Así que todo acaba donde empezó, en este ordenador de la recepción del Barceló Corralejo Bay que se come un euro cada diez minutos mientras camareros diligentes sirven cervezas y coca-colas y un grupo de flamenco fusión se atreve con "La chica de Ipanema". Una semana sirve para darse cuenta de que las canciones de la isla no son malas pero son básicamente las mismas y todas tienen un punto turistón tirando a bossanova o reggae.
En la televisión, el Barcelona pierde con el Athletic de Bilbao. La Chica Diploma está arriba, haciendo tiempo para cenar, puede que estudiando, puede que preparando las maletas. Tengo la sensación de que los dos tenemos miedo. Yo, al menos, tengo un miedo atroz, un miedo que disimulo mal, un miedo a juego con mi ceño fruncido y mi mirada crispada. Todo volverá a ser como antes, pienso, y no sé si podré soportarlo: Madrid, y junto a Madrid, su oleada de responsabilidades.
El domingo de resurrección en Fuerteventura fue un domingo de luto previo, de tranquilidad pasmosa: paseo por las inmediaciones del centro comercial, parques de lava, botellas de agua en El Banana, otro de esos bares en los que tienes el mar a los pies, delante de ti, tranquilo, y la camarera va y te cobra dos euros menos de lo que haría cualquier trajeado de La Latina o Lavapiés.
Después del Banana, los trámites, es decir, el check-in online, tarjetas de embarque impresas, vistazo furtivo al piso de los precios en Fuerteventura -la Chica Diploma insiste en que jamás se vendrá a vivir aquí, yo no confío en convencerla- y en Málaga, un punto medio en el que quizá podamos converger en el futuro. Tras la comida, de nuevo paseo a la playa de al lado del hotel, últimas tardes en el Waikiki. La Chica Diploma se hace una foto apoyada en una bandera, cogiendo el trapo con una mano y parece que en vez de tomarse una manzanilla ha conquistado la plaza.
La felicidad de comer a las cuatro y media de la tarde. Ella se trae sus apuntes de medicina china, yo termino "Rosas, restos de alas", de Pablo Gutiérrez y empiezo "Por si se va la luz", de Lara Moreno, mis queridos escritores siameses. Alrededor, la gente es feliz, nada que ver con un metro atestado a las ocho y media de la mañana, atasco en Doctor Esquerdo. La vista sigue siendo impresionante aunque se repita varias veces al día. Nos mojamos los pies mientras un niño pequeño hace llorar a su hermana en la orilla. Volver, hay que volver, como sea, cuanto antes... Ayer mismo úna canaria pizpireta, carta de platos en la mano, nos ofrecía mesa para tres con un guiño.
En fin, tarde de previos y algo parecido a los nervios y descomposición en los baños y una enorme tristeza, porque no sé explicarlo de otra manera. No solo es que mañana mismo, o el martes a más tardar, el entorno sea distinto sino que nosotros seremos distintos. Nosotros y nuestras responsabilidades. Nosotros y nuestras exigencias. Emails y clases de inglés. Me cuesta mucho renunciar a ser feliz, en serio, de ahí el miedo, por supuesto, porque yo la infelicidad la tolero lo justo.
¿Qué más? El grupo de flamenco se arranca por "Yesterday" y la Chica Diploma ya está a mi lado, en el hueco del ordenador gemelo. Lo que queda es una cuenta atrás llena de nostalgias y recuentos. Último paseo, último bufet, último copeo en algún bar de ambientación cubana. Un poco de resignación, un mucho de pena. Un gol de Messi que culmina una remontada.