Una de las leyendas que se extendieron
durante los años noventa y buena parte de la primera década de este
siglo era la de que el español votaba con el bolsillo, una manera de
decir que, mientras la economía fuera bien, lo demás importaba lo justo.
No sé de dónde vino esa creencia ni si tuvo algo que ver con el “Es la
economía, estúpido” de la campaña de Bill Clinton en 1992, pero lo
cierto es que no se basaba en dato empírico alguno: puede que la
economía fuera un desastre en 1982, pero pensar que la hecatombe de UCD
se debió a eso y no a su propia descomposición, el auge del terrorismo,
la inseguridad ciudadana y el sentimiento de que el país estaba
preparado para un cambio de caras no vinculadas al aparato franquista es
simplificar todo un poco.
Las mayores muestras de que, al español, el bolsillo le aprieta pero
no le ahoga el voto se dieron algo después: en 1993, los datos
macroeconómicos de España eran un desastre y ganó el partido del
gobierno; en 1996, parecía que el país se recuperaba... y ganó la
oposición. Nada comparado a lo que sucedió en 2004, cuando la economía
iba viento en popa en pleno esplendor de la burbuja inmobiliaria, el
paro andaba por los suelos, los bancos daban crédito a cualquiera que se
acercara... y el PP de Mariano Rajoy pasó de gobernar con mayoría
absoluta a perder las elecciones.
Sí, claro, en medio estuvo el 11-M. En medio siempre hay algo y las
razones a veces son unas y a veces son otras; a veces nos gustan y a
veces, no, pero a lo que voy es a que la mayoría de votantes van o
vuelven a las urnas, se deciden por un partido o por otro según
parámetros de confianza de los que la economía no es sino uno más y a lo
que se ve, ni mucho menos el más importante.
Por eso mismo, se entiende mal la polémica que el propio Rajoy ha
creado con sus confusas declaraciones en Tokio presumiendo de sueldos
bajos y mano de obra barata en España como incentivo para invertir en el
país. Se entiende mal porque los sueldos bajos son para sus votantes y
la mano de obra barata, de nuevo, son sus posibles electores. Debería
entender que no sirve de nada tener unos datos macroeconómicos
maravillosos si la microeconomía no funciona, es decir, si el ciudadano
no siente que esas mejorías le afectan en su vida diaria.
El problema del paro es un problema de precariedad y no solo laboral,
sino social. El ciudadano se siente excluido de la maquinaria, incluso
culpable. Presumir de que la gente está tan desesperada que trabaja por
cualquier cosa que le echen —un saludo al señor Adelson- puede que esté
bien en las grandes reuniones de mandamases pero en público suena algo
sucio, con un punto desesperado y de burla. No es cuestión de que mucha
gente trabaje a mogollón sino de que lo hagan en las mejores condiciones
posibles para desarrollar su capacidad y ayudar así a la empresa
privada y al país a lsair del agujero.
No es de extrañar, en cualquier caso, que los políticos confundan
cantidad y calidad tan a menudo. De hecho, el bipartidismo se basa en un
concepto de calidad: nuestros votos valen más que los de las terceras
opciones, salvo en aquellas circunscripciones donde las terceras
opciones somos nosotros. Un dato al respecto: en las citadas elecciones
de 2004, el PP consiguió 9.763.144 votos y aun así quedó a casi cinco
puntos del PSOE de Zapatero. Siete años después, Rajoy logró 10.866.566
papeletas y logró la mayoría absoluta. Solo un millón de votos más
supuso un 7% de incremento en porcentaje de voto y el paso de la nada al
todo.
¿La razón? Obviamente, hay que encontrarla en los ciudadanos que no
votaron, que votaron a terceras opciones como IU y UPyD o que
prefirieron a partidos que intuían que no iban a obtener representación
parlamentaria. Muchos, de hecho, votaron en blanco o nulo, hasta 650.000
españoles, que ya hay que estar cabreado para acercarse un domingo al
colegio electoral de turno solamente para sabotear tu propio voto.
En resumen, la macroeconomía ayuda mucho a la propaganda y, ojo, la
propaganda ayuda mucho a ganar elecciones... pero no a cualquier precio.
Si el precio a pagar es el desprecio al ciudadano, el endurecimiento de
sus condiciones laborales y el alejamiento de más gente del sistema,
nos acercaremos a escenarios parecidos a los de Italia o Grecia, es
decir, elecciones en las que todo es posible, porque la gente está tan
desesperada que lo mismo te vota a Beppe Grillo que a Aurora Dorada y a
ver qué pasa. La mano de obra barata es lo que tiene, que no le queda
mucho que perder.
Bueno es que el paro baje o que no suba demasiado y muy bueno que las
previsiones de crecimiento se revisen al alza, pero, ya lo sabe el
propio Rajoy en sus carnes, si el ciudadano siente que te estás burlando
de él, te quita la confianza. Tenga razón o no, que de eso la
estadística y los escrutinios no entienden nada
Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"