jueves, noviembre 29, 2018

Bohemian Rapsody


Hay algo casi amateur en "Bohemian Rhapsody", algo que choca con la evidente importancia del grupo. Es muy probable que el hecho de que los ex-miembros de la banda sean los productores de la película no ayude en absoluto a que el director y los guionistas se atrevan a escarbar más allá de lo obvio. Algunas escenas son pueriles, sobre todo las que tienen que ver con las creaciones de las canciones y la actuación de Rami Malek es desigual: probablemente se habría sentido más a gusto en un papel más arriesgado.

De entre las cosas que se echan en falta en la película hay una que llama la atención, aunque se toque de refilón: el origen parsi de Farrokh Bulsara. Tiene que haber algo en esos veinte años de vida huyendo de Zanzíbar a la India y de la India a Gran Bretaña que merezca algún tipo de atención. Entre otras cosas porque el suyo no es un caso aislado: George Michael, otra de los grandes músicos de los ochenta y noventa y para algunos el sucesor de Mercury como gran voz británica, no dejaba de ser Georgios Kyriacos Panayiotou, aunque el documental sobre su vida también pase por alto todos los problemas que un hijo de inmigrantes podía tener en aquella vieja Inglaterra que luchaba con la nueva a finales de los sesenta y principios de los setenta. De M.I.A., directamente, mejor ni hablamos.

También choca la ausencia de contexto. No hay una cronología digna de ese nombre. Los éxitos aparecen y desaparecen como si nada. De repente están tocando en un tugurio, luego están vendiendo muchísimo, luego están sacando "A night at the opera" y para cuando uno acaba de pestañear ya están medio separados y preparando el Live Aid de 1985. Eso no es lo peor: lo peor es la oportunidad perdida de dar voz a una generación de artistas. La historia de Queen, la historia de Mercury, no se puede contar sin la interacción en los 70 con Led Zeppelin, con los Rolling Stones, con la influencia del movimiento glam británico, con Elton John o con, por supuesto, David Bowie. De hecho, la banda sonora incluye unos cuantos segundos de "Under pressure" y obvia todo su apasionante proceso de creación, lucha de egos incluida.

En cuanto al grupo, no son más que figurantes. Figurantes amables. Productores ejecutivos, vaya, no dejemos de insistir. Siempre apoyan a Freddie, todas sus peleas son banales, el éxito nunca se les sube a la cabeza... y todos calan desde el principio a ese Yoko Ono que acaba convirtiéndose en la película Paul Prenter, el culpable de todos los males del cantante y de la banda. Un ajuste de cuentas puede que merecido pero sin duda exagerado dentro del tono dulzón de la película.

Por lo demás, el grupo es interesante y es un buen musical, interpretado -ahí sí- de forma magistral. Si uno es capaz de obviar las carencias y evadirse un rato, puede pasarlo bien sin demasiados esfuerzos. Yo lo pasé bien, al menos. Éramos dos en la sala, lo que eso quiere decir sobre el estado de la industria del cine en este país ya es otro debate para otro día.

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Como biopic "amable" era obvio que no iba a entrar en los últimos años de Mercury enfermo. Tiene sentido, aunque nos prive de cosas maravillosas como su colaboración con Montserrat Caballé -es que por no salir, no sale ni la soprano- o los esfuerzos ímprobos en la grabación de "Innuendo". Siguiendo la estela del propio musical de Broadway, los guionistas prefieren terminar en lo más alto, con la enfermedad recién anunciada y Mercury ofreciendo, pese a todo, una exhibición de vitalidad en Wembley.

No me parece mala idea. Recuerdo perfectamente a Mercury en Wembley y eso que yo tenía solo ocho años, aunque muy bien llevados. Recuerdo, en general, aunque con lagunas lógicas, las casi veinticuatro horas de música sin parar, desde Londres a Philadelphia. La fascinación por la elegancia de David Bowie, por el carisma de Bono, por el estilo sutil de Sting... Es probable que confundiera la iniciativa de Bob Geldof con el empalagoso "We are the world" porque creo que fueron en años sucesivos y en torno a las mimas hambrunas, pero es que, de hecho, el concierto de Philadelphia se cerró con esa canción igual que el de Londres lo hizo con el "Do they know it´s Christmas?"

Aparte de los nombres o de la propia curiosidad, recuerdo la verdadera excitación de mi madre y mi tío, la sensación de que estaban viviendo algo histórico y que de alguna manera era el resumen de su infancia, su adolescencia y su juventud. Quizá conviene hacer un recuento de algunos de los nombres que participaron: The Style Council, The Boomtown Rats, Ultravox, Spandau Ballet, Elvis Costello, Sade, Sting y Phil Collins a dúo, Bryan Ferry, U2, Dire Straits, Elton John, Paul McCartney, Joan Baez, The Four Tops, Black Sabbath, Crosby, Stills, Nash and Yooung, The Beach Boys, Simple Minds, Pretenders, Madonna, Tom Petty, The Cars, Eric Clapton, Led Zeppelin, Duran Duran, Mick Jagger, Tina Turner y Bob Dylan.

Tuvieron que pasar décadas hasta que algo parecido se repitiera para mi generación. No hablo del Live 8 de 2005, al que tengo por un pequeño fracaso, sino las descomunales ceremonias de inauguración y clausura de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Sin duda, yo las hubiera disfrutado con el mismo entusiasmo con el que mi madre y mi tío disfrutaron de aquellos míticos conciertos ochenteros. Solo que mi padre estaba enfermo. Se estaba muriendo. Y yo no estaba para fiestas.