miércoles, septiembre 03, 2014

Adiós a La Noche de COPE


Que a los 35 años alguien apueste por ti para hacer casi 20 minutos de radio en directo cuando no te has puesto nunca delante de un micrófono tiene un punto temerario, pero si en mi vida he conocido a alguien temerario ese es sin duda Lartaun de Azumendi. El mismo que apostó por un escritor al que no publicaba nadie y sacó de la nada un libro que acabó convirtiéndose en un moderado éxito.

Las dos propuestas vinieron más o menos a la vez: una reunión en Sol con un hombre al que yo le ponía cara de Red Auerbach y que se me presentó, barbas y gafas, 40 años como mucho, con una camiseta verde de los Celtics. Lo primero, el libro del Estudiantes, del que ya hemos hablado mucho; lo segundo, la posibilidad de colaborar en "La noche de COPE", programa del que se haría cargo a partir del siguiente septiembre.

Era 2012 y yo apuraba mis últimos días de piso en Malasaña. El horario era horrible: mi sección empezaba a las 2,45 de la madrugada, tenía que hacerla en el estudio, y no ponían taxis. Con todo, era algo de dinero, y sobre todo era un proyecto apasionante en una cadena nacional. ¿Cómo decir que no? Al principio, le propuse centrarnos en los 90, pero el "target" del programa no invitaba a algo así, ¿por qué no irnos un poquito atrás y hacer algo de "remember" para todos los públicos y no solo los grunges treintañeros?

El nombre de "Historias de la Historia" no fue mío. Espero que no fuera mío porque nunca me gustó. La verdad es que no era un programa de Historia, como tal, aunque nos cebáramos especialmente con la familia Tudor y derivados, sino más bien un espacio nostálgico que funcionaba mejor cuanta más música le poníamos. Siempre tuve total libertad sobre contenidos y estructura y a los pocos programas quedó tal y como aguantaría hasta el final: una música o un documento sonoro para empezar, el saludo clásico de Lartaun, y a partir de ahí la lectura de un guion de tres folios que me preparaba los días de antes parando otras dos veces para meter más música.

Era divertido y creo que resultaba divertido. Los primeros días iba andando hasta la radio porque vivía al lado. Luego, los taxis hicieron que el sueldo fuera anecdótico. Aun así, era una burbuja mágica: el Teletaxi listo a las dos de la madrugada, las charlas con Lartaun, Antonio Osorio, Elena Grandal, Mónica Villalaín, David, el entrañable becario amante del cine... Había un punto de finalidad sin fin porque aquello no lo escuchaba nadie: en el taxi los conductores oscilaban entre Rock FM -que curiosamente emitían en un plató contiguo al nuestro- y La Parroquia. Mi familia dormía a esas horas y mis amigos también. De vez en cuando, si a mi esposa le entraba insomnio, se ponía el programa y luego lo comentábamos en casa.

Era como estar y no estar, que es algo que ya saben que a mí me encanta: trabajas en la COPE, cobras en la COPE, grabas en el Estudio Encarna Sánchez... pero a la vez casi nadie conoce tu voz. El trabajo era bueno y pese a la crisis y los primeros despidos, Lartaun consiguió que mi sección durara un año más, ya con Belén Ródenas en vez de Elena Grandal y con Vitorio Duque escapándose del Partido de las Doce para echar una mano.

No nos metimos en líos. Ni uno solo. No hubo llamadas de oyentes cabreados ni de jefes alterados. Solo una indicación respecto a una frase que tenía que ver con el Apóstol Santiago. Una línea después de unos 100 programas... porque, ahora que lo pienso, ahora que ya no me he podido saltar la segunda restructuración de La Noche y me he quedado fuera, con mis historias y mi himno de la Unión Soviética, si la sección era semanal y la hice todas las semanas salvo tres o cuatro por enfermedad propia o ajena, el total de programas debió de rondar los cien.

¿Mi favorito? El de las canciones de los Mundiales. Aquello fue glorioso. Tan glorioso que publiqué el Podcast al día siguiente por si alguien quería compartirlo. Al principio lo hacía siempre: poner el enlace en la resacosa mañana del viernes -siempre me levantaba con esa sensación de adrenalina pasada por el sueño- en Facebook o en Twitter para que la gente supiera lo que hacía, pero en seguida me di cuenta de que la paciencia de todos tiene un límite y que JotDown, Zona de Obras, El Imparcial, mi propio blog... ya era suficiente autopromoción como para seguir aturdiendo a mis amigos y seguidores.

En fin, que la cosa se acaba. Los detalles se me escapan y en cualquier caso no me corresponden a mí. Me llamaron de la nada para hacer cien programas, dos años, de radio de calidad y entretenimiento y creo que cumplí con el reto. Quedan ahí mis compañeros, esos cómplices de madrugada que nunca se reconocen con la luz del sol. Seguro que les va bien. Lo mejor que les vaya a ellos, lo mejor que me puede ir a mí, porque de alguna manera siento que sigo estando ahí, en ese estudio, mientras Mariano mete alguna canción de Kasabian.