domingo, marzo 06, 2016

Spotlight y El País



Una semana después del triunfo de "Spotlight" en los Oscar llega la carta abierta del director de El País, Antonio Caño, en la que viene a decir que aguantarán en papel lo que puedan y después pasarán a ser un medio digital, sin más. La noticia, en general, ha sido recibida con una mezcla de "ya era hora" y "es ley de vida". Sin embargo, nadie se ha parado a pensar en la alternativa, posiblemente porque no la hay. No hay referencia alguna de un periódico digital de calidad, rigurosidad y que mantenga lo esencial del periodismo, no ya en el formato sino en su concepción de jerarquía, calidad e información diferenciada.

Hay algunas revistas y yo tengo la suerte de colaborar y haber colaborado en algunas de ellas, pero no, no hay ningún periódico digital que no acabe cayendo en el cotilleo burdo, la agregación de contenidos, el último viral de Twitter o por qué a tal escritora le han cerrado su cuenta de Facebook. Puede que Internet haya hecho el mundo más pequeño, como se dice a menudo, pero en realidad parece más bien que lo ha convertido en un pueblo donde todos nos conocemos y cada cual habla de sus amigos y sus bares en el periódico local.

La rendición, o la previa de la rendición de El País, es una noticia devastadora. Hablamos de un medio que ha sido, con sus altos y sus bajos, la referencia durante cuarenta años de la prensa española. Un periódico con una línea editorial, un sentido de grupo, un compromiso de esfuerzo y unos mínimos de calidad, es decir, cualquier cosa menos una moneda al aire. A menudo esa línea editorial disgustaba a sus propios lectores pero siempre han tenido el coraje de mantenerla, como si quisieran dejar claro quién manda aquí. Todos los demás periódicos o bien han caído en el más puro amarillismo o en el populismo más atroz, que es el de darle al cliente siempre la razón.

Los motivos del descalabro son obvios: casi nadie compra ya el periódico en el quiosco y la publicidad ha caído en picado, no ya porque se la estén llevando los medios digitales, que no es el caso, sino porque no hay dinero, punto. Se viene apelando en los últimos años a una especie de proceso evolutivo por el cual el papel tendría que dejar paso a la pantalla casi por una cuestión de necesidad biológica. Nada más lejos de la verdad. Los cambios tecnológicos, como apunta Felipe Fernández-Armesto en su último libro nada tienen que ver con la necesidad y desde luego nada tienen que ver con el requisito evolutivo básico, esto es, que suponga una mejora para la especie, en este caso, el lector.

No, si el papel desaparece, el lector tendrá otra cosa pero no tendrá, por ejemplo, "Spotlight". No tendrá buenas historias investigadas durante meses por periodistas a los que se les paga un sueldo todos los meses por ir más allá de lo inmediato. Tendrán un teletexto ampliado. En realidad, treinta años después, los periódicos digitales son poco más que eso: noticias con colorines. Con el papel, no solo se esfuma una concepción romántica de la vida, como se quiere hacer creer, sino la condición económica de posibilidad del periodismo y, al extremo, si es que eso existe, de la literatura. Entre Oscars y EREs tiene que haber un punto medio. Esperemos que lo encuentren pronto.

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En cuanto a "Spotlight", sí, es una muy buena película Muy básica, en ocasiones, y quizá ahí esté su encanto. Una historia contada de forma lineal, bien interpretada y donde los personajes son solo instrumentos de la narración. Es normal que no haya entre sus filas candidatos a premios y que todos converjan en el guion. Michael Keaton, por ejemplo, está soberbio, algo que no se podía decir en "Birdman", donde Iñárritu, como es su costumbre, le llevaba más allá de los límites de la sobriedad.

Por lo demás, la historia es la que es. Abusos sexuales consentidos por la jerarquía de la iglesia en la ciudad de Boston. Nada que no sepamos o que no hayamos tenido cerca. Yo mismo he defendido durante años la teoría de que si los sacerdotes abusaban de menores era porque tenían un acceso más directo, es decir, que en lo esencial nada les separaba de monitores de campamento o profesores de gimnasia con la mano larga. La teoría de las manzanas podridas. Pero, claro, estaba equivocado, porque lo esencial, como bien dice la película, no es el caso, ni siquiera la víctima concreta sino la estructura: el hecho de que si un profesor de gimnasia o un monitor de campamento comete un delito, pagará por ello mientras que un sacerdote forma parte de una organización poderosa que ocultará su conducta o al menos la silenciará.

El poder.

Lo que repulsa del abuso a menores es el acuerdo general en que los menores son débiles o al menos no tienen los mismos recursos que los adultos. El abuso de poder, en lo moral, repugna tanto como el abuso sexual en lo físico. Cuando el poder se multiplica, es decir, cuando a la condición de adulto se une la de miembro de una casta superior, el crimen se hace doblemente intolerable.

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Me fascina la soltura con la que Mariano Rajoy afirma una y otra vez que todo lo que tiene que ver con la política le parece una pérdida de tiempo. Sentarse a discutir, explicar un programa, buscar términos medios, intentar contentar no solo a los tuyos sino a toda la comunidad... todo eso le parece completamente accesorio y no tiene problema alguno en mostrarse incluso enfadado cuando los demás lo hacen, cuando pactan, cuando ceden en las medidas, cuando proponen incluso sabiendo que no tienen los votos.

Y es que la política tiene que ser algo más que una cuestión de quién detenta el poder. Especialmente en democracia. La manera de llegar cuenta también y tiene que ir más allá del"abuso de la aritmética" al que se refería Borges. Lo que a mí me han demostrado estos dos meses y pico desde las elecciones es que hay poca voluntad de atender las necesidades de los ciudadanos y del estado, quizá porque nadie tiene bien claro dónde empieza y dónde acaba ese estado en cuestión. En Podemos se enfadan mucho cuando les comparan con el PP, pero sí hay aquí un aire de familia, que los americanos resumen en la frase "my way or the highway".

Para Pedro Sánchez ha sido la autopista, por supuesto, pero queda el intento, igual que queda para Rivera. Un intento imperfecto, claro, pero en ningún caso una pérdida de tiempo. Perder el tiempo es decir "yo tengo 123 escaños y se tiene que hacer como yo digo" o "yo soy la gente y el cambio y mi voluntad es la suya". Muchos dicen que el acuerdo entre PSOE y Ciudadanos era solo una operación cosmética, otros aseguran que no les quedaba más remedio porque en la repetición de elecciones, PP y Podemos se los iban a comer. Ambas cosas son posibles, pero lo han intentado. Me van a permitir que valore más al que intenta algo que al que no avanza un milímetro de su punto de partida.

Y así lo haré en las próximas elecciones, por supuesto. Algo me dice que no seré el único.