y con la posibilidad de ser escuchada después por media Europa. Uno puede imaginar que ahí es donde uno saca lo mejor de sí mismo, donde se encierra a escribir "la canción", la que le consagre a uno como músico y compositor.

Y no. La canción es una más dentro de un montón de canciones indiferenciables. Pegadiza, por supuesto, pero como cuando yo le canto canciones a mi hijo de cuatro años con una melodía medio inventada y una letra que rima y punto. Se cayó la venda. Tengo la sensación de que es la centésima canción casi idéntica que han compuesto así. Sin embargo, la reacción del público es abrumadora: "¡La Venda a Eurovisión!", gritan como locos, mientras todo el jurado y el presentador y el compositor insisten en que es una canción de la hostia, interpretada como solo un genio lo haría y que le augura un futuro deslumbrante en el mundo de la industria. Lo que repiten después de cada actuación de todos y cada uno de los aspirantes, por otro lado.

Me asombra tanto conformismo, no puedo evitarlo. Y, ojo, insisto en que esa canción o cualquier otra de ese estilo puede estar bien para una pachanga y para disfrutar y supongo que Eurovisión es eso, pero si siempre se ha criticado -injustamente-al pop por su simplicidad, es desolador pensar que esa simplicidad es Beethoven para los nuevos autores. O, simplemente, que yo me he hecho muy mayor.

NOTA: Escribí esto antes de saber que, de hecho, "La venda" representaría a España en Eurovisión, lo que confirma la segunda hipótesis: estoy demasiado mayor para nada que no sea leer biografías de Paul McCartney.

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Como no todo es telebasura, intentamos ver también "La muerte de Stalin" en Filmin, que tan buenas críticas tuvo en su momento. Tampoco conseguimos acertar. La primera media hora está bien, justo la que da nombre a la película y trata, cómicamente, el momento de la muerte del genocida. El mero hecho de que toda la cúpula de la Unión Soviética hable en inglés y que Steve Buscemi haga de Kruschev con su cerrado acento americano ya provoca risas. El problema es que, como comedia, es demasiado exigente. Uno tiene que saber exactamente quién era Beria, quién Molotov, quién Malenkov y así sucesivamente para que las bromas internas tengan gracia. De lo contrario, se pierden.

Tampoco ayuda el hecho de que la segunda parte, la que trata sobre la sucesión y que de alguna manera pretende tener un trasfondo histórico sea tal despropósito. Centrada principalmente en la figura de Beria, dicha segunda parte no aporta un solo dato histórico veraz. El relato se aleja muchísimo de lo que pasó y no sé si tiene sentido tratar las traiciones del poliburó postestalinista de una manera apresurada, falsa y además inverosímil. Beria fue purgado, por supuesto, y hay ahí una enorme ironía, pero no fue linchado en medio de una reunión del Comité Central. No veo la necesidad de inventarse dicho linchamiento si no existió.

En definitiva, si quieres reírte tienes que partir de unos conocimientos algo más que básicos -salvo los primeros diez minutos, excelsos- de Historia y si quieres aprender algo de Historia, fácil no te lo ponen.

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La muerte de un niño: no sé qué tratamiento deben tener las tragedias infantiles en televisión. Quizá una mención para alertar sobre posibles peligros. Quizá un seguiiento esperanzado durante las primeras horas. En ningún caso, una cobertura creciente conforme disminuyen las posibilidades de que la tragedia tenga un inesperado final feliz. Si dicho final feliz ha de llegar que sea por sorpresa, algo así como "¿Se acuerdan de aquel niño que... pues ha aparecido vivo?". De lo contrario, se trata de un espectáculo del morbo más bajo que deja todo lo de Alcácer a la altura de un premio Pultizer.

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Aprobar oposiciones no es fácil. Según la oposición de la que se trate puede no ser demasiado complicado, pero fácil, fácil no es. Por eso las hacen. Ahora, el problema llega cuando a uno no solo le piden que haga un trabajo que no le gusta sino que encima pretenden que se deje la vida intentando acceder a un trabajo que no le gusta. Depende de la persona puede ser una exigencia poco realista y en mi caso directamente es un disparate.

El asunto, por tanto, es qué me gusta y eso no ha estado nunca demasiado claro. En el instituto me planteé estudiar psicología, publicidad o políticas aunque la solución más obvia habría sido periodismo. Si no estudié esa carrera fue por una pura cuestión de ego: mi objetivo vital no era escribir sobre otros sino que otros escribieran sobre mí. Más de veinte años después de tan estupenda decisión hemos llegado a esta especie de punto medio o de exceso absoluto, no sé muy bien qué pensar: yo, escribiendo sobre mí continuamente.

Por otro lado, maticemos, de paso, algo que dije el otro día: 1) alguien puede pensar que si digo que la industria editorial es un mundo infecto es porque no me ha ido (no me está yendo) bien. Es cierto. Sour grapes. Las palabras de un resentido. Ahora bien: 2) la industria editorial, conmigo o sin mí, es un mundo infecto, lleno de chapuzas, promesas incumplidas, trato indigno a los autores y comportamientos que bordean el delito. De ahí, el inmenso dolor compartido que ha causado la muerte de Claudio.