martes, noviembre 13, 2018

Maravillas de la condición humana


De la exposición sobre Auschwitz en el Canal me quedo con pocas cosas. Pocas cosas nuevas, quiero decir. El horror es tal que resulta complicado cuantificarlo en metros cuadrados. El horror en cada pequeña y cada gran historia durante más de una década en más de media Europa. El horror en la muerte, el frío, la tortura, los niños gaseados, las vidas destrozadas, el exilio... pero sobre todo en la burocratización, los años y años de documentación del proceso, el afán por "superarse" de Höss y compañía, la larga cadena en la que nadie, absolutamente nadie, reconoce al otro como un ser humano.

Entre las muestras se encuentran un par de extractos de la entrevista de Günter Gauss a Hannah Arendt de 1964. En ambos se recrea en la incredulidad de la situación: "Teníamos enemigos, claro. Todo el mundo tiene enemigos, ¿por qué no nosotros? El problema fueron los amigos...". Exacto, lo que ella llama "la uniformización" y especialmente, pues es su caso, la uniformización en el ámbito intelectual. En pocas palabras, "el vacío" alrededor, una suerte de "cordón sanitario". En la entrevista, que, por supuesto, está en YouTube y merece una hora de su tiempo, deja claro que ella ya consideraba inevitable el ascenso de los nazis en 1931, así que nada de lo que pasó de 1933 en adelante la pilló desprevenida.

¿Nada? Bueno, nada salvo el horror, precisamente. Arendt no parece entender el horror -ella se fue en 1933, a las pocas semanas de la victoria electoral de Hitler y la quema del Reichstag, cuando el exilio aún era una opción si tenías los contactos adecuados- y es el gran abismo que le cuesta saltar. A diferencia de otras víctimas, Arendt era alemana, no ya en la acepción étnica o incluso nacional del término sino en la cultural: los que hicieron eso no dejaban de ser sus afines. Tal vez su interpretación de la actuación de Eichmann (su juicio y posterior reportaje datan de 1961) tenga que ver con eso, con un intento de justificar racionalmente a un igual. En Israel, desde luego, no se lo tomaron tan bien. Puede que incluso la palabra "funcionario" tenga sus límites de aplicación.

Cuando leí el libro de Arendt me convenció la tesis principal, pero ahora no lo veo tan claro. Quizá, insisto, desde el punto de vista racional, pero no desde el emotivo. En la entrevista con Gauss se entrevé algo místico de Arendt con la lengua alemana, a lo Heidegger. Un triunfo de "lo alemán" frente a los alemanes concretos. Arendt reconoce que, aunque viva en Estados Unidos y escriba en inglés, la "lengua materna" sigue siendo un consuelo, un hogar. "Heimat". Cuando apunta a culpables, apunta alto: los intelectuales, los que fabularon una narrativa racional en torno a Hitler y sus matones (el mismo Heidegger, aunque no lo nombre). Sin embargo, parece disculpar al "pueblo". Parece, insisto, aunque en sus libros se documenta muy bien hasta dónde puede llegar "el pueblo" cuando se le va la mano. Cuando se toca este tema, no está muy claro si Arendt amaga y no da o si da tantas veces que simplemente acaba agotada.

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Hay algo que me desagrada de "Cómo ser Bill Murray", el libro de Gavin Edwards y no es tanto el propio Bill Murray sino los intentos desesperados de Gavin Edwards por que Bill Murray nos caiga bien. Esa constante glorificación del soplapollismo con aires de evangelista: "Bill llegó y transformó la tranquila sala de espera en una fiesta maravillosa". Bien, que le pregunten a todo el mundo, a ver si está de acuerdo. Todo lo que se cuenta en el libro sobre Bill Murray es el catálogo del peterpanista: relaciones imposibles, gamberrismo caprichoso, pequeñas dosis de paternalismo y una ex mujer que le acusa de maltrato. Por lo demás, faltas continuas de profesionalidad excusadas por su carácter de "genio". También es cierto que ni la traducción ayuda ni el propio título en español, que se distancia demasiado del original "The Tao of Bill Murray", un título que en parte explicaría e incluso justificaría el tono pseudoreligioso.

No, no creo que haya nada de especial en la faceta "humana" de Bill Murray, que me interesa más bien poco. Otra cosa es el Bill Murray actor o el Bill Murray cómico, en general. Si él no se sabe cambiar el personaje al llegar a casa ya es asunto suyo. El Bill Murray cómico nos ha dejado momentos maravillosos, aunque es curioso cómo Edwards pasa por encima del que probablemente sea su mayor taquillazo: "Space Jam", con Michael Jordan recién regresado a las canchas de baloncesto tras la muerte de su padre. Si a Murray hay que quererle por su cinismo, me parece bien. Sin cinismo, no hay humor. Ahora bien, todo dentro del escenario, a ser posible. Fuera, como las personas mayores.

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Cuando le digo a la gente que me quiero quedar en Valdemoro, se extrañan de que me guste un sitio que está tan lejos de todo. ¡A estas alturas!