Salgo de la caseta algo mareado y busco un sitio en el césped que no esté muy lejos pero que sea difícil de encontrar. Eso es todo lo que pido: tirarme en la hierba con los ojos cerrados y una botella de agua. Descansar. Oír voces y gritos de niños ajenos. Sentirme ajeno. Hace mucho calor y son cuatro días ya metido en una caseta. Las firmas han ido bien, las ventas siguen viento en popa y el editor está contento. Yo también, claro, pero no duermo y cuando no duermes la felicidad es una cosa complicada.
Luego están mis propias sensaciones sobre el libro. Sensaciones de una cierta frustración: no está en los medios, no parece interesarle a nadie y cada vez que veo la portada me da un ataque de nervios. Sin embargo, la gente lo busca. Casi todos han leído antes "Ganar es de horteras" y buscan una segunda parte. No la encontrarán. "Ganar es de horteras" es un fenómeno único porque es un libro desnudo, demasiado desnudo, de la época en la que yo escribía sin mirarme las manos.
Esto es otra cosa. Es más serio, supongo. El libro de un hombre que se acerca a los cuarenta años y pasa la primera mitad de la noche moviendo el carrito de su hijo para que no se despierte. "El otro libro era más ingenioso", dice el editor, y tiene toda la razón del mundo. Yo he escrito una novela comercial, una novela más viva que la mayoría de las que he leído y un libro de deporte que es en realidad una autobiografía. Todo eso en tres años.
Pero esos años han pasado y ahora lo único que me apetece, insisto, es tumbarme.
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Llega B. a la caseta con sus padres. Ellos compran "Historia de una rivalidad" y ella compra "Ganar es de horteras". Estoy a punto de decirle que igual sale ella en el libro pero no se lo digo, no me parece el momento. Además, no recuerdo si sale o no. A B. el baloncesto no le gustaba: vino una vez a verme jugar un partido de distrito y puede que me acompañara a alguno del Estudiantes pero sinceramente no creo. Tampoco sé qué pensara de que vaya hablando de ella en mis libros. Sé que no le importa que hable de ella en este blog o si le importa no me lo dice. Un libro, claramente, es otra cosa, pero las autobiografías son así y al fin y al cabo ya salió en otro libro anterior y entonces parecía orgullosa.
Lo que le gustaba a B. era el fútbol. Los dos éramos aficionados al Barcelona de una manera muy inopinada. Cuando en 2006 cayó la Champions League, recuerdo que la llamé inmediatamente, me recogió en casa de mis tíos y fuimos a celebrarlo a algún lado. No recuerdo la celebración pero la recuerdo a ella. Eso sí se lo digo porque es bonito y sé que es verdad. Hay muchas cosas de las que no estoy seguro porque a veces parezco el hombre tatuado de "Memento" que solo podía acordarse de Sammy Jenkins.
I don´t know what´s right and what´s real anymore... and I don´t know how I´m meant to feel anymore.
No parece nerviosa por la final de esa noche. Yo tampoco lo estoy. No sé si eso es bueno o malo.
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Acabo viendo el partido en un bar de Menéndez Pelayo. No donde estuve horas con Aleix Saló arreglando el mundo el año pasado sino el que queda enfrente. Es un bar pequeño con terraza, con una primera planta donde apenas cabe la barra y dos o tres taburetes pero que tiene televisor. El Barcelona ya gana 1-0 y eso que no han pasado ni seis minutos. De la pareja que hay detrás de mí, el chico es del Barcelona y la chica parece del Madrid o sencillamente le da igual todo esto.
La primera parte pasa apoyado en una Fanta de naranja y una cierta tensión de borrachos que entran y salen. La segunda, la veo en la parte de abajo, que no es mucho más grande pero sí tiene cuatro mesas. Dos están vacías y las otras dos ocupadas por un grupo de chavales charlando mientras ven el fútbol. Sábado por la tarde, pienso, pero luego les escucho y me doy cuenta de que son de la RESAD y se pasan la final de la Champions League hablando con entusiasmo sobre qué es la actuación, qué es la dirección, qué es el teatro... todas esas preguntas que se hace uno cuando no ha salido de la burbuja.
De vez en cuando, alguno hace preguntas del tipo de dónde jugó Tévez en Inglaterra y me dan ganas de contestarle que antes de en el City estuvo en el United, pero ese no es mi papel. Mi papel, botella de agua a palo seco, es estar en la mesa de al lado, celebrar con cierta timidez el gol de Suárez y el de Neymar y recordar cuando yo mismo iba a las funciones de graduación y después acompañaba a todos aquellos actores, todas aquellas actrices, con sus sueños de veinteañeros, a ese mismo bar, esa misma planta baja, esa misma discusión metafísica que probablemente no sirve para nada pero es necesario tener.
Porque alguien tiene que llevar el fuego, claro, y qué fea sería una burbuja vacía. Parecería un museo.