Poco antes o poco después del 0-2, Michael Robinson protestaba por la continua gesticulación de Jordi Roura mientras repetía la necesidad de meter a Villa cuanto antes e intentar así cambiar el partido. "Deje de animar y tome decisiones, señor", decía el inglés al segundo entrenador del Barcelona, claramente superado por la situación. El problema es que Roura no está acostumbrado a tomar decisiones de este tipo y desde luego no en partidos de esta enjundia. No digo que sea un problema suyo, porque nunca ha sido su rol en el equipo, pero desde luego es un problema y muy grave para el Barcelona, que ahora más que nunca nota que no tiene entrenador.
Lo peor es que es un problema sin solución, porque los dos entrenadores de este lustro mágico están ahora mismo en Nueva York: Guardiola no quiso renovar "porque si no acabaríamos mal" y Tito Vilanova, que le sucedió con resultados admirables pese a un cierto bajón en el juego, se está recuperando de un cáncer. Ni siquiera "se está recuperando", que es un eufemismo, sino que se está peleando con él y por mucho que se hagan reportajes sobre cómo dirige vía whatsapp los partidos, lo cierto es que todos deseamos que Tito esté a lo que tiene que estar: curarse, punto.
A principios de temporada, mi buen amigo Pepe Albert de Paco me insistía en que a este Barcelona lo entrenaba cualquiera. Tenía razón pero solo en parte. Cualquier entrenador profesional debería poder coger un equipo de esta magnitud y no hacer el ridículo pero otra cosa es hacerle ganar títulos. Vilanova estaba preparado, Roura, no. Insisto: no tiene por qué estarlo. Los jugadores necesitan referencias e indicaciones, porque la autogestión es algo muy peligroso. Suena bien, pero es peligroso. El Barcelona, desde la marcha obligada de Vilanova coquetea con la desgracia en cada partido y supongo que lamentan oír esto en una época de culpables e inocentes pero tiene su lógica y me temo que es inevitable. Cuando a mitad de temporada, tu entrenador se tiene que ir a curarse de un cáncer, estás jodido. Aceptarlo es bueno.
Otra cosa es resignarse o insistir en la autocomplacencia. Sobre la autocomplacencia del Barcelona y sus seguidores he hablado muchas veces y me resulta molesta. Creo que parte de los problemas de "competitividad" que tiene el equipo ahora mismo tienen origen en declaraciones del tipo "deberían grabar nuestros entrenamientos". El Barcelona se enamoró de sí mismo y no voy a culparles porque yo también participé de ese rapto, pero seguir creyendo que se puede ganar sin jugar bien al fútbol, solo confiando en "el modelo" que todo lo salva, es un error tan grande como pensar que cualquier canterano puede jugar de central porque Piqué lo ha conseguido o que cualquier técnico es válido para el primerísimo nivel porque Pep y Tito lo han sido.
Narciso ante su reflejo en el río.
Hablemos en cualquier caso del "modelo", porque aquí hay un follón importante que, por lo que yo sé, solo Martí Perarnau intenta explicar en sus crónicas, con las lógicas dificultades al respecto. El Barcelona toca techo competitivo cuando, después de eliminar con comodidad al Real Madrid en semifinales, se pasea en la final de Wembley ante el Manchester United. Es el colofón de una temporada magnífica: el equipo vuelve a ser el menos goleado de la liga, su defensa es de hierro, la presión en todo el campo funciona de maravilla y arriba hay huecos simplemente porque el equipo contrario pierde nada más robar y generalmente descolocado.
El once inicial de gala de aquella temporada lo sabemos todo e incluye cuatro defensas claros, tres mediocampistas como Busquets, Xavi e Iniesta y tres delanteros en Messi, Villa y Pedro. Los dos últimos se pegan unas carreras tremendas y arrastran desde banda al medio en diagonales. Messi se limita a guiar la orquesta. Sin embargo, la propia figura de Messi acaba alterando el juego colectivo. El argentino es demasiado bueno para el "juego de posición" y Guardiola tiene que ceder. Como pidiendo perdón, lo reconoce en rueda de prensa: "El futuro de este club depende de Leo, hay que cuidar a Leo". Tiene razón, pero conforme crece Leo, de manera casi inevitable, decrece el resto del juego colectivo.
A eso hay que sumarle un último año de Guardiola tácticamente confuso. De entrada, sus fichajes son Cesc y Alexis. Lo de Cesc es pura cabezonería, pero también responde al perfil de centrocampista llegador, de los que "no están en el área sino que llegan al área". Alexis ha hecho un buen año en el Udinese, pero no se sabe muy bien qué es: ¿un extremo goleador al estilo de Pedro?, ¿un delantero reconvertido al estilo de Villa?, ¿una mezcla de las dos cosas? Aún no lo sabemos, pero lógicamente esos dos fichajes amenazaron el statu quo de la plantilla, desplazando a Villa y Pedro de su condición de indiscutibles antes incluso de que ambos se lesionaran de gravedad a mitad de temporada.
El nuevo juego de Pep era un pequeño galimatías que no funcionó nada en Liga, sí lo hizo en Copa y a medias en la Champions, donde bien pudo repetir título por tercera vez en cuatro años. No fue un desastre pero se veían cosas: junto a partidos estelares como el del Santos en el Mundialito o la segunda parte en el Bernabéu se sucedían desastres, especialmente fuera de casa, en los que solo Messi era capaz de marcar y la defensa ya no funcionaba tan bien como antes precisamente porque el ataque era torpe, lento y desajustado. En un giro del destino, el equipo acabó jugando 3-4-3 con Tello y Cuenca en las bandas, es decir, nada de lo que se había pensado en verano había funcionado. Mourinho ganó la liga y Guardiola se fue a Estados Unidos a descansar. Algo no le había gustado nada y sus propias decisiones habían resultado en ocasiones más que discutibles.
La llegada de Vilanova apuntaba a continuidad pero fue desde el principio una continuidad muy matizable: el equipo empezó a jugar como el Madrid. La presión bajó de intensidad y el ataque se desmadejó, con una dependencia de Messi ya exagerada. Cuando el argentino, Iniesta o el Cesc de principios de temporada estaban bien, daba gusto. Cuando no estaban bien, no había soluciones: el equipo quedaba partido en dos y a merced de cualquier contra del equipo rival. A este respecto, el segundo gol de ayer del Madrid es un claro ejemplo: un despeje se convierte en un dos contra uno, Puyol acaba por los suelos y Cristiano empuja solito el rechace de Pinto.
La fragilidad del Barcelona no es cosa de este mes y desde luego no es cosa de Roura. Según Perarnau es una fragilidad buscada, es decir, una invitación al rival a golpearte para golpearle tú con más fuerza. Si esto de verdad es así, el caso es que no ha funcionado en absoluto: los equipos que se cierran -los equipos buenos que se cierran- son infranqueables para el Barça en ataque, mientras en defensa se le conceden una serie de oportunidades imperdonables. En sus últimas seis visitas al Camp Nou, el Madrid ha marcado trece goles y tengo la sensación de que todos iguales: contraataque de Cristiano Ronaldo o remate a la salida de un corner.
El año pasado, el Barcelona perdonó al Chelsea, de acuerdo, pero si se fue a casa fue porque concedió tres goles ante un equipo que decidió ni atacar. Tres goles en una eliminatoria europea es una barbaridad.
Y así estamos, con problemas estructurales y coyunturales. El coyuntural por excelencia es la enfermedad del entrenador y ese no tiene solución. No la busquen porque no hay. Los estructurales tienen que ver con una bajada clara de intensidad física, una confianza excesiva que permite creer que se puede ganar sin jugar bien al fútbol y un dibujo táctico caótico en el que no sabemos de qué juega nadie y eso, insisto, a veces es muy bonito pero otras se convierte en un partido de esos del FIFA en el que te coges a un jugador y que se ponga a regatear a todos. A veces, el jugador se llama Messi, a veces, Iniesta y así sucesivamente. El Barcelona no lee bien el fútbol de ataque no solo porque no haya espacios, que no los ha habido nunca, sino porque sus jugadores no están bien colocados y da la sensación de que han dejado de confiar el uno en el otro, que es algo que pasa en cualquier deporte de equipo cuando la fragilidad se palpa en el vestuario.
Este Barcelona no es un desastre. Decir eso es una tontería, con 68 puntos en 25 jornadas de liga. Sí es un equipo más caótico y dudo que eso sea siempre buscado. Ayer, Messi parecía el de los peores tiempos de la selección argentina. Tenía que hacerlo todo y se equivocaba al intentarlo. Le estaban esperando. Como en San Siro. Como en Stamford Bridge. El juego de combinación es lento y a menudo incomprensiblemente errático. En otras ocasiones no existe. Cesc solo aumenta el embudo y no da la sensación de que alguien le haya terminado de explicar exactamente cuál es su función en el equipo, qué se espera de él. Deambula 60 minutos hasta que le cambian.
En el horizonte queda el partido contra el Milan. ¿Qué perspectivas hay? Un equipo con tanta calidad puede meterle cuatro a cualquier otro equipo. Este comentario no debe confundirse con otro tan peligroso y tan escuchado incluso hoy de "cuando estos se ponen las pilas, son el mejor equipo del mundo". No, no lo son. No siempre. Nadie es siempre el mejor equipo del mundo. Pero sí, el Barcelona es un equipo que puede ganar 3-0 o 4-1 al Milan. Otra cosa es que yo crea que lo va a hacer. No lo creo. Tendría que recuperar algo que me parece que ha perdido: el objetivo. Con Guardiola, amante del fútbol italiano, el objetivo estaba claro: ganar. Se tocaba para abrir huecos cara a la portería, se corría para recuperar el balón y pillar descolocado al rival, se jugaba por las bandas para que los de dentro pudieran sorprender y así sucesivamente.
Demasiadas veces parece que el Barça da los mismos pases, corre los mismos kilómetros e incluso, de media, es probable que tire las mismas veces a puerta... pero da la sensación de ser un automatismo. Algo que hay que hacer porque hay que hacerlo, pero sin fe, sin confianza. Ese es el problema. Si es coyuntural o estructural, lo desconozco. En cualquier caso, insisto, tal y como se ha dado el año, si al final se gana la liga, consideraré la temporada como un éxito... siempre que a la vez se trabaje en un futuro sin embudos, calzadores ni inercias.