viernes, marzo 18, 2016
Martin Niemöller en la enseñanza pública
Cuando empezaron las mareas verdes, allá por 2010, me llegaron varios emails de antiguos compañeros de la Escuela Oficial de Idiomas pidiéndome solidaridad, invitándome a manifestaciones y recordándome lo mal que estaba todo. Por un momento les vi como pequeños Martin Niemöllers a los que, por fin, el sistema había atacado y ahora se defendían con uñas y dientes... después de ver pasar la situación de miles de interinos como yo durante años con absoluta indiferencia.
Sí, las medidas del último gobierno Zapatero junto a la privatización constante del gobierno Aguirre en la Comunidad de Madrid fueron un palo tremendo para los docentes y para la calidad de la enseñanza pública. No voy a negarlo. Lo que niego es que a algunos les preocupara tanto cuando no les congelaban el sueldo y eso me cabrea. Yo aprobaba un examen de oposición tras otro, meses y meses de estudio del temario y quedaba para sustituciones de uno o dos meses, hasta nueve en dos años. Por delante, a última hora, siempre aparecían "los del concurso", es decir, aquellos que habiendo demostrado menos conocimientos teóricos y prácticos, tenían más puntos de experiencia o de cursos.
Tan mal me sentó aquello que decidí olvidarme de la Escuela durante una temporada. Tras un año esperando destino, en 2011 me llamaron, ya empezado el curso, para dar clase a media jornada en Móstoles. Yo ya tenía un par de trabajos que habría tenido que dejar y desde el principio me dejaron bien claro que por mucha media jornada que fuera -pocas horas, de acuerdo, pero un salario insuficiente para tirar adelante-, no la podía compatibilizar con ningún otro trabajo docente, fuera en la administración pública o en la empresa privada.
Les dije que no. No digo que no me costara porque de hecho salí de una clase, me fui hasta Leganés a recoger el acta y solo me convencí de que no podía dejar tirados a los que me habían contratado apenas un par de meses antes en la misma ventanilla de recursos humanos. Las oposiciones eran cada dos años y perder un año de puntos tampoco era tan grave: mi nota en el examen era suficientemente buena como para pensar que en 2012 podía conseguir plaza o al menos asegurarme una interinidad que me permitiera tener un sueldo decente.
El problema fue que en 2012 no hubo oposiciones a la Escuela Oficial de Idiomas. Ni en 2013. Tampoco en 2014 ni en 2015. La siguiente convocatoria ha llegado en 2016, una excusa perfecta para que Cristina Cifuentes se apunte el tanto "de la mayor convocatoria en nueve años", como si no llevaran seis sin ofertar ninguno de los puestos que han ido cayendo por jubilación, enfermedad o fallecimiento. Seis años. De haber cogido esa oferta de Móstoles y si los siguientes años hubiera tenido la misma suerte, llevaría cinco cursos acumulando puntos. En cambio, decidí buscarme la vida y trabajar mucho, dando muchas clases a mucha gente, aprendiendo una barbaridad, haciendo cursos de formación y el largo etcétera del que no encuentra un contrato ni a tiros.
Como yo no cogí esa plaza, alguien tendrá esos puntos en esta convocatoria. Y no será poca cosa, porque sindicatos y gobierno han decidido que la experiencia suponga el 45% de la nota final, es decir, que valga lo mismo que el examen. No crean que yo estoy muy convencido de que un examen maratoniano de un solo día sea una buena medida de nada, pero, en fin, tiene su parte teórica, su parte aplicada y su parte de programación y defensa de unidad didáctica, así que digamos que, aunque estresante y sujeta al clásico mal día que puede tener cualquiera, es al menos una prueba completa.
Una prueba que no servirá. Si no has estado ya trabajando estos años en la Escuela, no servirá absolutamente de nada porque por muy bueno que seas, por muy bien que lo hagas, por mucho que estudies o por mucho talento que tengas a la hora de diseñar una clase y defender tu diseño, hay decenas de personas que parten con una ventaja insalvable. En resumen, que la convocatoria tiene el único fin de colocar a los que estaban como interinos y darles de una vez la plaza. No me parece mal, pero que no se venda como una oferta de trabajo sino como la regularización de un hecho consumado.
Por supuesto, me presentaré. Hay que intentarlo. La administración sabe lo que quiere, y en la administración he de incluir a los sindicatos por decisión suya: gente que lo deje todo y no se salga nunca de la fila. Un solo "no" y estás fuera toda la vida. El mito de la "función pública". Nadie protestará ni saldrá a la calle ni dirá que es una vergüenza que gente válida se quede fuera de la enseñanza pública y tenga que recurrir a los cuatro duros de la privada. Nadie lo dirá porque a nadie le importa. Es como aquello de José Sacristán en "El viaje a ninguna parte", ¿cómo reclama su pan el que no tiene donde le acojan?
Ahora bien, la defensa de la enseñanza pública tiene que ir más allá de lo obvio y entrar en lo profundo: en la calidad del profesorado y en la posibilidad de acceso. Si se convierte en un coto cerrado donde lo importante no es la excelencia sino la burocracia funcionarial, tenemos un problema.