sábado, enero 26, 2013

Malaputa



Se me olvidaba lo bueno que era el primer disco de Rafa Pons. Esto no quiere decir que los demás fueran malos sino que me pillaron en otro momento de mi vida. El primer disco y los primeros conciertos. Mis primeros conciertos, al menos. Búho Real y Galileo. Luis Ramiro tocaba en Libertad y había que ir con dos horas de adelanto para coger sitio. Probablemente, sus conciertos fueran mejores, a mí Luis Ramiro siempre me gustó mucho y si le conocí fue precisamente por eso, porque su música me parecía brillante.

Con todo, el mejor era Lichis, por supuesto, que acababa de volver de Terrassa después de publicar su mejor disco con un cierto regusto amargo comercial. Lichis estaba un punto por encima de todos y Luis Ramiro atravesaba su momento más prolífico como compositor... pero, insisto, el más divertido era Rafa Pons. Rafa era el resumen de aquel año enloquecido de discotecas indies y conciertos de cantautores, viajes improbables a Zaragoza a buscar escaños en plena campaña electoral, chicas rubias de ojos verdes vidriosos y talleres literarios en los sótanos de Malasaña. Grabaciones con Dani Flaco en Esplugues de Llobregat.

Si alguna vez fui bohemio, si algún día después de ser bohemio fui bohemio fue precisamente antes de oficializarlo, antes de huir a Churruca y desentenderme de todo, abandonar conciertos y persecuciones.

La canción estrella de Rafa era "Malaputa". Yo supongo que a él no le debía de hacer mucha gracia, porque era una canción algo vieja, simplona a veces, por debajo de otras que había compuesto -"Nieve en la ventana" pero también "Luna" o "Un poco idiota"- pero era la que el público pedía. Noches en las que los bares se llenaban hasta arriba y Rose of Sharon presidía el concierto sentada en la barra del Búho Real. Llegado el momento, Rafa pedía que la gente subiera al escenario, el diminuto escenario. Solían subir chicas, porque las chicas siempre mostraban un gran entusiasmo a la hora de subir a los escenarios de los cantautores. A veces, subían chicos también, de una extrema torpeza, probablemente porque el que no corre, paga las fantas.

Un día, y esto debió de ser en el invierno de 2007 a 2008, subieron tres chicas bastante guapas. Muy jóvenes. Yo tenía 30 años, casi 31, y la juventud no me molestaba en absoluto pero digamos que la veía ya entonces desde una cierta distancia, alguna suerte de superioridad moral. De las tres chicas, una, la más guapa, no se sabía el baile, aunque aquello ya era un clásico de la noche madrileña y catalana: las manos arriba haciendo un círculo alrededor de la cabeza, los brazos hacia adelante poco después: uno, otro, uno, otro, hasta juntarse y hacer lo que Rafa reconocía que era poco más o menos "el baile de la mayonesa". Les he puesto un vídeo más arriba para que no se pierdan. Describir lo que te ha hecho feliz es complicado.

Fue una noche muy divertida. Las chicas acabaron con nosotros, por supuesto, y nosotros, al cabo de un par de horas, acabamos siendo Lichis, uno de los músicos de Rafa y yo, que siempre he sabido colocarme en el sitio justo aunque casi nunca en el momento adecuado. De las tres solo quedaban dos: la guapa y la amiga. Eran dos para tres pero pronto quedó claro que eran cero para tres porque aquello no era más que un juego que acabar en la calle Barquillo, como tantos otros juegos de madrugada. Bailes en bares de salsa y whisky con Coca Cola. Isabel pidiéndole todo el rato a Lichis el teléfono de Fito Cabrales hasta que Lichis -a veces le llamaban "Richie", a veces "Ricardo", eran desoladoramente torpes- ya la cogió por los hombros y le dijo, a punto de echarse a llorar: "Por favor, deja de pedirme eso, porque no te lo puedo dar y me destroza el corazón cada vez que te tengo que decir que no". Luego salió afuera, a fumar y yo le seguí. "No pasa nada", les dije a los de dentro, que no entendían que una estrella del rock se pudiera venir abajo y me fui a ver cómo iba la cosa.

Lichis tenía los ojos húmedos y una melancolía infinita. No hablamos del tema. No recuerdo que habláramos de nada, de hecho. Nos pusimos los dos hombro con hombro apoyados en la vidriera. Cosas de niñas. Sí, cosas de niñas. El recuerdo de aquella noche es algo así como un recuerdo de plenitud aunque no sé de qué tipo de plenitud. Las chicas se fueron a Pachá después de dejar los teléfonos y no contestarlos jamás. Lichis, que vivía en Rivas, cogió un taxi con mis 20 euros, el músico de Rafa se miraba las manos vacías como si fuera imposible que se nos hubieran escapado aquellas dos post-adolescentes, como si Madrid no fuera Madrid, un artificio constante en el que siempre hay una chica juguetona queriendo convertirse en literatura.

O disco.

Yo me volví, también en taxi, puede que en autobús, a la calle Velázquez, donde vivía con mi madre y su marido. El plan era siempre no tener plan o a lo sumo traducir revistas de Pressing Catch. Yo inventé la posición del falso opositor, revolucioné el concepto: no di ni el clavo en todo el año y acabé consiguiendo aprobar y con tan buena nota que en octubre estaba trabajando. En octubre de 2008. Ese mes, exactamente ese, se puede considerar el último de mi larguísima adolescencia.