sábado, febrero 06, 2016
Nuevos planes, idénticas estrategias
En política, no es fácil que todos los demás hagan exactamente lo que tú quieres. Por eso se le llama política, precisamente, porque a menudo la polis, como el infierno, son los otros. El empeño de Pablo Iglesias en representar a sus propios votantes, a los de sus confluencias y a los del PSOE ya empieza a resultar irritante. No solo el fondo, que también, sino esa forma de perdonavidas que parece estar deseando acabar con toda posibilidad de acuerdo que no sea una rendición sin más.
Detrás de todos estos gestos, de este maximalismo de presentarse una semana ante el rey con la lista de ministros hecha y rasgarse las vestiduras la siguiente porque Sánchez pretenda buscar aliados en Ciudadanos se esconde el hecho de que Podemos está convencido de que juega con red, es decir, que si hay gobierno con presencia suya en ministerios clave, bien, y si hay repetición de elecciones, pues casi mejor.
Puede que tengan razón. De momento, las encuestas dan un ligerísimo trasvase de votos de Ciudadanos al PP y del PSOE a Podemos, tan ligero que entra en el margen de error si no contamos el engendro habitual del CIS, donde los resultados sí que son espectacularmente buenos para Podemos y solo la cocina habitual los mitiga. Sin embargo, unas nuevas elecciones no dejan de ser una moneda al aire para todos, incluso para los que desde el gobierno han decidido no hacer nada de nada y darse mus.
Algo me dice, además, que las posiciones de Pablo Iglesias, tan cerradas, tan exclusivas, tan de "conmigo o contra mí" no dan una buena perspectiva a su partido. Yo, por ejemplo, no volvería a votarles y estoy convencido de que no sería el único. Si el cambio depende únicamente de lo que él dice y cómo lo dice, si cada cuestión se va a dirimir en un "todo o nada", me temo que la apuesta es demasiado fuerte como para mantenerla cada seis meses.
A veces da la sensación de que ese partido nació con la realidad por bandera y al final la realidad se la han dejado en cualquier otro lado.
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Duda razonable: incluir en una obra de ficción, sea teatro, cine, literatura o incluso títeres, personajes que enaltecen el terrorismo, ¿supone en sí mismo un delito de enaltecimiento del terrorismo? ¿O depende solamente de la posibilidad de que el público objetivo, en este caso los niños, no entiendan esa diferencia entre la ficción y la realidad?
Al respecto de esto último habría que matizar que quizá nadie distingue mejor entre ficción y realidad que un niño, precisamente porque siempre ha vivido en un mundo donde todos han estado intentando engañarle, aunque fuera por su bien.
La duda, en cualquier caso, ni siquiera es mía sino de Miquel Roig, un hombre, valga la redundancia, de lo más razonable.
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La Chica Diploma me pregunta por los famosos "what if...?" pero yo no soy hombre de "what if", qué le vamos a hacer. Le reconozco su atractivo, pero no, no me pongo a pensar qué hubiera pasado si tal cosa se hubiera hecho de tal modo o si T. no me hubiera dejado o si L. no hubiera desaparecido o si cualquiera de las chicas fugaces hubieran entrado inopinadamente en mi vida. No, no tiene sentido. Lo que pasa es lo que pasa es lo que pasa. Supongo que detrás de toda línea posible de cambio seguía estando yo y la idea de destino me desagrada tanto que prefiero pensar: "sucedió así porque así lo quise y precisamente por eso no pudo ser de otra manera".
Por otra parte, también cabe la posibilidad de que todas esas realidades paralelas ya las haya ficcionado. Las que me interesaban, al menos. O que, por puro orgullo, la idea de arrepentimiento me resulte tan molesta como la de destino.
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Dos canteranos se encuentran después de algún tiempo. Se preguntan por la vida y los hijos, se toman un pollo, unos calamares y una ensalada mixta y corren con la comida en la boca a una sesión de cine que no existe. Uno va camino de ser estrella en primera división y el otro no sale de las categorías regionales. Por eso, quizá, en toda la tarde no hablan de fútbol ni una sola vez.